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Atzo Atzokoa

Autor: Sánchez de Toca, Joaquín, (autor)
Titulos: Centralización y regionalismo ante la política unitaria de patria mayor / por J. Sánchez de Toca.
Nota: 72 p.; 21 cm
Indice:
Editor: Madrid: Imprenta de los Hijos de M.G. Hernández, 1899.
Materia: Regionalismo.
CDU: 323.174

Localizacion         Sign.Topografica
FONDO DE RESERVA         C-97 F-23
Estado NO PRESTABLE

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CENTRALIZACIÓN Y REGIONALISMO
ANTE LA
POLÍTICA UNITARIA DE PATRIA MAYOR

 

POR

J. SÁNCHEZ DE TOCA

 

MADRID
IMPRENTA DE LOS HIJOS DE M. G. HERNÁNDEZ
Libertad, 16 duplicado, bajo.
1899

 

CENTRALIZACIÓN Y REGIONALISMO
ANTE LA
POLÍTICA UNITARIA DE PATRIA MAYOR

 

POR

J. SÁNCHEZ DE TOCA

 

MADRID
IMPRENTA DE LOS HIJOS DE M. G. HERNÁNDEZ
Libertad, 16 duplicado, bajo.
1899

 

ÍNDICE

Necesidad de nueva política unitaria para la España Mayor.

I.- Motivo de la publicación de este opúsculo
II.- Elementos de política unitaria en nuestra nacionalidad para reconstituir la España Mayor
III.- Estado actual del principio unitario de la nacionalidad hispanoamericana
IV.- Contradicción presente entre la obra de los gobernantes y la de los gobernados respecto del ideal de patria mayor
V.- Primera condición para realizar el ideal de la España Mayor

La centralización y el regionalismo ante la política unitaria de patria mayor.

I.- Origen y transformaciones de las teorías regionalistas en nuestros estados de opinión
II.- Síntomas del estado moral que descubre entre nosotros la exacerbación del regionalismo después del desastre
III.- Resultados de la centralización como procedimiento de política unitaria
IV.- Causas y efectos de la convivencia de la centralización y del parlamentarismo en nuestro régimen constitucional
V.- Por qué los ideales del regionalismo aparecen hoy como incompatibles entre nosotros con la política unitaria de la patria mayor
VI.- Rectificaciones necesarias en regionalistas y centralizadores para hacerse compatibles con política de patria mayor
VII.- Si los ideales regionalistas pueden dar base á procedimientos de política unitaria rectificando la centralización administrativa

 

NECESIDAD DE NUEVA POLÍTICA UNITARIA
PARA LA ESPAÑA MAYOR

I.- Motivo de la publicación de este opúsculo
II.- Elementos de política unitaria en nuestra nacionalidad para reconstituir la España Mayor
III.- Estado actual del principio unitario de la nacionalidad hispanoamericana
IV.- Contradicción presente entre la obra de los gobernantes y la de los gobernados respecto del ideal de patria mayor
V.- Primera condición para realizar el ideal de la España Mayor

I.-Motivo de la publicación de este opúsculo.

Los artículos publicados en la Revista Contemporánea bajo el epígrafe del presente opúsculo constituyen sólo un capítulo de un estudio todavía inédito en su mayor parte y que ha de llevar por título NUEVA POLÍTICA UNITARIA PARA LA ESPAÑA MAYOR.

No es, sin embargo, este capítulo el que nos parece más adecuado para dar idea sintética del contenido del libro á que pertenece. Bosquejarían mejor, por ejemplo, los pensamientos capitales de esa obra las páginas destinadas á exponer lo que llamamos El ideal de la España Mayor. Servirían también mucho más al propio objeto y al de concretar procedimientos de reformas, constituyendo cuerpos administrativos regionales que respondan á inspiración de política unitaria á la par que de descentralización, otras piezas del mismo escrito ya publicadas, aunque en muy corta tirada de ejemplares, tales como el Informe de la Subsecretaría de Gobernación en 1891 sobre la reforma de las leyes municipal y provincial, ó bien la discusión habida durante este mismo año acerca del regionalismo, en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Cualquiera de esas piezas refleja, á nuestro entender, mejor que el adjunto fragmento, el sentido y orientación de lo que llamamos Nueva política unitaria para la España Mayor.

Si á pesar de ello este capítulo aparece ahora, sin embargo, con la preferencia de especial tirada, es para corresponder á insistentes demandas, que de ello se nos han hecho, sin duda, por la peculiar actualidad que las circunstancias dan á su contenido. Mas por esto mismo conviene también advertir desde luego que en el corto espacio trascurrido desde la fecha de entrega de los originales á la imprenta y durante su publicación en la Revista Contemporánea nuestros problemas regionalistas se han recargado precipitadamente con gran pesadumbre de sucesos. Dejamos, no obstante, el texto sin alteración, tal y como se publicó en las páginas de la Revista, y sin hacer referencia á los hechos posteriores, pues estas mismas novedades dan por sí mayor relieve, oportunidad y comprobación al conjunto de las consideraciones expuestas. Debiendo hacer la propia advertencia respecto de lo que mucho antes señalamos acerca de los peligros de dar cuerpo al regionalismo sobre la base de los llamados conciertos económicos 1.

 

II.- Elementos de política unitaria en nuestra nacionalidad para reconstituir la España Mayor.

La flojedad de los vínculos nacionales y el desconcierto de la política unitaria ante el tremendo fracaso de los métodos unitarios de la centralización jacobina constituyen el síntoma más palmario y angustioso de nuestra crisis nacional en estas horas de tribulación en que empezamos á liquidar el desastre. Mantiénese la cohesión de los pueblos, ó por fuertes ligaduras morales del ideal, ó por la potencia del Estado. Aunque el desarrollo de la primera de estas dos fuerzas de cohesión se considera generalmente como de principal incumbencia de la Nación entera, ó sea de lo que ahora se apellida en las escuelas el Estado total; y la segunda fuerza se estime, por el contrario, como cometido propio del Estado oficial, ó sea de la función gobernante de los poderes públicos, en realidad, sobre ello la acción del Estado total y del Estado oficial son inseparables, sin que quepa precisar la respectiva primacía de sus funciones. Parece actualmente muy difícil determinar cuál de estas dos fuerzas resulta para nosotros en mayor quebranto. La primera impresión que produce su estado actual no puede, en efecto, ser más pesimista. Porque si el Estado oficial, á pesar de toda su mecánica centralizadora, muestra tan pavorosa laxitud y flaqueza en los resortes de gobierno, que la potencia de sus poderes públicos figura como en bancarrota, á la vez la fuerza de los ideales de patria grande se muestra, al parecer, tan menoscabada, que en la liquidación del desastre los egoísmos particulares, individuales ó colectivos, figuran ahogando y extinguiendo toda idea, no ya de abnegación, sino de mera subordinación al interés general.

Mas, á despecho del pesimismo de estas primeras impresiones, surgen grandes esperanzas de renovación y vida fecunda en patria mayor, cuando se avaloran con más sereno juicio los elementos vitales de nuestra nacionalidad. Los espléndidos veneros de riqueza natural soterrada en nuestro suelo y todavía intactos, y el vigor con que aquí se manifiestan los factores de vida industrial en comienzo de desarrollo, y que arrancan pronósticos tan optimistas á los investigadores de nuestra potencialidad económica, resultan con efecto como de muy secundaria valía junto al esplendor de los elementos morales para grandeza social y política que constituyen el haber hereditario de esta península en la fecundación del ideal de la nacionalidad hispano americana. En la esfera cuya vivificación incumbe principalmente al Estado total, no hay quizá nacionalidad que supere á la hispano americana en la potencialidad de los vínculos morales que mantienen la cohesión de los pueblos, y en la grandeza del ideal para perspectiva de los más altos destinos. Y en la esfera propia del Estado oficial se descubren también valiosísimas bases naturales de cimentación y finalidades de ideal para reconstitución de España Mayor con política unitaria de incomparables horizontes. Porque si bien es cierto que el organismo del poder público fabricado por los procedimientos centralizadores del primitivo espíritu jacobino en la revolución aparece ahora aquí en plena descomposición é incapacidad, en cambio la gran política unitaria encuentra, lo mismo en los estados solariegos de la península europea que en los reales americanos de nuestra nacionalidad, cimentación de toda magnificencia para grandes obras.

La nacionalidad entera figuró en Europa y América durante este siglo como apartada de la más amplia corriente unitaria que arrastra con ímpetu á las soberanías de los pueblos directores hacia la constitución de personalidades internacionales cada vez más poderosas. Todavía en esta raza los estadistas parecen recelosos de reconocer y agitar con el sentido de la gran política unitaria, en el corazón de las muchedumbres, los impulsos de esas misteriosas acciones colectivas que atesoran los secretos de la soberana potencia para las creaciones de la mayor grandeza política. Todavía ni por inspiración de propia genialidad, ni por estímulo de imitar grandes ejemplos contemporáneos, se han decidido á escudriñar la realidad con la intuición profunda del gobernante que procura recoger las fuerzas naturales en cada alma nacional, y fomentando á cada nacionalismo en la esencia de su propio espíritu, respetándolo en su autonomía acierta á comunicarles el ritmo unitario de un ideal común por manera que, á la par que cada uno se encuentre exaltado en su fuerza nativa, y sublimado en su propia potencia, todos se sientan á un tiempo enardecidos por el principio unitario y respetados y fortalecidos en su diversidad. Por esto la nacionalidad hispano-americana liquida la centuria presentándose como en contradicción con las corrientes dominadoras de la historia en la época presente; figurando á la inversa cual poseída del vértigo del atomismo para desgarrar sus tradiciones unitarias y destrozarse en menudos fragmentos.

Pero muy otra es la realidad que se comprueba si en el examen de los estados sociales se traspasan las exterioridades presentadas por la organización oficial de la soberanía en los Estados, cuyas cancillerías son de ordinario órganos tardíos para comprender y repercutir los más trascendentales fenómenos de evolución que se operan silenciosos en el fondo de la conciencia nacional. Tal fraccionamiento de las soberanías oficiales del Estado es, á no dudar, de la mayor importancia como hecho primordial, intangible y con fuerza de probanza incontrastable, cual revelador de la tendencia original de estos pueblos á aislar su acción y á la determinación enérgica de su personalidad en potencia propia. Pero á pesar de la apariencia deslumbradora de ese fraccionamiento de soberanías, se advierten también muy en relieve otros síntomas que prestan testimonio irrecusable de que en el fondo de la conciencia de la nacionalidad hispano-americana se agitan á la vez misteriosos presentimientos y aspiraciones de grandes destinos unitarios. La nacionalidad entera, lejos de considerarse como sepulcro de tales idealismos y negación de patria grande, conoce por vislumbres que sin el principio unitario no podría ser sino compuesto de naciones agonizantes; se siente raza vigorosa en plenitud de nuevas germinaciones de vida, descubriendo alguna vez su alma como impresionada por la visión de que en ese molde de patria mayor se halle encerrado el gran misterio de aparecer ella predestinada entre las gentes á ser la que de nuevo impregne la historia con el tipo ideal del genio latino.

 

III.-Estado actual del principio unitario de la nacionalidad hispano-americana.

Hay, con efecto, en esto de la nacionalidad hispano-americana algo mucho más hondo y de esencia más potente que el fraccionamiento oficial de las soberanías de Estado. Lo más trascendental de ella ha quedado fuera de los artificios oficiales, porque por propia naturaleza su realidad completa jamás podrá interpretarse con los estrechos formularios del derecho público escrito. Á modo de esos árboles seculares que con raíces subdivididas en innumerables fibrillas recogen en el seno de la naturaleza las energías inmortales de la vida, y formando con ellas el torrente circulatorio que llena los canales de su tronco sacan á luz maravillosas magnificencias de ramaje, flor y fruto, la nacionalidad hispano-americana es un gigantesco molde unitario, organismo espontáneo sin par, con raíces extendidas por varios continentes para recoger, armonizar, desarrollar y sublimar por entere múltiples soberanías de Estado oficial la vida espiritual y material del mayor número posible de generaciones de una raza privilegiada, moviéndolas en vigor ascensional al brote de idealidades nuevas y á la realización de posibilidades cada vez más espléndidas. Ese organismo, creado por obra directa de la acción providencial en largo transcurso de siglos, es el canal conservador de una energía múltiple y untaría que mañana ó dentro de cien años, ó al tomar las naciones nueva vía en cualquier bifurcación de la historia, llegará á dar muestras de sí con manifestación de nueva grandeza. En su ramaje apuntan ahora florecimientos indicadores de renovación y vida, y por el ritmo misterioso de los movimientos del espíritu parece hoy mecida su copa como en días de primavera; pero no cabe anunciar todavía, cuál ha de ser el fruto de madurez de esos elementos fecundos que la nacionalidad hispano-americana lleva en sí en la génesis misteriosa con que los pueblos elaboran sus creaciones.

Si en las organizaciones oficiales de sus Estados no repercuten todavía estos fenómenos de brote de savia nueva que por impulsos internos y bajo la acción de las influencias exteriores empiezan ahora á rebullir en todo el pueblo que habla español, es porque los movimientos del espíritu que agitan la conciencia nacional se oyen unas veces en los gabinetes de los estadistas tan distantes y apagados como en las más profundas raíces de los árboles el murmullo de la copa, y otras veces el ruido de la tempestad que estremece las alturas impide observar los fenómenos más trascendentales de vida y renovación que se operan en el silencio y misterio de las regiones en calma. Así, delante de una revolución suelen preguntarse si es un motín, y en el momento de las crisis más hondas no atienden más que al ruido de la calle.

Para explicación de tales ofuscaciones es preciso también no olvidar que los ojos de los hombres al mirar las mismas cosas, no las ven de la misma manera, ni á las veces ven la misma cosa. Los unos se adaptan lo real viendo y objetivando las cosas como son en sí mismas; los otros, por lo que afectan á los sentidos y al alma humana. Pero en ninguna esfera es tan difícil como en la política esta recta estimación de lo real: pues en las apreciaciones del hombre de Estado la verdad de aspecto y de influencia y la verdad de esencia deben ir siempre equilibradas, aunque rindiendo general primacía de valoración á las impresiones individuales y colectivas que las cosas producen en la mente y en el corazón del hombre, y teniendo conocida el alma nacional por manera de atinar á dirigirla con rumbo fijo entre los movimientos y reacciones del espíritu público.

Mas los estremecimientos revolucionarios de la centuria que ahora acaba han educado en el seno de la nacionalidad hispano-americana los sentidos corporales y las facultades intelectuales de los estadistas para funciones completamente distintas de éstas, que requieren ante todo ver de lejos y sobre grandes masas. Han criados políticos más peritos en el arte de sondear los caracteres y utilizar las flaquezas de los hombres que en el de discernir las ideas de la muchedumbre y la proximidad de las grandes renovaciones. Sagacísimos para escudriñar en las luchas intestinas de una república las intenciones más recónditas del inquieto y desasosegado y adivinar con pasmosa intuición los arcanos de la psicología pasional de los competidores que les disputen el poder, en cambio, su inteligencia y suspicacia resulta de tal suerte ofuscada para el estudio y comprensión de los estados colectivos en los cuerpos de nación y para orientar la dirección de su patria en las relaciones de la política exterior, que los movimientos y reacciones del espíritu público y los conflictos internacionales les cogen de ordinario desprevenidos, resultando en situación falsa y equivocada ante los más importantes sucesos. Así, los más entendidos y sagaces y de más eminentes cualidades de percepción y sutileza resultan, sin embargo, hasta aquí como en estado de ceguera nativa para no ver ni poder darse cuenta de mole tan enorme como la de la nacionalidad hispano-americana, en cuyo seno están viviendo. No es de extrañar que en tal ceguera permanezcan insensibles ante los elementos potenciales de patria mayor que atesora el cuerpo místico de esa nacionalidad grande, cuyas realidades espirituales necesitan mostrarse á los ojos por medio de imágenes, á la vez que tampoco cabe deshacer en su visión las tinieblas de los sentidos sino enfocando con luminosos ideales las cosas visibles y palpables para que el entendimiento quede impresionado por la idealidad que en ellas se oculta. Pro no poder impresionarse así, junto á este incomparable tesoro de fuerzas vivas para constituir la patria con esplendorosa grandeza de personalidad internacional, ha podido apoderarse de nuestros estadistas el delirio de buscar la fuerza unitaria en el aparato de soberanía del territorio refundido en la organización oficial de un solo Estado, en lugar de buscar la vida en la unidad grande de una soberanía nacional que deje subsistentes en la amplitud de su organismo soberanías interiores monárquicas ó republicanas.

Nos ha sido funestísimo entender de esa manera la misión de la soberanía en la guarda de las principales piezas del tesoro nacional. Para poseer y beneficiar realmente tales joyas, no pueden los estadistas equipararse á los ordinarios agentes de policía con el cometido vulgar de ser á las puertas de un museo guardianes de bellezas que ellos no comprenden. La condición primera y principalísima del disfrute nacional de esas piezas maestras, produciendo con ellas provechos colectivos, es comprenderlas, y para comprenderlas es preciso poner el alma en comunicación con ellas y para ello que el estadista tenga un alma que con ellas se puede comunicar.

 

IV. Contradicción presente entre la obra de los gobernantes y la de los gobernados respecto del ideal de patria mayor.

Entretanto, con este desvío de nuestros gobernantes de su cometido principal se están produciendo fenómenos singulares en el seno de la gran nacionalidad hispano-americana. Las naciones escriben su autobiografía en dos obras capitales. La una constituye el libro de sus empresas políticas, las gestas de su Estado oficial. La otra constituye el libro donde queda impresa su manera colectiva de sentir y comprender la vida, la elaboración de su idioma nacional, sus producciones de literatura, arte y ciencia, el conjunto y diversidad de los sucesivos estados de espíritu de sus clases sociales en la relación y compenetración recíproca de sus respectivas situaciones económicas, intelectuales y morales. Estos dos libros van siempre tan íntimamente enlazados que ninguno de ellos resulta completo ni puede descifrarse del todo sin las claves del otro. Los gobernantes son los artífices principales del primer libro, pues las empresas políticas dependen siempre de la fortuna y genialidad de unos pocos, y á las veces un solo sujeto se basta para estampar con marca de duración secular el sello de su individualidad sobre la conducta de los demás en largo transcurso de generaciones. Pero el otro libro, al contrario, sólo se llena por la acción colectiva, difusa é instintiva de toda la raza. En las páginas de ese libro los cuerpos de nación van registrando los estados y avances del desenvolvimiento de su vigor espiritual y material, realizando en individualidad propia y por la tácita cooperación de todos los factores sociales las operaciones más complejas de la vida colectiva con la misma espontaneidad de fuerzas naturales, con que el niño aprende su idioma y la planta sigue el maravilloso desarrollo de su germinación.

Rara vez dejan de concordar el libro del pueblo y el libro del gobernante; y si se produce el desacuerdo, no se prolonga mucho sin parar en honda crisis de nacionalidad, pues ningún síntoma de trastorno orgánico en la existencia nacional es tan expresivo como ese desacuerdo. Mas en el seno de la nacionalidad hispano-americana se está dando el fenómeno singular de que durante todo este siglo el libro de las empresas políticas y aquel cuya redacción y registro es á cargo de la colectividad entera figuran en completa contradicción.

Cada uno de estos dos libros traduce en su lenguaje y en sus hechos, estados de espíritu, tendencias y aspiraciones tan opuestas que sus respectivos autores parecen enemigos irreconciliables. El uno cifra la unidad en simbolismos de Estado oficial y absorción de territorio mediante centralización de jurisdicciones; y á la política unitaria de este artificio sacrifica la patria mayor. El otro, á la inversa, al través de las situaciones más diversas de la soberanía jurídica en los Estados oficiales, reverbera los grandes principios unitarios que en esta raza mantienen en vida colectiva á todos los pueblos de su estirpe hasta cuando les faltan los órganos jurídicos para asistencia unitaria.

Así el libro de las empresas políticas, en cuyos folios van registrando los gobernantes sus hazañas, acusa durante el trascurso de la centuria tremendas liquidaciones de desunión y desgarramiento de la patria grande. Entre nosotros, la dirección de los estadistas apareció fundamentalmente divorciada de todo sentido y realidad de la gran política unitaria de patria mayor; mientras que, por el contrario, las otras soberanías que traían heredado el asumir la supremacía de potencia y gobierno, ahora ante las enormes concentraciones de fuerza que se están operando por el mundo, sintiéndose sobrecogidas por el presentimiento de que dentro de poco no habrá respetos internacionales más que para la fuerza y quizás ni han de quedar supervivientes sino las naciones fuertes, procuran por todos los medios aunar y dilatar su nacionalidad, buscando en los más amplios procedimientos de la política unitaria las proporciones necesarias para alternar con la futura grandeza de los imperios señores de la tierra. Cuando para todo esto nos hallábamos nosotros en la feliz excepción de no necesitar promover los conflictos que sólo se dirimen por la fuerza, bastándonos con hacer actuar ante todo las fuerzas morales y buscar en ellas unidades de enlace á fin de que el espíritu de independencia del ibero-americano no sea una indisciplina antinacional, y despose, por el contrario, sus soberanías territoriales con el ideal de la patria grande, se encerró aquí la política unitaria en el molde raquítico de una organización de soberanía de Estado centralista incompatible con aunar á las demás soberanías en patria grande. Buscando ellos así la soberanía y la patria, la independencia y la grandeza de la personalidad internacional en un artificio de Estado, en vez de recogerla en la Nación entera, sobre esta premisa vinieron fatalmente á plantear ante el patriotismo dentro de la misma nacionalidad, dilemas tales que colocaron á la ciudadanía en bandos enemigos tan irreconciliables que no se pudiera servir al uno sin combatir al otro.

El Estado oficial de este modo constituido sobre inconsciencia ingénita de la política de patria mayor, vino por ello á tener cuerpo diplomático, ejército y marina sin orientación internacional. No habiendo consultado previamente á la razón de Estado en la política exterior para qué quería tales instrumentos y á qué fines los podrían destinar, los gobernantes se encontraron sin diplomacia útil en las cancillerías y con armada sin poder naval y ejércitos inútiles para las batallas, como instrumentos organizados por política interior y no para la potencia exterior. En tal condición mal podían acertar con el empleo que pudiera dar á cada uno de estos instrumentos gravosos; y aplicándolos para conflagraciones internas dentro de la misma nacionalidad, equivocaron fatalmente la naturaleza y tratamiento de los conflictos que surgieron. Problemas que no eran más que cuestiones de moralidad y administración se convirtieron de esta manera en problemas de guerra. No comprendiendo que el derecho externo es abstracción de legalidad muerta si no vive como forma adaptada á la realidad y evolucionando con ella, vinimos á subordinarlo todo al convencionalismo jurídico de una soberanía que por mera heráldica de metrópoli pretendía representar lo que no era ya en realidad, y nos empeñamos en mantener la forma y jurisdicciones del viejo señorío, después de haberse desvanecido sus antiguas potencias. Pedimos por fuerza coactiva de señoriaje territorial aquello que no puede pedirse sino por nombre y fuero de jurisdicción de fuerzas morales; y exigimos, en cambio, invocando fueros del orden moral, exterioridades materiales que no pueden regirse sino por el fuero y conveniencia del concierto del interés local con el general en el orden material. No pudiendo, en suma, hacer que lo que era justo fuera fuerte, y por tanto vivo, vinimos á pretender como justicia lo que sólo era fuerza. Así nuestra soberanía de Estado oficial en las colonias, además de no ser fuerte, fué tachada de injusta, resultando á consecuencia de todo esto inscrita como última partida en ese libro de gesta, nuestra definitiva salida de América y la apariencia de haber quedado la patria española reducida á las proporciones que tuvo en el siglo XV.

Mas en contrapartida de todo esto, que figura registrado en el libro de las empresas políticas que corre á cargo de los gobernantes, en el otro libro de la autobiografía nacional, cuyos asientos lleva la nacionalidad entera, resulta á la inversa, que entre los pueblos hispano-americanos, por impulso espontáneo de los sentimientos colectivos, se están cruzando tales corrientes de afecto fuera de los cauces cancillerescos, que América á las veces parece más España que España misma. Ahora es cuando por la conciencia colectiva se empieza á vislumbrar que la organización oficial de la soberanía de Estado no es inconciliable con la organización en personalidad internacional de la patria grande, columbrándose, por el contrario, como ideal halagador, la posibilidad de que en la sucesión de los tiempos la ciudadanía de cualquiera de sus Estados introduzca por sí sola en la ciudadanía de la patria mayor.

Pero mientras sobre este trascendental interés las organizaciones oficiales de Estado y los elementos extraoficiales de la nacionalidad no lleguen á anotar sus respectivos registros en plena concordancia, compaginándolos y ajustándolos al gran ritmo unitario, la estirpe hispano-americana resultará como raza en la que se ha agotado la capacidad política y la fuerza creadora, raza decadente, sin potencia para empresas de grandeza, no engendrando ya más que gobiernos locales en anarquía endémica, dominados por caudillajes, en perpetua discordia entre los de su misma estirpe, y tan aniquilada por sus disensiones intestinas que contra ella serán siempre afortunadas las agresiones del enemigo exterior.

 

V.- Primera condición para realizar el ideal de la España Mayor.

Para que esta nacionalidad vuelva á presentarse ante el mundo con grandeza de majestad que supere la que alcanzó en siglos anteriores, aunque bajo otros aspectos de soberanía, necesita que la obra de sus estadistas y los impulsos colectivos del espíritu de raza en sus pueblos se aúnen y armonicen en una acción común. En las muchedumbres radican las grandes fuerzas naturales para realizar los ideales colectivos de raza, y además, por lo mismo que ellas se ciegan más difícilmente con el egoísmo de los intereses particulares, resultan también el órgano más autorizado para la manifestacion de las aspiraciones nacionales, y en la era actual de la historia estas fuerzas y prestigios de las muchedumbres como propulsoras de los grandes movimientos patríoticos, se han acrecentado con formidables potencias. Pero tan incomparable caudal de fuerzas vivas, entregado á sí mismo se desparrama y esteriliza como no tenga encauzamiento y dirección de un pensamiento que lo gobierne unitariamente. Y en el alma popular de más privilegiadas condiciones nativas para sentir el ideal colectivo, no se encontrará jamás la alta intuición combinada con el sentido práctico regulador de la conducta para convertir la potencial en real, que es la característica de los grandes hombres de Estado. Ni siquiera se encontrará en ella la vulgar clarividencia en cosas prácticas de mundo y la consistencia de conducta de un mediano gobernante con intención dirigida á un fin previamente determinado.

Por ello las multitudes sin guías son cuerpos infecundos. Por ello también, y á la inversa la función peculiar de gobierno se caracteriza en ser fundamentalmente deliberada, reflexiva y con arte de ejecución, desarrollando un plan gradual para mover fuerzas, determinar direcciones y encaminar los sucesos á un fin común.

Los pueblos de nuestra nacionalidad son hoy los más necesitados de gobernantes. Necesitan hombres de Estado que sepan trasmitir á esos movimientos vagos de la nacionalidad que hoy se manifiestan con aspiraciones incoherentes de la masa la eficacia, encauzamiento y dignidad de las fuerzas comprendidas y dirigidas por un pensamiento superior. Necesitan estadista que sepa descubrir las nuevas formas de enlace, por las cuales la nacionalidad entera reaparezca con personalidad propia en el orden internacional, á la par que cada uno de sus Estados se mantiene en la plenitud de su soberanía para que pueda desenvolverse mejor dentro de ellos el genio nacional, perfeccionándose y objetivándose en variedad de leyes é instituciones, y produciendo el florecimiento de Estados diversos conforme á las aptitudes de esta raza de tan maravillosa disposición para refundirse con los territorios, según la forma de particularismo que pide cada región. Éste es el molde nuevo que para su desenvolvimiento pide ahora la patria mayor.

Cuando en los futuribles de las nuevas posibilidades aparezca el gobernante capaz de dar cuerpo de realidad al ideal hispano-americano, la raza, con este ideal lanzado como puente por cima del Océano, podrá volver á crear, como raza privilegiada, obras inmortales y desplegar sobre la civilización universal influencia y señorío todavía más esplendorosos que los ya derramados por ella en los días más gloriosos de su historia.

Tal es el espíritu capital de lo que entendemos por Nueva política unitaria para la España Mayor. Por más que en el fragmento de ese libro que representa el capítulo que va aquí á continuación no se hace de ello sino referencia muy incidental al tratar del regionalismo y de la centralización ante la política unitaria de patria mayor, las premisas sentadas en el capítulo constituyen, sin embargo, sillar indispensable de esa fundación. Basta apuntar sobre ello que en nuestra reconstitución interna todo el régimen de nuestra administración y gobierno debe estar orientado por la primordial razón de Estado, de lo que esta península puede ser como factor que preste los más altos servicios a los destinos del genio latino en Europa y América.

 

LA CENTRALIZACIÓN Y EL REGIONALISMO ANTE LA POLÍTICA  UNITARIA DE PATRIA MAYOR

 

I.- Origen y transformaciones de las teorías regionalistas en nuestros estados de opinión
II.- Síntomas del estado moral que descubre entre nosotros la exacerbación del regionalismo después del desastre
III.- Resultados de la centralización como procedimiento de política unitaria
IV.- Causas y efectos de la convivencia de la centralización y del parlamentarismo en nuestro régimen constitucional
V.- Por qué los ideales del regionalismo aparecen hoy como incompatibles entre nosotros con la política unitaria de la patria mayor
VI.- Rectificaciones necesarias en regionalistas y centralizadores para hacerse compatibles con política de patria mayor
VII.- Si los ideales regionalistas pueden dar base á procedimientos de política unitaria rectificando la centralización administrativa

 

I.- Origen y transformación de las teorías regionalistas en nuestros estados de opinión.

En los últimos años del reinado de D Alfonso XII fué cuando por primera vez apareció en los proyectos de ley de nuestros gobernantes la palabra región como denominación técnica sobre cuya base se formularon programas descentralizadores por gobierno y administración regional. En 6 de Enero de 1884 el Sr. Moret, como Ministro de la Gobernación, presentaba á las Cortes, con aparato de programa de gobierno del partido liberal, un proyecto de ley provincial y otro de ley municipal que distribuían la jurisdicción administrativa y del gobierno político de la Península é islas adyacentes en quince regiones. En 25 de Diciembre de aquel mismo año, el Sr. Romero Robledo, como Ministro de la Gobernación en el nuevo Gabinete constituído por el partido conservador, presentaba á su vez un proyecto de ley de gobierno y administración local en el que descollaba como novedad de mayor trascendencia un título entero articulado bajo el expresivo epígrafe: De la administración y gobierno regional. Pero en cada uno de esos proyectos de ley el concepto del gobierno regional y la misma palabra región aparecían con significado, alcance y jurisdicciones completamente diversos, constituyendo la entidad región que el uno creaba un organismo inconciliable con la región bosquejada en el otro.

Con esta contradiccion radical llevada al cuerpo mismo de los proyectos de ley sobre punto tan delicado y de tanto alcance como el propio significado de la palabra region, quedaban sembradas en el programa de los partidos gubernamentales premisas de confusión preligrosísimas para el extravío del espíritu público. Esto, unido á la fascinación que los ideales regionalistas empezaban á desarrollar en nuestros ánimos, tan propensos de suyo colectivamente á estados de desequilibrio entre el juicio y la imaginación, imponía desde entonces mucho miramiento de prudencia para prevenir que tales problemas no se hicieran materia de improvisación legislativa. Por estas consideraciones, en el Ministerio de 1891 los pensamientos de reforma de las leyes municipal y provincial, en vez de traducirse de plano en proyectos de ley, según en nuestra vida política es práctica corriente de Ministros con prisas de dar ley en cuarto de hora, tomaron, por el contrario, las vías y procedimientos más adecuados al concierto previo de entendimientos y voluntades en reposo y madurez de juicio. Y para servir de base á esta trascendental reforma de la administración en nuestras corporaciones municipales, y provinciales, la Subsecretaría de Gobernación formuló entonces como preliminar de las consultas una ponencia oficial impresa en corta tirada de ejemplares, á fin de recoger á su margen la opinión de las personas más competentes de todas escuelas y partidos.

Profundamente se han transformado desde aquella fecha las actitudes de nuestros partidos y los estados de opinión del espíritu público en cuanto á los modos de sentir y comprender las fórmulas de la descentralización regional y las teorías políticas del regionalismo. En 1884 la denominación de región, que sonaba cual voz de uso novísimo en los formularios de los proyectos de ley, aparecía como concepto vago cuya paternidad y mejor inteligencia se disputaban los partidos gobernantes, en puja reformista sobre la administración local. Corría por entonces tan sin precisar lo que cada cual entendía en la reforma por gobierno y administración de regiones, que la palabra región apareció en tales proyectos de ley respondiendo á los más distintos órdenes de instituciones locales. Era además á la sazón voz y fórmula que apenas había trascendido fuera de la órbita de las leyes en proyecto y de los debates parlamentarios, y en este mísmo orden de controversias de partido no se traslucía aún nada del gran aparato que había de caracterizar luego á los programas regionalistas.

Por su parte el espíritu público aparecía entonces indiferente ante la institución administrativa de la región, en términos que sólo un año más tarde empezó á figurar en las exposiciones y súplicas á los poderes públicos la palabra regionalismo con significado de desideratum político. Empleáronla por primera vez los comisionados catalanes que en 1885 presentaron al Rey una exposición sobre diversas materias de administración y gobierno. Pero la propia palabra regionalismo, vertida por ellos entonces como expresión sintética de la reforma descentralizadora que anhelaban en el gobierno del Estado, reflejaba un pensamiento tan falto todavía de madurez, que para explicarla decían aspirar á que España se constituyera á la manera que lo estaban Inglaterra, Austria y Alemania, no advirtiendo que cada una de estas tres soberanías de Estado responde á un régimen de gobierno tan completamente distinto que, mientras en Austria Hungría representa sólo la unión personal en el soberano, más bien que unión real en la soberanía del Estado, y dentro del nuevo imperio alemán es unión de soberanía nacional que deja subsistentes soberanías interiores monárquicas y republicanas de diferentes Estados, entre el Reino Unido de la Gran Bretaña é Irlanda es, por el contrario, régimen de una sola soberanía interior y exterior, reino unificado por vía de incorporación, formando un solo Estado bajo la misma Corona y el mismo Parlamento, aunque cada uno de los tres antiguos reinos conserve en gran parte leyes peculiares y administración propia y separada.

Por de contado, esas voces nuevas de regionalismo, cuyas teorías se manifestaban con tal falta de precisión, no tenían entonces, ni en la propia comarca cuya representación pretendían ostentar aquellos comisionados, virtualidad alguna para impresionar y conmover muchedumbres. Empezaban á despertar pasión únicamente entre un núcleo reducido de intelectuales y ateneístas, inspirándoles discursos entusiastas y avivando la controversia en sus escuelas 2. Sólo años después se advirtió que la teoría regionalista desarrollaba fuera de esos centros fuerzas de activo proselitismo, hasta tomar, por último, impulso vertiginoso, estallando como con gran explosión en el espíritu público al sobrevenir la tremenda crisis del desastre en que perdimos las colonias y los prestigios internacionales.

Así, en esta hora crítica, las invocaciones al regionalismo adquirieron de improviso sobre parte considerable de nuestro suelo patrio el maravilloso poder de esas fórmulas mágicas de misteriosa acción para promover formidables tempestades en el alma popular. Los emblemas de esta doctrina tienen ya la potencia de esas fuerzas morales que encienden súbitamente el entusiasmo y la ira de las muchedumbres y agitan las oleadas del espíritu público, á la manera que se produce la tempestad ó la calma sobre el océano. No se merma la eficacia de esa potencia misteriosa porque región y regionalismo continúen siendo teorías vagas y fórmulas sin definir. Por el contrario, su misma vaguedad concentra en ellas ahora fuerzas más formidables, en término que el poder sugestionador resulta para ellas en razón directa de su indefinición. Y es que cuando la multitud ha llegado á impresionarse bajo una de tales fascinaciones, la virtualidad de las voces de la fórmula fascinadora es independiente de su significación real, desarrollando irresistible acción sobre las colectividades, no por las soluciones prácticas que ofrezcan, sino por las imágenes que evocan en los espíritus y con las que se sobrepone su imperio, cualesquiera que sean las impurezas de la realidad que las acompañen.

No hay quizás en esta hora crítica y decisiva, en que después del desastre ha de iniciarse nuestra reconstitución nacional, factor social y político de tanta cuenta como el de que, á la vez de aparecer agotado el entusiasmo por todas las causas y muerta la fe en los demás ideales, surjan ante nosotros sobre las comarcas más ricas y prósperas de la tierra patria, los lemas de región y regionalismo con plenitud de potencia para fascinar muchedumbres, presentando, en orden á las funciones más esenciales de la soberanía del Estado, emblemas de combate y haciendo sonar voces á cuyas sílabas va unida la virtualidad mágica de sugestionar muchedumbres, cual si contuvieran la cifra clave para la solución de todos los problemas y fueran la síntesis de las supremas venturas nacionales. De este modo, problema tan delicado y complejo como lo es siempre por naturaleza el trasformar el régimen administrativo de una nación centralizada, sustituyendo en la economía de sus instituciones locales el resorte de la Real orden con la autonomía de los organismos regionales, aparece ante nosotros con temerosas agravaciones agitando enardecimientos de pasión que platean su reivindicación capital protestando las jurisdicaciones de la soberanía en la recaudación del impuesto. Aquí, donde resulta tan dolorosa la historia de la impotencia del poder público en cuanto á establecer la igualdad tributaria, no hay, en efecto, disolventes más temerosos que los que puedan paralizar al Estado en esas funciones recaudatorias, que son á la vida nacional lo que la circulación de la sangre al cuerpo humano. Sin embargo, las novísimas invocaciones al regionalismo se amalgaman con programas encaminados á que el Estado quede sin acción para cobrar por sí los tributos y sin facultades de poder soberano delante de las regiones para aplicar directamente el impuesto á la ciudadanía y obligar á cada uno al tributo que le corresponda como servicio personal ó contribución pecuniaria en la defensa de la patria común. Y por añadidura, como si todo esto no fuera de suyo bastante para infundir recelo, junto á esas mismas reivindicaciones regionalistas se oyen, además, sonar otras voces fatídicas con las que se estremece el patriotismo, como si sintiera el frío de hoja de acero en las entrañas.

Los gobernantes, por su parte, sobrecogidos ante la potencia pasional colectiva adquirida de improviso por estas voces y fórmulas que ellos con tanta fruición presentaban, pocos años hace, cual tecnicismos legales nuevos en los que se debían cifrar las mayores esperanzas de regeneración administrativa, ahora, por el contrario, lejos de pregonar doctrina regionalista para el régimen de administración y gobierno, dejan traslucir que preferirían no haberla mentado jamás, y menos el haber puesto sus denominaciones en sembradura de leyes.

Por manera que, sobre asunto tan capital de gobierno como éste, todo ha venido de súbito á singular mudanza de actitudes y situaciones. Y mientras los partidos gobernantes que llevaron á los proyectos de ley la iniciativa de las reformas para el régimen regional quisieran ahora de pronto esterilizar tales programas y dejarlos reducidos á una de tantas fórmulas agotadas de las que el espíritu práctico se desvía indiferente, por el contrario, entre los gobernados, región y regionalismo han tomado de improviso la popularidad y los soberanos prestigios de las fórmulas más sugestionadoras de la muchedumbre.

 

II.-Síntomas del estado moral que descubre entre nosotros la exacerbación del regionalismo después del desastre.

Lo más grave del regionalismo, de esta suerte planteado ante nosotros, consiste por tanto en que nos descubre de súbito en el momento crítico de la mayor depresión del espíritu patrio ante la liquidación de un inmenso desastre, caracteres de vértigo pasional que antes no tenía, y traduciéndose en unos por arrebatos de violencia desgarradora de la unidad patria, y en otros como manifestación de parálisis en las fuerzas de cohesión de la nacionalidad.

Ante esta angustiosa realidad, reveladora de tan temeroso estado moral en los ánimos, se impone como apremio capital para la existencia del Estado el procurar ante todo desentrañar las causas de su coincidencia con el desastre, y apreciar la naturaleza y valer propio de cada uno de los factores que producen  semejante explosión. Cualquier falta de prudencia política, por acción ú omisión de los gobernantes, puede ser en este punto á la hora presente origen de incalculables daños; y no hay en nuestra gobernación interés superior al de atinar en estos momentos á discernir, entre factores tan heterogéneos como los que presenta esta explosión de regionalismo, cuáles son los quebrantadores del sentimiento de la patria grande, y cuáles aquellos otros que representan, por el contrario, ideas vivas, fuentes de regeneración y acumuladoras de energías nacionales.

En la vida colectiva de las naciones, como en la individual del hombre, males y adversidades son la mejor prueba de la propia fortaleza. Los sujetos vigorosos por constitución orgánica ó temple de espíritu la aceptan y afrontan con serena energía. En ellos el dolor y la tribulación parecen tener virtud purificadora. Después de la lucha y crisis de un gran padecimiento, su organismo, eliminando al fin los elementos mortíferos, aparece luego como transformado y en mayor vigor y lozanía que antes. Por el contrario, sobre otros sujetos, el dolor desequilibra hasta el instinto de conservación; refractarios á comprender que el padecimiento puede ser prueba depuradora, justicia y castigo saludable, se arrebatan en protestas ó imprecaciones, buscando entre vértigos de suicidio más precipitado acabamiento, aun cuando sientan vigor físico para recobrar plenitud de vida, y mucho más si su naturaleza es pobre, enfermiza y desequilibrada al igual de su espíritu. Rendidos ante el primer dolor que hace presa en ellos, parecen buscar redención en el anonadamiento. Por esto todos los siglos vienen señalando que las desventuras nacionales, cuanto más grandes, constituyeron siempre la experiencia más patente del vigor orgánico y espiritual de las naciones; y que no hay síntoma más trascendental que éste para apreciar los estados de vitalidad ó decadencia de los imperios.

Así, lo que debe llevar más hondas preocupaciones al ánimo de los gobernantes, en esta explosión del espíritu regionalista coincidiendo con la tremenda catástrofe nacional, es que el síntoma de mayor relieve en ella, y como si fuera su característica principal, consisten en aparentar producirse fundamentalmente como protesta iracunda con imprecaciones tan arrebatadas, que entre ellas suenan á las veces blasfemias hasta contra la patria misma. La realidad capital de ese regionalismo no figura, en efecto, cifrada en amores doctrinales por instituciones muertas, parece representar ante todo una protesta. En él se han condensado todos los efluvios de ira y rencor contra la soberanía asentada en centralismo; es protesta é imprecación vibrante que se exhala de nuestros pueblos como grito arrancado por los dolores de la carne destrozada. “Refleja un sentimiento interno, denso, muy profundo, de odio invencible de las regiones contra el bárbaro poder que las avasalla, fuerza centrífuga, hondísimo divorcio, energía repulsiva que las lanza muy lejos de aquel poder oprimente. Tan evidente se muestra este sentimiento centrífugo, que su hostilidad simbolízase, en efecto, en el nombre que representa el centro desde donde aquel poder se ejerce: Madrid. 3 De ello también procede el que después del desastre la fórmula de no hacer sacrificios y de no pagar impuestos se convirtiera en programa de regeneración; y desde las primeras reuniones de las llamadas asambleas nacionales de productores resonó como grito del espíritu público que “si hubiésemos de seguir viviendo como vivimos, sería preferible entregarnos desde luego á Francia ó á Inglaterra, poniendo punto final á la historia de España”. Y las tres mil personas que escuchaban subrayaron el concepto poniéndose en pie y aclamando frenéticamente al orador 4.

Y esto en la legendaria Zaragoza, en cuya frente parece reverberar con tan intenso fulgor la aureola mística y tradicional de la patria, figurando por ello como la ciudad símbolo para la más viva representación de nuestra independencia nacional en sus fundamentos más sólidos y ser la demostración más palpable de que nuestro pueblo no comprende colectivamente que la vida merezca vivirse sino sólo allí donde está la patria, y de que ante él este santo nombre de la patria evoca sentimientos más excelsos que los de una mera solidaridad de intereses materiales, pues si fuera asociación cimentada únicamente en el egoísmo utilitario que crea las compañías de seguros mutuos, no inspiraría jamás sacrificios colectivos de vidas y haciendas. Lo que significa, en efecto, la gala de más valía ostentada por esa ciudad heroica es que ningún pueblo ha sentido más hondo que el nuestro que la patria descansa ante todo sobre un misterio espiritual, principio vital y agente de renovación perpetua, enlazando en suprema solidaridad la vida y la muerte al través de los siglos, llevando en sí la justificación de los mayores sacrificios. Por ello Zaragoza figura en nuestra historia cual deslumbradora revelación de que la patria es un cuerpo místico cuyas líneas visibles encierran el más alto misterio de la vida, el misterio de la solidaridad de las generaciones humanas enlazadas por un ideal que todo lo asimila y subordina, y en cuyo seno las naciones se engendran, engrandecen y llegan á la plenitud del cumplimiento de sus destinos providenciales, entre glorias é infortunios, experimentando tantos dolores como alegrías, quizás más tribulaciones que bienandanzas, y contribuyendo con frecuencia las desventuras, más que el mismo triunfo, á fortalecer su espíritu y á vigorizarse en su fe nacional.

Harto se comprende que sientan muchos quedárseles el corazón entre congojas y sin serenidad para escudriñar por otras regiones cuáles son en el trance de esta adversidad los síntomas de vigor orgánico y espiritual y de los estados de vitalidad ó decadencia, cuando en medio de una ciudad símbolo de la más alta energía en los sentimientos patrios y dignificada así con triple nimbo de grandeza en el seno de nuestra historia, por la esplendorosa personificación que ella asume, se oyen, sin embargo, acogidas entre aclamaciones, esas voces fatídicas que parecen confundir á la patria con una vulgar asociación de socorros mutuos y proclaman como emblema del patriotismo el ubi bene ibi patria, dando como solución para liquidar desastres el poner punto final á la propia historia con abdicación de la independencia nacional.

Por lo mismo que la Providencia hizo á las naciones sanables, no pueden ellas subsistir sino á condición de creerse eternas; ellas no mueren, en realidad, sino de no querer vivir, y no hay síntoma tan fatídico para el acabamiento de una nación como el que penetre en su espíritu la idea de que va á morir. Esto, que relampaguéo en aquella asamblea de Zaragoza, constituiría, si llegara á tomar consistencia, el síntoma más siniestro de nuestro presente estado moral. Sobre esa base el regionalismo sería pavorosa agravación. Su mero intento traería tremendo riesgo del finis Hispaniae por descomposición fulminante. Un organismo nacional degenerado hasta enloquecer con semejante vértigo no se lira de suicidio sino con camisa de fuerza y concentrando rígidamente sobre él las más severas disciplinas sociales; y no se le puede aplicar otro reconstituyente moral que el de inculcarle, cueste lo que cueste, el sentimiento de la patria una, indivisible é intangible. Y no cabe distender las ligaduras sino cuando resulte vivificado tal sentimiento, en términos que la voluntad y obediencia colectiva aparezcan espontáneamente agrupadas en torno de aquel núcleo de ideas madres que, sentidas y acatadas como regla interior de los espíritus, crea, mantiene y rehace de continuo la unidad nacional enmedio de la gigantesca y universal labor de generación y descomposición perpetua que agita á toda la asociación humana. Libertades públicas, autonomías, regionalismos, descentralizaciones, únicamente pueden florecer y ser compatibles con nacionalidad sin envilecimiento, allí donde ante el interés supremo nacional se subordina todo egoísmo particular, y donde no se invoca en vano el santo nombre de la patria para hallar muchedumbres dispuestas a darle sin regateo vidas y haciendas.

Felizmente para nosotros, los temerosos indicios de esta índole aparecen dentro de nuestro estado moral en gran parte contrarrestados por otros síntomas, reveladores de fuerzas económicas y espirituales con vitalidad vigorosa para la reconstitución. Una observación serena de las manifestaciones actuales de nuestro espíritu público nacional descubre también, en efecto, que, á la par que se esparce entre nosotros tanto fermento de discordia y descomposición, se viene operando en lo más íntimo de la conciencia nacional fecunda evolución de criterios y convicciones, que tiene ya en la opinión pública arraigos más poderosos que todas las disciplinas de las milicias políticas, y por la cual los intereses supremos de la paz pública se sobreponen á las discordias de los partidos y paralizan todos los recursos de los medios violentos. Esta evolución lleva también con creciente energía á los espíritus á distinguir, separar y elevar la idea de la patria por cima de las formas de gobierno y de las accidentalidades de régimen político, que tratan de subordinarla é infeudarla.

El mismo regionalismo aparece constreñido por ese estado de opinión. Por ello hasta en sus manifestaciones más delirantes resulta arrebato ruidoso, pero por de pronto impotente y paralítico para recurrir á la violencia. Así, cuida de presentarse en primer término como protesta contra la infeudación de la patria por una oligarquía. Pone su justificación principal en haber surgido después de la catástrofe, como una energía defensiva del instinto de conservación, en las comarcas de más vigorosa vida, reivindicando su autonomía ante el quebrantamiento en las provincias del prestigio moral en el elemento directivo que manda, administra y gobierna en todo por régimen unitario de burocracia concertada. Sus voces suenan en demanda de redención y desagravio contra el caudillaje opresor, que, además de tratar como feudo á la patria, la ha precipitado á una inmensa humillación ante las naciones. Proclaman que precisamente para tener patria quieren desgarrar ese centralismo despótico que les ha resultado tan absorbente, corruptor é infamante, como impotente y fracasado para administrar los intereses públicos y desempeñar la tutela de los destinos nacionales.

Y en razón justiciera no cabe desconocer que la triste realidad que nos envuelve, presta sobre esto apoyos poderosísimos á tales clamores de agravio. Preciso es convenir, en primer término, que aunque esas voces arrebatadas suenen como imprecaciones fieras y lleven mucho aparato de explosión de odio desbordado, peor fuera que á la hora presente la Nación entera apareciera sumida en el silencio de masa inerte y sin pulso entregada con pesimismo colectivo á una resignación dispuesta á que la empujen al sepulcro. Pero además fuera de gran desvarío tratar de negar que esas imprecaciones encuentran un fundamento de realidad incontrastable en las presentes circunstancias de nuestra vida nacional. Se asemejan en mucho á aquellos gritos de rencor y protesta que en las postrimerías de la Edad Media partían de los extremos de la cristiandad contra la sede suprema de la jerarquía corruptora y expoliadora de las gentes. Entonces Roma, antes tan venerada cual luminaria del orbe y cabeza temporal y espiritual de la etnarquía cristiana y símbolo de todo lo más grande contemplado por el creyente en lo visible é invisible de la tierra y del cielo, sintió de pronto que, en vez de representarse ya á los pueblos en universal acatamiento, cual fuente de verdad y justicia y foco reverberador de sublimes ideales, lo mismo en el orden temporal que en espiritual, era señalada por el contrario cual metrópoli ramera, antro de simonía y prevaricación. ¡Babilonia prostituída en la que se compendiaba toda vergüenza. Y contra ella como capitalidad, símbolo y asiento de jerarquía expoliadora, envilecida y envilecedora, contaminada y contaminadora de todas las abominaciones, se concentraron iras fieras, aplicándosele las más tremendas imprecaciones de anatema y oprobio fulminadas en Sagradas Escrituras. En parecidos términos ahora, en esta explosión contra el centralismo dentro de la patria española, Madrid aparece concentrando todas las iras como sede y símbolo del organismo burocrático, político y parlamentario que se ha gangrenado nuestra existencia nacional, precipitándonos al fin á gran humillación ante las gentes. Madrid, sin embargo, es á su vez víctima como quien más de desgobiernos y corrupciones, y participa en desventuras, impuestos y sacrificios más que ninguna otra parte de la Nación, á la par que, lejos de ser la mayor pecadora, es por sí misma en la esfera de las letras, de las ciencias y de toda cultura y actividad del espíritu centro principal en nuestra vida social. Pero si á pesar de todo contra ella aparecen concitados los odios, es por lo que tiene de símbolo como capitalidad del centralismo. Por esto, según lo señalaba antes el Parlamento con singular elocuencia uno de nuestros más insignes oradores, “Madrid no se representa en esta hora á los ojos de los pueblos como foco de inteligencia, como fuente de la verdad y de la justicia, no; Madrid es una fórmula en la cual se compendian abominaciones y agravios; contra Madrid vuelven la mirada iracunda los pueblos recapitulando en esos días de adversidades sus enconos, sus heridas; en la exacerbación del regionalismo tomó forma ese fluido de rencor, de protesta, de desconfianza á toda la España oficial, que tiene por fórmula Madrid, como último estrago de nuestra centralización” 5.

Aunque este regionalismo aparezca ahora paralítico para recurrir á los medios violentos, importa no dejar que se colme la medida del agravio y rencor de los pueblos, manteniendo el armazón execrado de ese organismo de centralización que ha resultado impotente, inepto, opresor y corruptor. En esta administración asoladora y vejatoria que todo lo subordina á procurar resortes de dominación á la tiranía alternada de caudillaje político, apremia una reorganización profunda, procurando vivificar en nuestros terruños los gérmenes de la vida local con propia iniciativa y vigor para regir pro sí sus peculiares intereses. Si se quiere alejar el peligro de que no resulte de súbito desgarramiento ó revolución que se impone, urge en los gobernantes la iniciativa de la reforma y que se anticipe por ley el desagravio en todo lo que es justo y necesario desagraviar.

III.- Resultados de la centralización como procedimiento de política unitaria.

En el trabajo providencial de creación de nacionalidades y transformación de soberanía, cuyo desarrollo llena las páginas de la historia, nada se destaca desde hace diez siglos por modo tan culminante y con tan vigoroso y persistente encadenamiento de los sucesos como la dirección hacia constituir soberanías de Estado y personalidades internacionales en progresión creciente de fuerzas unitarias y acrecentamiento de imperio. Los monarcas y estadistas que dejaron más profunda huella de su paso y alcanzaron mayor dominio de su tiempo fueron aquellos que adivinaron con más clara intuición que los más altos destinos de la soberanía se encontraban siguiendo este derrotero impuesto á los pueblos por decretos supremos é inescrutables y contra los cuales resultaban al cabo impotentes todas las resistencias individuales ó colectivas que los hombres trataran de oponer. Por espacio de cerca de mil años la conciencia de las muchedumbres y de las clases directoras no vislumbró sino muy vagamente, y más bien resistió esta directiva capital de la historia. Por ello, lejos de cooperar como artífices de patria grande, dificultaron casi siempre la política unitaria, procurando fortalecerse más en las casamatas y defensas de un nacionalismo estrecho y raquítico. La realeza y los de mayor perspicacia entre sus ministros fueron los únicos clarividentes en secundar esta obra unitaria, fomentando al efecto con artes de consumada política los pequeños núcleos étnicos y territoriales que les quedaban en manos y que, vigorizados en energía y uniformidad, les sirvieron de base para ir asimilando sucesivamente porciones más importantes hasta últimar su empresa de fabricar patria grande, floreciente y poderosa.

Mas al avecinarse el estremecimiento revolucionario que hizo explosión en Francia, finalizando la centuria última, las clases directoras, y especialísimamente las burguesías más influyentes, se electrizaron con doctrinas, intereses y pasiones de un humanitarismo individualista que produjo estados de espíritu público y efervescencias pasionales de entusiasmo y esperanza sobre ideales más amplios que los de los nacionalismos de cuerpos de Estado fragmentarios y de particularismo estrecho, sobre los cuales el antiguo régimen engranaba el derecho público de su soberanía. Era ocasión propicia cual ninguna para que la potencia formidable del espíritu popular entrara á actuar de lleno directamente como principal fuerza creadora de patria mayor, y que al impulso de esa fuerza que levantaba á los pueblos en oleada gigantesca, todos los elementos particularistas de la vida nacional se trajeran á agruparse y refundirse en más poderosa unidad.

Los que asaltaron á la sazón los alcázares del Estado sintieron el ideal unitario con exaltación febril y potencia de hervor pasional adecuadas para acometer de plano y sin reparar en procedimientos la gran violencia que representa el hacer de pronto tabla rasa de costumbres, leyes é instituciones históricas, y despedazar los antiguos Estados y cuerpos políticos reduciendo todo al atomismo de la ciudadanía inorgánica, á fin de que la patria así refundida como bloque homogéneo y de una sola pieza fuera gobernable y laminable por el régimen de un mecanismo de Estado centralizado, burocrático, uniforme y simétrico en todas sus partes.

Si tal era desde aquella primera hora en el ánimo de los corifeos la intensidad de la corriente unitaria, no avasallaba tanto á otros elementos. En el fondo de las clases populares el misoneísmo contrarrestaba la virtualidad fascinadora de las nuevas doctrinas, y á la vez la organización secular de los intereses locales oponía sus fuerzas atávicas al ideal unitario. Pero con la desamortización civil y eclesiástica, la abolición de diezmos y derechos señoriales y la supresión de la desigualdad tributaria, se logró dominar el núcleo principal de la resistencia en el estado llano, y éste quedó además colectivamente empeñado así por egoísmo de intereses del lado de la revolución. Y en cuanto á la resistencia de los intereses locales contra el intento de desbaratar la organización tradicional rehaciendo el mapa administrativo delineándolo en otras distribuciones completamente nuevas cual si se tratara de rectificar  una figura sobre encerado, aunque pareciera resistencia más difícil de vencer, pronto quedó también reducida. Recurrióse igualmente para ello al procedimiento de encizañar rivalidades dentro de cada cuerpos de Estado limítrofes, se les contrapuso la ambición de las villas del propio territorio en anhelo de salir de situación subalterna convirtiéndose á su vez en capitalidad de algo. 6 Así los antiguos Estados, fraccionándose en las provincias ó departamentos de la nueva demarcación, ensoberbecieron las ambiciones de muchas villas encumbrándolas á ser cabezas de administracion y gobierno, y la gran política de unidad nacional resultó á la vez política de campanario que colmaba las aspiraciones de engreimiento en humildes poblaciones. Circunstancia hoy muy dada al olvido, pero en la cual está el secreto de una de las dificultades más intrincadas para constituir ahora las jurisdicciones del gobierno regional, cuya fábrica no se puede levantar sino abatiendo otras capitalidades y desmontando en cada región hasta en sus cimientos el campanario de muchas villas.

Con todos estos factores, y bajo el fundente de corrientes intensas de fe en los idealismos de las nuevas doctrinas que electrizaban al espíritu público, se produjo rápidamente una nueva cristalización de ciudadanía, con más amplia base unitaria y enérgicamente agrupada sobre el núcleo diamantino de ideas y sentimientos comunes, de donde emana la fuerza principal de los Estados y sin el cual no hay nación ni patria. Aunque asomaron entonces por las fronteras nacionales formidables ejércitos en amenaza de invasión para guerra de conquista y reparto y hubo espantosas convulsiones interiores, todo ello, lejos de contener ó desviar el impulso unitario, sirvió para estrechar más sus vínculos. En la exaltación febril de los nuevos ideales, los pueblos dieron por ellos sin regateo á la patria cuando pidieron sus gobernantes. La fe, que les enardecía la mente en alucinaciones de visionario, los hizo insensibles al dolor. A pesar de la mutilación y descuartizamiento de los organismos históricos, en cuyos resguardos habían encontrado baluartes para resistir al mismo absolutismo de la realeza, no advirtieron que entregándolo todo á un poder central absorbente, se desprendían de las principales garantías de los pueblos que quieren participar de su propio gobierno y entronizaban con nombre de Estado una máquina opresora, incompatible con las libertades públicas. Ni siquiera parecieron enterarse sobre esto de la advertencia de que con esa máquina opresora el jacobino, á la vista de ellos, en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad, entronizaba un despotismo digno del Dahomey, produciendo al cabo de diez y nueve siglos de civilización cristiana en la nación más culta de la tierra, el tribunal más sanguinario que ha conocido la historia y hecatombes humanas semejantes á las del antiguo Méjico. La gloria militar vino luego, como nuevo y más poderoso fundente para esta obra unitaria, y dejó consolidadas las instituciones centralistas, dando en la organización del año VIII modelo ejemplar de máquina burocrática, con ajustes de tan maravillosa precisión y desarrollo de tan enorme potencia, que cualquier nación, cogida en sus engranajes, mudaba instantáneamente de naturaleza, en términos de resultar ya en lo sucesivo pueblo educado para ser administrado é incapaz de libertades representativas, por haberse sofocado en él toda energía de iniciativa independiente y atrofiado todo núcleo de vida local y extinguido la fuerza electoral para las funciones electivas.

Hasta entonces, á pesar de los grandes avances centralizadores de los últimos tiempos de la realeza, venía siendo patrimonio común de los pueblos cristianos el considerar la acción del Estado como función de mero gobierno político, reducida á su mínimum en los demás órdenes de la vida social, mientras que por el contrario sobre estos cometidos se dilataba al máximum la acción y cooperación de las iniciativas privadas, individuales ó colectivas, fiando en ellas mucho más que en las providencias del gobierno. Mas desde que en esos mismos pueblos prevaleció la revolución centralizadora mudando el concepto fundamental de la función de gobierno, se extinguió para la vida local el vigor de su espíritu de intervención en las cosas públicas, y el Estado vino á considerarse como un poder central sustituyéndose en todo á las iniciativas particulares y reduciéndolo todo á universal tutela á fin de regirlo y administrarlo todo en lugar de todos.

Voces proféticas, con resonancia y majestad como la que entonces alcanzaba el insigne Burke, vaticinaron desde luego cuál había de ser el resultado social y político de esta manera de pulverizar la masa á fin de hacerla homogénea. También entre nosotros el ilustre Campmany, poniendo á nuestros reformadores en guardia contra tales métodos de política unitaria, que despojan á las naciones de su antiguo carácter haciéndoles perder la memoria de su libertad, escribía en 1808: “Igualarlo todo, uniformarlos, simplificarlos, son palabras muy lisonjeras para los teóricos y aún más para los tiranos. Cuando ello está raso y sólido y todas las partes se confunden en una masa homogénea, es más expedito el gobierno y más expedita la obediencia... En la Francia así organizada, que quiere decir aherrojada, no hay más que una ley, un pastor, un rebaño destinado por constitución al matadero... Allí, pues, no hay provincias ni naciones, no hay Provenza ni provenzales, no hay Normandía ni normandos, se borraron del mapa sus territorios y hasta sus nombres. Como á ovejas que no tienen nombre individual, sino la marca común del dueño, les tiene señalados unos terrenos con el nombre de departamentos, como si dijéramos, dehesas, y éstos divididos en distritos, como si dijéramos, majadas 7. A pesar de advertencia tan clarividente, en nuestra península la política unitaria se ha desenvuelto durante este siglo bajo la influencia de los mismos ideales, entre análogas exaltaciones del espíritu y siguiendo los mismos métodos que la revolución francesa.

La realeza no ha aparecido aquí envuelta en tanto aparato de tragedia como en la nación vecina, ni ha surgido tampoco entre nosotros ninguno de esos personajes extraordinarios que, favorecidos por las circunstancias ó imponiéndose por propia superioridad, se alzan cal gigantes en el seno de su patria, acertando á personificar en su prestigio ó á traducir en hechos heroicos los sentimientos colectivos. Pero se produjo en cambio, ante la perfidia de la invasión napoleónica, aquel incomparable alzamiento de todos los pueblos de nuestra península, unánimes con resolución heroica en el sentimiento de que es preferible morir á vivir sin patria. Y tas de la epopeya de la guerra de la Independencia hizo aquí también explosión la exaltación colectiva de los espíritus fascinados por ideales de vida nueva en una ciudadanía española regida y amparada en todos los ámbitos de la monarquía por las mismas libertades públicas.

Ese arrebato de pasiones en paroxismo patriótico fué generador de fuerzas revolucionarias poderosas para violentar en favor de la unidad nacional las instituciones y demarcaciones históricas de la patria, presentándose así entre nosotros también ocasión propicia para el decisivo avance unitario por medio del ímpetu popular puesto en grado tal de entusiasmo por un ideal que por ello los pueblos resultaban como insensibles al dolor, dejando que se atropellara su historia.

Enmedio de esos trances, el criterio de la política unitaria de nuestros gobernantes fué de tan radical centralismo que hasta pretendió en precepto constitucional que los pueblos de América se rigieran por las mismas leyes y decretos que los de la Península. Su política de unidad nacional consistió en desgarrar cuerpos vivos y destruir en el gobierno local las corporaciones creadas en el curso de la historia por obra directa de la naturaleza, produciendo el órgano adecuado á las necesidades tradicionales de su función, organismos que eran además baluartes de consistencia electoral y elementos de realidad insustituíble para instaurar libertades públicas. En lugar de apoyarse en esas instituciones seculares que representan en la adaptación de una raza con su suelo los misteriosos enlaces de la vida eslabonando lo pasado con lo presente y  uniendo de generación en generación á los mismos seres con las mismas cosas, el Estado impuso una organización centralizadora y simétrica, creando por decreto nuevas corporaciones y provincias, fábricadas como unidades de artificio para administrar de real orden toda la vida nacional. Las demarcaciones provinciales trazadas por D. Javier de Burgos en la ley de 1834, lo mismo que las de del 20 al 23, se ajustan estrictamente á los métodos de política unitaria del despiece departamental de Francia, sometiendo á nuestra patria al engranaje de aquella maquinaria burocrática, absorbente é irresistible que Bonaparte, por su Constitución del año VIII, llevó al último grado de potencia.

Sobre este incidente del suelo patrio así enrasado por la centralización pretendimos edificar instituciones parlamentarias. Pero como el poder ministerial ha quedado en posesión de esa máquina omnipotente, y él á su vez, con el funcionamiento singular de nuestro parlamentarismo, está secuestrado por la tiranía del pandillaje agremiado para vivir de los desmanes de la dominación, la nación entera resulta corrompida hasta la médula y esclavizada pro un despotismo tan infamante como el de la satrapia asiática. El régimen parlamentario, de suyo propenso á la corrupción por las luchas pasionales de los comicios, sólo puede prosperar en pueblos con vigor de iniciativa privada, de voluntad y de independencia en su ciudadanía para intervenir en las cosas públicas y regir sus peculiares intereses sin intervenir en las cosas públicas y regir sus peculiares intereses sin intervención constante del Gobierno. De fallarles tal condición, cuanto más amplio parezca el sufragio, tanto más rápidamente se propaga en ellos la gangrena. Porque la corrupción del Estado es contagio de escasa virulencia cuando la influencia de los poderes públicos se desenvuelve en esfera muy limitada. Pero cuando, por el contrario, esta influencia alcanza la extensión y omnipotencia característica de la centralización, la corrupción del Estado lo invade todo á un tiempo con rapidez fulminante, bastando una sola generación para que la economía entera del organismo social aparezca en estado de descomposición pútrida.

Por haber desposado el régimen parlamentario con la centralización, nuestros organismos constitucionales se han degenerado en tan terrible gangrena. Llámese como se quiera á este régimen, lo que hace toda su materia es el estar amasado en combinación de despotismo y servidumbre. En él vivimos con elecciones que son una mentira, con municipios que son escuela de perversión moral, con provincias envilecidas y entregadas á merced de los cómitres puestos por los grandes corsarios, con administración inepta y prevaricadora, con consejos de Estado y jueces hechos al servilismo de condenar ó absolver por mandato.

Ha sido para nosotros inmensa desventura que, por faltarnos en la crisis del traspaso del antiguo régimen al nuevo la asistencia de estadistas perspicaces para discernir los peligros de la centralización, nos incapacitáramos para las instituciones representativas, malográndose á este efecto por tan triste manera aquellas horas de exaltación del espíritu público tan preciosas para las grandes reconstituciones nacionales. Porque el ideal, al posesionarse así del ánimo de las colectividades, despliega fuerzas maravillosas de incomparable virtualidad unificadora; y á pesar de los delirios y aberraciones que produzca, representa en definitiva uno de los mayores beneficios que pueden tener los cuerpos de nación para refundir rápidamente en comunidad de intereses y sentimientos todas las diferencias, particularismos y disgregaciones en cuanto fueren incompatibles con patria mayor; y por él a la vez una sola generación puede bastarse para transfigurar su nacionalidad, y adaptar á sus organismos históricos un derecho público de instituciones verdaderamente representativas. Pueblo subyugado por un ideal siente en efecto movidas todas las almas en una misma dirección, y al amparo de la misma fuerza unitaria que le presta tal polarización de sus sentimientos concentrando su vida política, se le pueden prodigar autonomías de administración local, instituciones que lo capaciten para gobernarse por sí mismo y fecunden las iniciativas particulares, sin que esto redunde en menoscabo del formidable poder que entonces adquiere para exteriorizar grandes destinos nacionales.

Pero también, por la naturaleza misma de estas formidables potencias que el ideal desarrolla en los pueblos hasta cuando es quimérico, resulta más necesaria que nunca la dirección del verdadero hombre de Estado en la hora crítica de los estremecimientos revolucionarios. Y no hay revolución fecunda sino gobernada por quien sepa dirigir y vivificar en el alma de los pueblos esas potencias misteriosas, llegando al corazón de las muchedumbres para apartarlas del peligro de sus propias alucinaciones idealistas é impedir que sus fuerzas se desvíen de la realidad; por político, en fin, que llevando siempre el gobierno de los sucesos con la previsión que ha de llegar momento en que ese ideal pueda convertirse en desilusión, prepare los acontecimientos y los espíritus á que del mismo ideal convertido en frío desengaño le quede de todas suertes á la patria una resultante benéfica, y que en descargo de cualquier violencia cometida en atropello de la historia quepa presentar con ventajosa compensación la grandeza de lo que por ella se engendró.

Todo esto ha fallado en el desenvolvimiento revolucionario de nuestra política unitaria sobre la base de la centralización. Falló el arte de gobernar opinión y de poner á las muchedumbres en cooperación para altos pensamientos de Estado; falló la perspicacia para tomar los verdaderos derroteros de los grandes destinos de la nacionalidad hispano-americana, valiéndose de las fuerzas unitarias de la revolución para crear la España Mayor; falló el sentido práctico para discernir en la descomposición de lo antiguo y en la generación de los organismos nacionales nuevos cuáles son las fuerzas morales que más enérgicamente pueden unir sobre tierra de España á las generaciones pasadas con las presentes y venideras, manteniendo vivo en ellas el espíritu de sacrificio, y á pesar de la contradicción permanente de conflictos é intereses, formar la ciudadanía española en el más alto temple de cohesión y solidaridad de sentimientos inspirados por una herencia de glorias, esperanzas y tristezas comunes; falló el instinto de la realidad para no hacer de ensueños y delirios mayor caso que de la tierra que se pisa; falló, por último, en los gobernantes hasta la vulgar experiencia política de que á la historia no se la puede violentar sino á condición de fecundarla.

Las revoluciones de política unitaria llevada por los métodos de la centralización son las que más necesitan ante los pueblos continua justificación de grandezas exteriores, luminosas estelas de gloria miliar ó fascinaciones de espíritu ante un ideal por cuyos ensueños quede el alma colectiva sugestionada para no sentir los dolores que la realidad le impone. Si en medio de un gran arrebato de pasiones desbordadas en drama ó tragedia emocionante las naciones cogidas en estupor, se dejan atropellar, luego la reacción en ellas es terrible, á no ser presentándoles glorias y grandezas como fruto de esa pasión. Los pueblos aceptan también con resignación y entusiasmo de mártires todos los suplicios, prestándose alegres á que los despedacen, mientras alienten fe viva en que con esas mutilaciones se atajan las vías para entrar en plenitud sus ensueños y esperanzas. Pero desdichada la nación sofocada por los métodos centralizadores el día de una liquidación triste en que se le arrebaten sus ensueños. No hay depresión de ánimo comparable á la de un pueblo habituado á llevar aureola secular de gloria y que siente de pronto desvanecerse así su fe y sus esperanzas en desenlace de una revolución fracasada. Perdido el respeto á sus clases gobernantes, desconfía de todo esfuerzo colectivo. Ve en el poder público la personificación de la ineptitud, y á la vez llega á desconfiar hasta de sí mismo, preguntándose si en su propio corazón y en su espíritu de raza existieron alguna vez los tesoros legendarios que creyó poseer. Y con este pesimismo, que lleva á renunciar á toda grandeza patria, cunde por la ciudadanía la idea mortífera de vivir cada uno para sí, atento sólo á la conveniencia del egoísmo particular, que viene á ser como un vértigo de suicidio nacional.

Los estados morales de nuestro espíritu público presentan muchos síntomas de éstos al liquidar ahora en el balance de la centuria el resultado de la política unitaria llevada por los métodos de la centralización. Durante el transcurso del siglo, los espíritus, puestos en fiebre de soñar ideales, tuvieron como un resorte hipnótico que permitió á la centralización, con capa de política unitaria, operar casi sin dolor sobre el cuerpo vivo de nuestra patria horribles mutilaciones. Peo al remitir la tensión producida en el espíritu público, ante el Estado centralista, destructor de toda institución de independencia, municipal ó provincial, y de todo núcleo de vida local, y que además, á la postre, como liquidación de la centuria, no presenta sino fracasos y descréditos y á la patria con todas sus glorias aventadas y humillada y empequeñecida en el orden moral y en la extensión del territorio á la situación de los peores días en el siglo XV, era inevitable que con tan cruel desengaño los ánimos no se sintieran embargados por sombrío pesimismo, y que el Estado centralista les pareciera al fin á los pueblos, en la función administrativa, un azote generador de opresiones intolerables, y en la función de gobierno una irrisión de poder público impotente é inepto, la más miserable constitución de soberanía que registra la historia.

 

IV.-Causas y efectos de la convivencia de la centralización y del parlamentarismo en nuestro régimen constitucional.

La construcción de derecho constitucional, levantada por obra de nuestra política unitaria durante este siglo según los métodos de la centralización, consiste en un edificio aparatoso de espléndida portada y mucha magnificencia en fachadas, pero indicando desplomes y donde no se encuentra pieza vividera adecuada á las necesidades cotidianas. En ese alcázar fantástico hemos instalado nuestro régimen parlamentario, dando en él desde el primer día amplia entrada á todo el patriciado y á la burguesía y prodigando los mayores deslumbramientos ante la imaginación popular para que acudiera allí también compacta muchedumbre de pueblo creyente. Pero aunque al principio y en alguna ocasión solemne la celebración de misterios eleusinos produjo gran expectación de gentes y acudió concurso de multitud disputándose la entrada, de ordinario las estancias de ese alcázar, destinadas á ser el templo donde se elabora la vida nacional, dejaron impresión de gran vacío. Ultimamente, abriendo de par en par las puertas del sufragio universal, creímos que el pueblo llevaría allí al fin la animación de sus fuerzas vivificadoras y que aquel recinto serviría para recoger las aspiraciones, entusiasmos y pasiones, los gritos de dolor y las protestas de las muchedumbres. Pero el pueblo, como en presentimiento de que la fábrica se desplome ó sea lugar de maleficio, resiste traspasar aquellos umbrales, donde, por lo mismo que se habla en nombre de él, ostentando poderes y representaciones que él no ha otorgado, considera que todo es allí fantástico y de leyenda, con mentiras vergonzosas sin enlace alguno con la realidad.

Pesa, en efecto, como el pueblo lo presiente, un gran maleficio sobre ese alcázar de nuestro derecho constitucional. Todo él está cimentado en falso. Aparenta una construcción de parlamentarismo con sufragio universal, es decir, de las instituciones políticas que por naturaleza más requieren el concurso de todos en cooperación de iniciativas libérrimas, con fuerzas vivas de sufragio independiente y colectividades de cuerpo electoral con potencias orgánicas. Pero nuestra construcción parlamentaria no tiene nada de eso; su cimiento y argamasa es, por el contrario, el de la centralización más absorbente, con instituciones administrativas, políticas y judiciales montadas en pie de guerra, como instrumentos de terror contra toda iniciativa independiente, y que sofocan, paralizan y exterminan todo germen de cooperación autónoma y todo núcleo de consistencia electoral. Nuestro régimen administrativo resulta, pues, en inconciliable contradicción con nuestras instituciones políticas; y como la administración es de más irresistible influencia y potencia por su acción constante y avasalladora sobre todas las situaciones y necesidades cotidianas de la vida, ella es en definitiva la que se sobrepone con primacía incontrastable para moldear nuestras costumbres públicas y nuestro estado social. Así el régimen parlamentario representa entre nosotros un edificio constitucional fantástico.

Este fenómeno de dos órdenes de instituciones antitéticas, presentándose, sin embargo, en tan íntima convivencia y compenetración y resultando el artificio de sus convencionalismos más potente que los factores de la realidad, se ha producido merced á las circunstancias más excepcionales y anómalas de los estados de opinión. Nuestro derecho público se asentó sobre esa antinomia cuando la dirección principal de las corrientes del espíritu en las clases más activas é influyentes estuvo orientada en el sentido del liberalismo primitivo, refractario á libertades cooperativas y encerrado en el credo unitario de un Estado simétrico, burocrático, individualista, que no admite más derechos de personalidad que los individuales del ciudadano. Parlamentarismo y centralización eran instrumentos capitales para hacer prevalecer tales ideas y dar satisfacción á las pasiones de los que las agitaban. Así parecieron como inseparables y compartieron pro ello á favor suyo aquellas fuerzas del ideal generador de fe y entusiasmos colectivos con energía proporcionada para operar sobre los organismos del Estado las grandes renovaciones de donde surgió la obra unitaria. Mientras duró tal tensión de los espíritus, las naciones, así como parecían insensibles al dolor de la carne desgarrada, tampoco advirtieron la antinomia entre el Estado con la naturaleza autocrática de la centralización y el Estado con la expansión de autonomías orgánicas indispensable al régimen parlamentario.

El transcurso del tiempo trajo después sobre esto las ideas á profunda evolución; y á medida que fué desvaneciéndose la fe en los ideales primitivos del liberalismo, los pueblos sintieron con creciente pesadumbre el armazón del mecanismo administrativo. Empezó á cundir el asombro y á parecer inverosímil que, á pesar de ese contraste entre lo real y lo aparente en la fábrica constitucional, semejante construcción pudiera, sin embargo, mantenerse por tanto tiempo cual mole en equilibrio estable, y que la centralización y el parlamentarismo figuraran conviviendo en buena armonía, prestándose recíproca ayuda. Á los más reflexivos les asaltó preocupación de peligro inminente de desplome en ese alcázar sin cimientos, y el contubernio del régimen representativo con el Estado centralizado, usurpador de todas las funciones, produjo entre la multitud el efecto de uno de los mayores oprobios de servidumbre conocidos en la historia. Todos estos sentimientos vinieron á temerosa exacerbación en la hora del gran desastre.

Bien notorio ha sido, en efecto, hasta para los observadores menos perspicaces, el extraño fenómeno de espíritu público sobrevenido entre nosotros inmediatamente después de la catástrofe. Acto continuo del ardiente lirismo que trasportaba los ánimos al más alto engreimiento patriótico, se produjo de pronto en el estado moral y social un enfriamiento súbito semejante al brusco descenso de la temperatura á que en las tardes de otoño la puesta del sol da lugar en nuestro clima. Enfrióse de pronto aquel arrebato de los ánimos, y en lugar del engreimiento de espíritu se advirtió, la seguridad general y quebrantados los prestigios del equilibrio de factores políticos que actúan como fuerzas propulsoras del régimen. Sin que en el mecanismo constitucional se hubiera alterado lo más mínimo, se tenía conciencia instintiva de que todos los aparatos de la política, guardando intactos sus nombres y apariencias, no representaban ya las mismas potencias reales, como si el rango y la dignidad de todos se hubiera rebajado en muchos grados por una depresión general. Era difícil precisar tal cambio; no cabía hacer de él responsable á nadie en particular; los gobernantes y las clases directoras valían tanto como la víspera, y quizá más, si se tiene en cuenta la experiencia acumulada y el anhelo interno de rehabilitar su crédito político. Pero la catástrofe había estremecido nuestro suelo, quebrantando las construcciones de nuestro derecho público, por manera que ya á la vista de todos parecían edificio reducido á fachadas resquebrajadas. Y esta desconfianza precipitaba á no pocos en busca de nueva vivienda y de hombres nuevos. El pesimismo parecía haberse convertido en el temperamento propio de nuestro pueblo.

Con nada se define mejo ese estado actual de nuestro espíritu público en desaliento en torno del régimen parlamentario que diciendo de él que parece la propia antítesis del espíritu que engendró al régimen. Sobre él la multitud parece en esta hora incapaz de odio y amor, desilusionada de toda pasión, refractaria á esperar algo del tratamiento de curación, y mirando á los gobernantes como los enfermos que, perdida toda esperanza de mejora, indiferentes á cuanto les dicen los médicos, los oyen á todos con la misma melancolía.

En medio de este derrumbamiento moral, luego se percibieron, sin embargo, algunas palpitaciones de opinión más vigorosas. Manifestáronse primero como ayes lastimeros y voces de delirio de una nación estremecida por dolores agudísimos en todos sus órganos viales. Ahora es cuando siente el cuerpo social en sus entrañas el monstruoso tumor que se le ha formado por haber convivido con centralizacion y parlamentarismo. La fábrica constitucional fantástica, mantenida en equilibrio por artificios de convencionalismos, ha perdido el talismán de sus prestigios y amenaza desplomarse con cualquier ruido de trompetas. En torno de ese alcázar el encantamiento de las imaginaciones y de las ideas evoca ahora, por el contrario, apariciones del mundo olvidado, como si en la raza resurgieran impulsos atávicos para agitarla con voces de los antepasados. Las fuerzas activas del espíritu, que durante este siglo buscaban el ideal por las vías del credo unitario de la centralización, parecen ahora vivificadas, por el contrario, para sacar del fondo de nuestra historia todo lo que el genio nacional tiene en sus tradiciones y en la fiereza de su temple, como elemento de mayor potencialidad para vida de discordia, particularismo y atomismo. Con esta radical mudanza en el estado de las ideas y sentimientos, los afectos populares y la organización oficial han venido á publico divorcio; hoy más que nunca cunde entre nosotros la idea de que el gobierno, la administración y la justicia son nuestros mayores enemigos. En este ambiente de protestas, rencores y enconos de odio entre gobernados y gobernantes que se detestan y administrados y administradores que no se ponen en contacto sin agraviarse, empieza á condensarse temerosa tempestad. Y en el seno de tal desasosiego se hallan en plena fermentación como principales explosivos los múltiples elementos de todos grados y matices de lo que se llama el regionalismo, y es agente con potencialidad de pasar á los términos más opuestos, según las condicionalidades impulsivas y los accidentes de personas y circunstancias que concurran al desarrollo de la crisis social y política.

 

V.-Por qué los ideales del regionalismo aparecen hoy como incompatibles entre nosotros con la política unitaria de patria mayor.

Entre los factores de estado social que acompañan á la presente explosión de las ideas regionalistas en nuestra patria, ninguno es de tanto peso como la circunstancia de que ellas sena actualmente, enmedio de los programas de política, quizás la única ilusión viva y con acción de entusiasmo sobre las colectividades. Allí donde centellean estas ideas, inundando de poesía soñadora toda una comarca, como ahora en Cataluña, á ellas van á afiliarse en bandadas libérales y conservadores, republicanos y monárquicos, tradicionalistas y conservadores, republicanos y monárquicos, tradicionalistas y revolucionarios, demócratas y realistas, católicos y librepensadores, rompiendo sus respectivas disciplinas de escuela y partido, replegando sus banderas, dejando á un lado cualquier otro emblema que pudiera dividirlos, á fin de aparecer todos unidos como una sola milicia. Todos á una, con lo presente, abrir los sepulcros en los panteones de la historia en busca de armaduras medioevales y del pendón de San Jorge para resucitar las leyendas de la tierra en los tiempos heroicos en que las patrias chicas figuraban como patrias grandes.

Mientras en las escuelas y partidos de la política unitaria asentada sobre la centralización y el régimen parlamentario, los ideales, que son el resorte dinámico principal en la acción colectiva y el soporte invisible de las instituciones humanas, aparecen ahora como ideas frías ó muertas, en las milicias políticas, por el contrario, sobre el credo regionalista se encuentran estados pasionales de odio y amor, gentes que se entusiasman, corifeos que crean en algo. Y en política, como en religión, el creyente tiene más fuerza que el escéptico. Porque una convicción enérgica no se combate eficazmente sino con otra convicción no menos enérgica; y contra la fe viva é intensa, la fuerza material resulta una débil caña, si tal fuerza material está al servicio de las creencias tibias y sentimientos apocados del pesimismo ó de la indeferencia.

Esta superioridad de no encontrar enfrente de sí energías de convicción tan intensas como la suya constituye la ventaja principal que, por de pronto, lleva el regionalismo. Enfrente de él figura el centralismo como mera fuerza de inercia y de estado posesorio de los instrumentos oficiales de la administración y gobierno; y los mismos ideales de la patria una é indivisible parecen en el organismo del Estado sin vigor para reaccionar en propia defensa ante agresiones audaces, llevando á las veces hasta el oprobio de la manifestación separatista.

Credo desarrollando potencia de enfervorizar entusiasmos colectivos, y mucho más si resulta el único con esta virtualidad dentro del estado social, debe tenerse en cuenta no sólo por los principios que proclame, sino principalmente por las fuerzas activas que produce y por el impulso que imprime á los sucesos. Y aunque en él hubiera dogmas absurdos, alucinaciones visionarias sobre idealismos enfermizos, el gobernante debe responder á la primacía de la consideración de que ésa es, por de pronto, la única fuerza capaz de mover en el pueblo la potencia del ideal, sin perjuicio de que, á la par de este miramiento, no falte la previsión de prudencia para preservar á la multitud de sus propios extravíos y preparar los espíritus y sucesos á la hora en que el ideal produzca desilusiones en lugar de entusiasmos.

Por todo esto anda ahora más viva que nunca en el antiguo Principado la plática de las cosas públicas, que cada uno encamina según su intención ó noticia, aunque generalmente el arrebato de los ánimos en unos y otros dé poco lugar al juicio sereno. Así, los casos presentes han sacado á muchos hombres de sus casas, incluso á los que vivían más apartados de bandos políticos, engrosándose cada día el número de los desasosegados; y los unos ofendidos, los otros temerosos, los unos ilusos, los otros buscando que se les remude el dominador, todos creen que ya les trae el tiempo la ocasión que cada cual espera.

Los ideales regionalistas constituyen allí en esta hora la más poderosa fuerza de cohesión para aunar todos estos intentos. Y cualesquiera que sean los móviles impulsivos de la inquietud de cada cual; desasosiéguese éste ante el temor de la fiscalización de sus operaciones para liquidarle el balance de sus utilidades, agítese aquél por venganza y otro por anhelo de regeneración y de libertades locales en su república, todos se agrupan, suman y confunden bajo los emblemas del catalanismo. Atentos á aquella máxima de que cada uno sabe lo que basta á su conservación, consideran que el remedio de sus males está en regirse por propia cuenta, y piden que se les fíe en absoluto su peculiar regimiento, fundando la demanda en su práctica y valer. Ofrecen, si esto se les otorga, no perdonar gastos y contribuciones en beneficio de los intereses públicos. Juzgando como extranjeros á los que no sean ellos mismos, y en presunción de bastarles ellos solos para todo lo de su república, y declarando que procediendo así servían al príncipe y á la patria, llegaron algunos hasta á insinuar que debían esquivar como cosas extrañas el que se introdujeran allí la justicia, la moneda, los sellos y las armas de la soberanía nacional de patria mayor 8.

Á nuestra vista, en suma, se están desarrollando allí movimientos de espíritu público con trámites preliminares que en no pocas incidencias cabría relatar reproduciendo páginas de Melo. En el fondo, sin embargo, las situaciones respectivas son harto diversas. Por de pronto, en aquellas alteraciones del siglo XVII, las plebes actuaron de iniciadoras, llevando tras de sí á las clases altas; pero en el actual proceso de estos movimientos de opinión, las clases populares lo mismo que los patriciados parecen hasta ahora masa sin impulso propio, arrastrada por elementos de clases medias comerciales é intelectuales, y entrando gradualmente como mole pasiva á hacer cuerpo con los estados de inquietud y á seguir y favorecer las actitudes de los destemplados. Además, para la reivindicación de propio regimiento no era menester entonces crear ó fantasear organismos de administración y gobierno. Tenían instituciones locales funcionando con un ordenamiento secular, y al frente de ellas las jerarquías históricas aparecían rodeadas de los mayores prestigios en que las dignidades del mundo pueden asenar la conformidad y acatamiento de los que han de obedecer. Los pueblos á su vez estaban connaturalizados con esos organismos y amaestrados también á gobernarse con tales estilos. El pleito con la soberanía sobre los estados posesorios de las jurisdicciones administrativas y gubernamentales no consistía  como ahora en arbitrar medios nuevos para trasferir á los poderes locales cuidados que estuvieran á cuenta  del poder central; sino á la inversa, en impedir que el gobierno central no menoscabara la competencia y jurisdicción que venía ejercitando el principado. El fuero regional que invocaban y ante el cual se enardecían sus entusiasmos no era entonces un idealismo vago, sino una realidad palpable y viva en la cual de generación en generación había venido compenetrándose toda la existencia individual y colectiva de los habitadores de aquella tierra. Su enamoramiento, en fin, no era el amor romántico por cosas que no existen fuera de la fantasía del enamorado, sino que era amor incorporado en cosas  seres reales que con ellos convivían.

Ahora, por el contrario, la reivindicación regionalista se cifra en idealismos vagos y enamoramientos románticos por cosas y seres no sólo desconocidos, sino que ni siquiera tienen existencia real fuera de las imaginaciones; cosas ó seres más ó menos futuribles que, si por de pronto, en su estado presente de mera idealidad, pueden impresionar á la imaginación soñadora alucinándola con perspectiva de toda suerte de perfecciones y venturas, llevan en cambio muchos riesgos de resultar impracticables, ó por lo menos de que la región que intente realizarlos y vivir á solas con ellos venga á padecer durante largo período de anarquía mucho más que de lo que no quiere tolerar al presente.

Tan fundamentales diferencias entre la reivindicación catalanista del siglo XVII y la que estamos viendo surgir en esta hora, indican lo muy bastante cuánto difieren los problemas políticos por ellas planteados. Las tremendas complicaciones internacionales de nuestra monarquía en aquel fatídico 1640 hacían seguramente entonces más temeroso el conflicto; pero á la vez resulta hoy mucho más intrincado este problema en el orden interno de nuestra gobernación. Estado y regiones resultan, en efecto, cada cual respecto de su peculiar cometido, en igual triste necesidad de amaestrarse en todas las artes de gobierno. En medio de esta orfandad de experiencia gubernamental tienen que dar rapidísima solución al problema de pacificar los espíritus transfiriendo cuidados de administración de las manos de una soberanía de Estado en plétora de centralismo á regiones que perdieron los hábitos y organismos, y los prestigios de los patriciados indispensables al regimiento propio. Además, las jerarquías burocráticas de este poder central, tan en descrédito para las funciones de alta tutela social, están poseídas á la par, como por espíritu de cuerpo, de presuntuoso engreimiento en su universal suficiencia y de las vanidades externas de la primacía en jurisdicción características de la incapacidad que tiene que buscar en fatuidades de insignias de la representación exterior de jerarquía la compensación de lo que no es por sí misma. Las regiones á su vez, á la par de carecer de un ordenamiento de instituciones tradicionales para concretar y realizar sus reivindicaciones de autonomía, están enardecidas con idealismos indefinidos, por los que se exaltan en atrevimiento de creerlo todo posible. Así, los corifeos del regionalismo y sus intereses y pasiones colectivas que ellos agitan resultan puestos por el temor ó el odio ó la esperanza en peligrosísimo estado de ánimo, el más propicio para que la ceguera ó el enojo se precipite de pronto por algún camino en el que la misma osadía no se hubiera atrevido á pensar.

Harto grave es esta peligrosísima novedad que aparece ahora como problema principal en la crisis de nuestra gobernación, para que ante ella no se rindan los miramientos de la mayor prudencia política. Ella no puede ser materia entregada á los efectos del interés del momento ó del vaivén de las pasiones del gobernante, y menos á los improvisionismos de los partidos ó de las muchedumbres. Gravísima imprudencia fuera también el considerar que puede ser uno de tantos conflictos entregados al ministerio del tiempo para que se resuelva por su misma mesmedad. Los que sobre esto hayan de encaminar los sucesos y las determinaciones de gobierno, necesitan idea muy clara de su directiva y de la razón de sus actos y haberse trazado líneas de conducta para guiarse y guiar las cosas. Han de evitar en ello, no sólo para sí, sino también para cuantos sean ministros de esta obra, el aparecer actuando como sin determinar su fin, con actitudes equívocas y palabras generales llenas de duda ó artificio, y dando respuestas que dejen en mayor confusión que la misma duda que se consulta. Han de evitar que el problema regionalista se plantee sobre terreno como el del llamado concierto económico, en el cual es el espíritu regionalista no puede tomar cuerpo sin convertirse en desgarrador de toda política unitaria y producir tremendas anarquías. Y por de contado sobre todas las cosas debe prevenirse cuanto pudiera tener viso de provocación ó de propósito de conducir los sucesos á tensión violenta, precaviéndose de que por un arrebato de momento se creen estados de sedición, pues para pasar de sedicioso á rebelde la distancia es siempre mucho más corta que para salir del estado pacífico al sedicioso.

VI.-Rectificaciones necesarias en regionalistas y centralizadores para hacerse compatibles con política de patria mayor.

Si sobre todo esto se quiere llegar á buen fin, el camino más seguro para el gobernante es el de pensar que cuando todos los moradores de una tierra entran en tales inquietudes de espíritu, es indicio cierto de que ha de haber allí algún maleficio grande que desagraviar. Póngase, por tanto, las cosas  con condición de platicar y negociar de ello, á fin de procurar traer á todos á moderarse á sí mismos y alcanzar soluciones de concordia en la que unos y otros rectifiquen sus propios extravíos á la par que salen con buena opinión. Oyendo así al que se cree agraviado y no desesperando al que se queja, sino llamando á todos á esclarecimiento y concierto de buenas razones, es fácil que muy luego por parte de unos se reduzcan muchas prevenciones y por parte de otros se desvanezcan muchas utopías respecto del regionalismo. Estos ideales regionalistas, precisamente por la misma vaguedad con que se formulan, constituyen una de las materias más propicias para que sobre sus ideologías se alcance provechosa depuración platicando en serenidad de buenas razones. Haciéndolo así no se tardará en comprobar que no pocos de los que hoy se pronuncian como centralistas intratables son el fondo regionalistas sin saberlo; y que no menor número entre los que ahora aparecen como regionalistas intransigentes, en cuanto se enteren bien de lo que tienen que operar en villas y lugares de su tierra para hacer vida regional, pedirán quizás mayores amparos de poder central que los que hoy disputan como primacía de las jurisdicciones de Estado los mismos centralistas. Aquéllos han de llegar pronto al convecimiento de que hay una variedad que fortifica y fecunda la unidad mucho más que la  uniformidad mecánica de la centralización. Estos necesitan precaverse de espantables calamidades, resguardándose cuanto antes en el ideal de la soberanía tutelar de patria grande. Y vale más que lo adviertan desde luego, en vez de tener que aprender entre los dolores del escarmiento que no pueden fabricar el gobierno regional por ellos soñado, sino mediante violencias y despojos centralizadores en favor de la capital de su región; y que el método centralizador es más intolerable en la órbita regional que en la organización de la soberanía del Estado; y que, lejos de remediarse ningún mal presente con pagarse de las cosas pasadas, ese regionalismo que pretenden resucitar rasgando sudarios, implica gran maleficios, propio sólo para meter toda cosa en disturbio y confusión, encizañar rencores de provincia á provincia y de campanario á campanario, acarrear mayores rapiñas, estragos y tiranías locales, y producir, en suma, entre los pueblos de la respectiva región, una de esas violentas mutaciones de poder y dominación, acompañadas de terribles revueltas que no cabe apaciguar, sino cuando al cabo se aplica, con realidades incontrastables, sobre los moradores de una tierra el esurientes implevit bonis et divites dimisit inanes.

El regionalismo que estamos viendo germinar en nuestra tierra tiene, en efecto, ahora mucho de amor iluso para que la aureola del ideal que hoy la circunda y lo poetiza hasta en sus mayores extravagancias, no se desvanezca muy luego en cuanto salga del crepúsculo de las ilusiones para entrar en la plena luz de la realidad. Desde ahora puede hacerse seguro vaticinio de los desengaños que ha de producir esa región vislumbrada hoy en las imaginaciones por ella enardecidas con el perfume de los primeros entusiasmos, cual figura tan extraordinariamente bella y delicada que todo el que cambia con ella la mirada no se siente al punto apasionado y preso y con arrebatos violentos dentro del alma que no pueden calmarse sino por la posesión. Aunque les parezca ahora esa forma espiritual y corpórea como la germinación más maravillosa de la historia para que el suelo nativo tome personalidad sublimada por misterios de belleza, esto no obstante, cuando los enamorados vena á la diosa desprendida de su nube para vivir entre mortales, descubrirán en ella la misma naturaleza de imperfección de todo lo humano. Y si estos enamorados llegaran á celebrar sus bodas sin haber serenado su fantasía y preparado su espíritu al contacto de la realidad, en cuanto cada uno se hallara á solas con su región y empezaran los arreglos interiores de casa, determinando las demarcaciones, atribuciones y gastos respectivos en sus viviendas, región y regionalista recién desposados vendrían súbitamente á recíproco desengaño de sus ilusiones. Probablemente, aun antes de desprenderse de las galas nupciales, advirtiendo que de una y otra parte resultaban incapaces de realizar el milagro de la ventura soñada, empezarían hurtándose hasta el propio encuentro de sus miradas por miedo á descubrirse el primer brote de la decepción deslizada en sus corazones. Entre ellos vendría á reproducirse al cabo la eterna historia del empalago del idealismo cuando en el festín de amor romántico se advierte que en él no se da de comer al hambriento ni de beber al sediento,.

Por estas obsesiones de amor iluso, el regionalismo resulta actualmente ciego ante la realidad. Ni oye, ni quiere oir el no que esta realidad le impone, ni advierte siquiera el abismo infranqueable que impide el acceso al objeto de sus deseos. Á todos nos importa verlo desasido cuanto antes de la influencia fatídica de ese amor puramente imaginativo que sustituye lo real con vanas quimeras, en cuyas alucinaciones enfermizas, después de haberse agitado el alma entre  las tempestades de la pasión exasperada, sólo se alcanza que el desengaño imponga al fin sus más atroces padecimientos. Á estos idealismos de artificio, que no pueden incorporarse á la realidad, la naturaleza los hace efímeros, y sólo producen en la historia tremendos desconciertos. La pasión vivificadora á quien prodiga la naturaleza las grandes fuerzas de la fecundidad para el florecimiento de las naciones es la del ideal benéfico que, bañando las cosas de la existencia, como el sol á la tierra, ilumina á la realidad con aquellos encantos vivos y palpables sin los cuales los sueños, el delirio ó una bestialidad más grosera que la de las alimañas serían el único tejido de la vida del hombre. El ideal fecundador de las naciones es el que produce el enamoramiento de los que aman á la patria, no por las vanas fantasías que ellos lleven en la imaginación, sino por lo que la patria es en sí misma viva y real, tal cual la ha hecho aparecer en la historia el decreto providencial, dejándola envuelta siempre en el misterioso futurible de los destinos nacionales de la soberanía, con horizontes dilatados de siglo en siglo, á fin de que todas las generaciones puedan llenar y perpetuar en ella la aspiración de patria mayor, puesta por el Supremo Creador en el corazón del hombre como ley principal para la ordenación del mundo.

Si el regionalismo elimina de su seno los elementos de utopía, puede ser base fecunda de gran política unitaria para patria mayor. Por la misma potencia de la acción que su ideal ejerce ahora en los espíritus y por la virtualidad de la vida irradiada en focos diversos con instituciones para la administración autónoma, que son los órganos naturales de la economía social y política de su régimen de administración y gobierno, puede el regionalismo constituir el más eficaz remedio contra el tumor monstruoso que nos ha producido la convivencia del parlamentarismo con la centralización. La región puede procurar al Estado alivio de una carga agobiadora de administración y tutela, en la que nuestro régimen centralista es un fracasado. La región puede ser también para los pueblos un medio de desagravio de opresiones insoportables ó casamata contra tiranías de los agremiados para la dominación, puede ser, en suma, vía para reconstituir y rehabilitar en vida nueva los organismos provinciales y municipales.

En cambio, el armatoste descompuesto y opresor del mecanismo administrativo de la centralización que funciona entre nosotros es peligroso ya hasta para amasar el sufragio universal y amparar la seguridad del Estado contra explosiones anárquicas en los comicios. Lejos de ser adecuado, en adelante, para conseguir armonías unitarias, resulta, por el contrario, arriesgadísimo artefacto, muy expuesto á causar tremendos desgarramientos. Cualquier descuido al hacer uso de él puede bastar á que este pueblo, rehuyendo ejercitar los recursos legales, tome en los archivos de los antiguos Estados y reinos emblemas con que entregarse á procedimientos de violencia, que están más en concordancia con su temple de raza. Y no se ha de olvidar que para esto hoy ni siquiera le fuera precisa la rebeldía armada: bastaríale ejercitar á su manera el veto, que ha sido siempre el mayor poder de las plebes. La multitud tuvo en todos los siglos certero instinto de que la prerrogativa capital que le ha sido otorgada por la naturaleza para influir en las cosas de la gobernación consiste en la soberanía meramente negativa, pero incontrastable, de su veto. No hay, ni habrá jamás, Gobierno capaz de hacer lo que los pueblos nieguen con su gran veto. Cierto que la interposición de este veto tropieza con la dificultad de llegar sobre ello á entenderse en muchedumbres y en sazón oportuna, antes de que el gobernante les tome la vez presentándoles su acuerdo como acto ya ejecutado y cumplido. Pero hoy la rapidez de los medios de comunicación é información ha aprobado al ejercicio del voto popular facilidades nunca conocidas en la historia. Ahora los contribuyentes, si son dirigidos por mano experta en gobernar opinión y voluntades de multitudes, pueden preparar la interposición de su veto hasta con preliminares de ensayo y pruebas de simulacros parciales para declararse á una en huelga de obediencia á las leyes, con facilidad de confabulación casi igual á la del cuerpo de telegrafistas que hubiera perdido el respeto al gobernante y el temor á sus disciplinas burocráticas. Las muchedumbres van teniendo conciencia de la fuerza extraordinaria que en los estados sociales contemporáneos está adquiriendo el tacitum civium consensus rebus et factis, por cuyo ministerio resultan tan profundas las diferencias entre la promulgación de las leyes y el ser ellas vigentes. Y no hay quizás en el mundo pueblo que en disposición nativa y condiciones de carácter iguale al nuestro para ejercitar por las vías de la resistencia activa ó pasiva el veto ante los poderes públicos.

De todo esto nos ha surgido una situación crítica dificilísima y de muy delicado tratamiento, en la que hay riesgo inminente de las más fatales consecuencias por cualquier leve error en el aprecio y cálculo de fuerzas ó en el manejo y modos de gobierno que convienen á cada uno de los factores complicados en este temeroso problema. Resulta sobradamente manifiesto para todos el apremio inexorable con que se impone á los gobernantes el dar á los pueblos grande y pronto desagravio. Todos consideran también que lo más urgente de este desagravio es la redención de las opresiones locales, por lo que el intento de mantener en statu quo el régimen administrativo del organismo así abominado sería ceguera inconcebible al borde del abismo, despreocupación provocadora de explosión cuyos efectos son incalculables, así en las extremidades que vibran con enérgicos latidos en repulsión del centralismo, como en otras zonas intermedias donde el espíritu público de la vida nacional parece indiferente y moribundo, ó por lo menos inerte para toda energía de defensa.

Los de más alto sentido de gobierno reconocen desde luego que en la política unitaria del centralismo jacobino no se encuentran ya resortes poderosos para refuerzo y mayor amplitud de nuestra unidad nacional. Pero se paralizan á la vez sus iniciativas reformadoras ante los programas regionalistas que, aunque con muy distintos grados de extensión é intensidad, resultan agitados en estados de opinión que vienen á presentarlos más como protesta y fuerza negativa ó anárquica que como soluciones pacificadoras. Así, comprendiendo que el regionalismo puede ser vía de redención, se sobrecogen también con el presentimiento de que por leve tropiezo en esa vía pueden sobrevenir desastres mucho mayores que los que hemos experimentado hasta aquí, viéndose la patria envuelta en pavoroso estrago de combustión espontánea, como bosque que no se quema sino por sus propios árboles.

La política unitaria y el regionalismo han venido de esta suerte á ponerse en esa singular relación á un tiempo de simpatía y recelo que suele ser muy frecuente preliminar en las primeas comunicaciones de los que luego llegan á unir sus destinos. En ella los gobernantes, á la vez que vislumbran los encantos del idealismo y reciben la sugestión de cosas indefinidas que, aunque envueltas en celajes de ensueños, no pueden considerarse como cosas vanas, por advertir que proceden de las realidades más hondas de la vida, sienten también contrapuestos en su espíritu impulsos y emociones de estupor y espera, atracción y desconfianza, seducción de esperanzas y presentimientos de temor. Este estado de incertidumbre se agrava en ellos por el hábito contraído en los muchos años en que aquí quedó reducido el arte de gobernar á tener buenos propósitos y abandonarlos ante la menor resistencia, y á resolver todos los problemas políticos con el cúmplase la voluntad nacional y siguiendo los movimientos neuróticos de multitud alborotada con cualquier arrebato de emociones colectivas ó con cualquier himno que suene en la calle.

Pero aunque por efecto de tales hábitos han dado alguna muestra de proceder también respecto del regionalismo con alternativa de halagar ó vituperarlo irreflexivamente, según el impulso que recibían del vaivén de opiniones superficiales, parece que al fin se viene sobre esta grave materia á mejor conciencia del deber del estadista. Nada puede ser tan propicio á que la política unitaria de patria mayor y el regionalismo lleguen al cabo á identificar sus destinos, como responsabilidades de gobierno imponen el ver más largo y con más serenidad de juicio y voluntad más razonada y consistente que las pasiones colectivas engreídas en resistencias ó propagandas.

 

VII.- Si los ideales regionalistas pueden dar base á procedimientos de política unitaria rectificando la centralización administrativa.

El interés primario de nuestra gobernación resulta, pues, ahora concentrado en esta cuestión del regionalismo, cuyo problema presenta por premisa fundamental la formidable alternativa de que según la política que con él se siga será, ó bien explosivo de anarquía, furioso vendaval que nos lleve á naufragio, ó bien, á la inversa, elemento valiosísimo de reconstitución, y que en lugar de significar resta ó quebrantamiento de energías unitarias en la patria, represente, por el contrario, cohesión y poderosa fuerza propulsora hacia más amplia unidad nacional.

Dilema tal dice, por su mera enunciación, lo bastante acerca del cuidado que aquí se debe á cuento atañe al regionalismo. Requiere por de contado su tratamiento desviarse de todo lo que propendiera á hacerlo materia de violencia ó improperios. Sobre él, por el contrario, conviene iniciar enérgica rectificación de práctica tan inveterada en nuestros estilos de gobierno como la de dejar imprevisoramente que las cosas lleguen á agudez de conflicto, tratando entonces de reducirlas á viva fuerza. Hasta en los momentos de mayor arrebato, de protestas airadas y extravío en las reciminaciones del regionalista, conviene no olvidar que un pueblo desgobernado y sofocado por su órgano oficinesco, y para el cual los que llevan la Gaceta, además de resultarle opresores y corruptores en la gobernación interior, le han dejado amenguada la personalidad internacional de la patria, no puede tener sus sentimientos de patriotismo al mismo nivel del de la ciudadanía que se ve atendida con justicia interna y amparada en su dignidad exterior con grandes respetos internacionales. Mucho más avisado que el intento de acallar tales protestas por medio de recriminaciones y violencias será el de procurar quitarles la razón atendiendo al fundamento verdadero que para el agravio tengan esas quejas, y estimando sus síntomas como factores esenciales para solventar los problemas de moralidad y de recta administración.

Por los propios miramientos se deben también grandes respetos á las manifestaciones del regionalismo en letras y arte. No se han de tener recelos de los amores románticos á instituciones muertas que inspiran á los intelectuales brillantes conferencias de ateneo ó eruditos bosquejos históricos y derraman en juegos florales por villas y ciudades alegrías, idilios y ternezas recordando los esplendores que en otros tiempos tuvieron sus patrias chicas. Lo que puede haber de gótico en esos amores, es amor muerto; pero también sería ridículo gótico preocuparse hoy de que el desposorio de la niña D.ª Petronila con D. Ramón Berenguer pudiera ser en nuestros días causa ocasional de disgustos de familia. Tampoco son de cuidado los enamoramientos por lenguas maternales y literaturas de región de los pueblos refundidos en engrandecimiento patrio. Cierto que para estrechar la solidaridad de los hombres dentro de una misma patria no hay vínculo más íntimo que el del idioma, verdadera sangre del espíritu colectivo, mucho más importante en las relaciones de asociación humana que la plasticidad material de la sangre; pues hablar la misma lengua equivale á vaciar el pensamiento en el mismo molde, asociar y combinar las ideas de la misma manera, sentir colectivamente y experimentar unísonos las mismas impresiones sobre las mismas cosas, usar, en fin, mancomunadamente para la vida del espíritu y para las afecciones ese maravilloso instrumento, que es donde más esplendorosamente se objetivan todas las esencias del alma nacional. Pero en este sentido no hay en la tierra nacionalidad más privilegiada que la gran patria ibero-americana, y en ella es donde menos son de temer por confusión de lenguas los quebrantos de la política unitaria. En el castellano se ha integrado como una sola pieza esta gran raza histórica forjada por absorción de tanta diversidad de razas fisiológicas y nacionalismos desparecidos en el viejo y en el nuevo mundo. Y por los ámbitos inmensos de las fronteras en que esta raza asienta los magníficos reales europeos y americanos de su nacionalidad, el castellano se asimila de tal manera elementos étnicos y geográficos, moldeándolos y animándolos con vigorosa uniformidad en el pueblo que habla español, que por su dilatación gigantesca y por los altos destinos de los cuerpos sociales que vincula, es pieza principal de la arquitectura humana y del ordenamiento del universo. Por decreto ya inapelable en la historia, los demás idiomas y dialectos de la propia casa solariega tienen que gravitar como satélites secundarios de esta inmensa mole. En esa órbita resulta el regionalismo sin potencia restauradora de cuerpos sociales muertos ni de fuerza disgregadora de la unidad nacional; y en las preciosas joyas literarias y en los conmovedores cantares que produce parecen sonar aquellas notas de melancolía que la leyenda poética atribuye al cisne divino despidiéndose de la vida.

Á nuestra verdadera política unitaria de patria mayor le es ante todo indispensable que el conflicto entre el regionalismo y la centralización no se tramite por las vías de la indisciplina social con pasiones embravecidas para fiera discordia. La lucha á via fuerza entre el Estado y la región equivaldría á cortarnos una mano con la otra. Sobrado tiempo llevamos abrasándonos en la locura de entregar los más graves problemas de nuestra gobernación al ministerio de la violencia. Donde quiera que converjan nuestras miradas en los recuerdos de este siglo, tropezamos con visiones fatídicas de conflagración intestina, estragos de incendios y desolaciones, pueblos abrasados, plazas echadas á tierra, guerras en las que nosotros mismos fuimos los vencedores y los vencidos y el propio triunfo constituía el mayor desastre. Así talamos nuestros campos, destruimos nuestra hacienda, desangramos nuestras generaciones. Hora es que pensemos en gozar de nuestra España con quietud.

Pero no se llegará á pacificación de espíritus que permita solventar esta cuestión del regionalismo como pleito tramitado en vía ordinaria mientras no se precisen de una y otra parte los puntos del litigio. El mero hecho de venir á concretar la demanda y la reconvención bastará seguramente á despejar muchos equívocos, rectificando no pocos prejuicios y premisas falsas que hoy parecen obstáculo insuperable á desenlaces de concordia. Necesitan para ello unos y otros fijar la mirada en el radiante foco donde lo real y lo ideal se compenetran y son una misma cosa. El regionalista necesita dar posibilidades á su ideal, templándolo en experiencia conocedora de más cosas del mundo. Y el jacobino de la centralización no necesita menos darse cuenta de que por las mudanzas operadas en nuestros modos de concebir y en tender las cosas se han emancipado del Estado centralista tantas realidades, que sólo le restan las que viven en el organismo oficial. Regionalismo y centralización necesitan penetrarse mejor de que el régimen de las instituciones locales de cada nación es preciso descubrirlo y recogerlo en la realidad, y no inventarlo, si se quiere librar á los pueblos de un estado de conflicto permanente entre la estructura legal impuesta y la estructura real y orgánica. Los unos deben rendirse á la evidencia de que gobernar con régimen parlamentario y á la vez administrar con la centralización son cosas incompatibles. Los otros, por su parte, deben reconocer también que, en pieza de Estado ya forjada en una sola soberanía nacional, pretender que esta soberanía abdique parte de sus funciones esenciales al arbitrio de cada gobierno regional, ó reducir la reforma regionalista á que el despacho de los negocios se trasfiera de la mano de los funcionarios residentes en el ministerio á la mano de los funcionarios residentes en capitalidad de una región, es hacer un regionalismo destructor de unidad nacional é incompatible á la vez con las libertades municipales y provinciales de la misma de la misma región.

Situando así unos y otros su ideal en las realidades necesarias de su práctica cotidiana, vendrán á descubrir que la política unitaria de la patria grande y la del regionalismo se refunden, en suma, y se identifican en la solución de que el Estado y los organismos locales se transformen la mecánica actual de sus relaciones, á fin de que cada centro restituído á funciones de vida propia provea por sí á su desenvolvimiento, según su peculiar condición y naturaleza, dentro de la unidad rítmica que una misma soberanía nacional infunde á todos los organismos en ella integrados.

Con esto resultará cambiado el eje de todo el problema regionalista y de la política unitaria. En cambio, aparecerán entonces frente á frente, y en todo el relieve de su antítesis, dos sistemas diametralmente opuestos, por su antítesis, dos sistemas diametralmente opuestos, por su concepto fundamental del Estado y por sus procedimientos de política unitaria. El uno representará el criterio de la centralización jacobina, sometiéndolo todo á uniformidad y simetría y cuyo ideal consiste en provincias, municipios, funcionarios y cuerpos electorales movidos como maniquíes por medio de un resorte. El sistema opuesto agrupará, por el contrario, á los que quieran nación y patria grande de ciudadanos con voluntad propia y llevando por sí la gestión de sus intereses, para lo cual el Estado no puebla la nación con autómatas ni desgarra cuerpos vivos, sino que reconoce en existencia real de personalidades sociales á municipios, provincias, regiones y demás organismos, tal como los ha formado y creado el florecimiento natural de la vida sobre el suelo patrio. Este sistema es como casa paterna para el regionalismo con política unitaria de patria mayor. El sistema de la centralización resulta, por el contrario, incompatible con el regionalismo; pero tampoco abre las amplias vías de la nacionalidad ibero-americana á la gran política unitaria de la España Mayor. Y si para optar entre los dos sistemas se planteara la cuestión en su aspecto capital como política unitaria, es decir, preguntándose cuál es el mejor para los destinos mayores de la patria ibérica, no cabe dudar de la respuesta del estadista, prestando testimonio de que la política centralizadora nos aleja de la patria mayor. De modo que el sistema de la centralización viene á descubrirse en impotencia hasta en el propio terreno de la política unitaria, en donde pretendía encontrar su soberana razón de Estado.

Pero los maniquíes provinciales y municipales de un Estado centralizado no se convierten de improviso, por el mero desglose de servicios y jurisdicciones, en la ciudadanía activa de libres iniciativas y resguardada en los organismos vivos que requiere el régimen de instituciones locales por propio gobierno. Esta transfiguración es obra mucho más difícil que una vivificación por creación nueva, y constituye pro de contado la más intricada y de mayor delicadeza que puede acometer un estadista. En ella no cabe proceder sino por sucesivos avances y tanteos de descentralización 9. Y aun reduciendo así la operación á desprendimientos graduales y disecciones parcelarias, no se aminoran en mucho las dificultades, pues hay que cortar en carne humana muy dolorida, y sobre lo tejido y entrelazado constitucional y fisiológicamente en el cuerpo social, como las arterias, venas, nervios, músculos y tendones en el cuerpo del hombre. Prueba formidable es para el cirujano una disección separando tenues membranas allá en fondo de herida profunda anegada en sangre y donde, por no llegar la vista, el escalpelo se ha de guiar por el tacto y sobre paciente incloroformizable y en la neurosis de la sensibilidad más extraordinaria para los estremecimientos del dolor. Pero mucho más formidable y difícil es para el estadista la disección separando en el organismo del Estado y en los provinciales y municipales las tenues membranas de la función política y de la administrativa, de la deliberativa y de la ejecutiva, y desprendiendo en los comicios la libertad del sufragio de las influencias y falsas membranas que lo oprimen; y segregando para la gobernación las jurisdicciones del Estado y las de la región; y demarcando, en fin, dentro de la misma región el organismo propio de la provincia y del municipio autónomo. Y todo esto cuando la fisiología colectiva, mucho más complicada de suyo que la del ser individual, le presenta además para tal operación sujeto de excepcionales sobrexcitaciones nerviosas.

Al político que se atreva con semejante operación no le ha de bastar tener como gobernante un concepto perfectamente claro de lo que conviene intentar. Le es indispensable además voluntada firmísimamente templada para llegar á lo que se quiere sin perder la serenidad en las angustias y estremecimientos. Necesitará la perspicacia y decisión rápida de los que, al pasar el remolino de las cosas agitadas en vida efímera, saben recoger entre todo eso de un día el secreto por el cual la acción se profundiza en el tiempo con la eficacia creadora de lo que ha de durar. Ha de saber pedir y tomar á la vida todo lo que ella puede dar, y ser de los que acogen todo lo desconocido é imprevisto que traen envuelto los sucesos, dejándolo después rubricado como con estampilla soberana. Ha de ser, en fin, de los que sepan penetrar en el alma de las plebes, interpretando sus sueños sin contagiarse de sus alucinaciones, y sin entregarse á sus impulsos irreflexivos, darles y recogerles el santo y seña como talismán para la gran acción colectiva en medio de la agitación pasional de ideas, sentimientos é intereses que se combaten en la mente y en el corazón del hombre, y que en el seno inmenso de las colectividades descubren un mar mucho más tempestuoso y profundo.

En lo más hondo de ese elemento proceloso ha debido ocurrir, sin duda, revolución misteriosa, pues estamos viendo surgir á la superficie y flotar como espíritu sobre las aguas, ideales y materiales nuevos, que son los que ahora llevan en sí la potencia agitadora de pasiones intensas para renovar el Estado. Por ello, al expirar el siglo advertimos todos que nuevas maneras de considerar las cosas del gobierno individual y colectivo del hombre, las leyes de la historia y de los destinos de las naciones, el derecho y el deber de gobernantes y gobernados, se están iniciando con ejercicio de tremenda é  irresistible jurisdicción en la conciencia nacional.

Hasta los que menos se fijan en la renovación que traen consigo á la vida las generaciones humanas al mudarse sobre la tierra, como las hojas sobre el árbol de perenne verdor, observan ahora, sin embargo, algo extraordinario en el nuevo brote. Algún presentimiento más hondo experimentan ante esta germinación los que ven más largo en tales misterios  saben cuán sorprendentes transfiguraciones se producen de improviso sobre todas las cosas del mundo exterior por irradiación de un sutil efluvio que pase sobre las almas. Pero los que como estadistas tienen que aproximarse más á estos misterios con la angustia de quien lleva cifrada toda la dignidad de la existencia en cargo de ministro ó vasallo de una fuerza moral, y han de ser dominadores ó dominados, triunfadores o fracasados, en lo imprevisto que va á surgir desde el mundo interior á la superficie de las naciones, con razón se sobrecogen á esta hora en profundo temor, sintiéndose asidos y llevados, entre tinieblas por una fuerza revolucionaria y creadora, a sucesos extraordinarios que van á sacar lo desconocido nuevos estados de vida nacional.

Aunque es destino y oficio del hombre de Estado vivir afrontando siempre las responsabilidades de lo que no se puede prever, se comprende, sin embargo, la ansiedad de su espíritu en estos instantes solemnes de una hora que ilumina en las almas el fulgor de todas las posibilidades, y anuncia al temor y á la esperanza de buenos y malos el alumbramiento de un mundo nuevo. Quien no se sobrecoja en esta hora, ni teme á Dios, ni ama á su patria. Quizás en lo desconocido é imprevisto que traiga el suceso se desencadenen fuerzas ciegas, fatales é irresistibles, quebrantadoras de la voluntad más enérgica y que dejen al más experto sin gobierno en medio del huracán. Pero ya por muy poco tiempo podrá esta perplejidad continuar hermanándose con la prudencia. Hay que atreverse y que cada cual  arrostre su destino. Se impone de todas maneras la operación formidable de transformar nuestra manera de ser política, administrativa y social. Hecha por verdadero estadista con resoluciones tomadas en plena conciencia de la diferencia que hay entre decir las cosas y sentir la pesadumbre inmensa de hacerlas, con ella quedarán abiertas las vías de la España Mayor. Si los estadistas no se atreven á tajar así en este enorme nudo que llevamos apretado en nuestro organismo nacional, será nudo gordiano cortado al fin revolucionariamente por las plebes. Dejando esto entregado al desbordamiento de las iras de las muchedumbres ó á la anarquía de su gran veto pasivo, se formarán en la turba remolinos cenagosos que todo lo traguen. Pero, en este caso, lo que debió ser obra de enérgica renovación, brote de savia nueva llevando el regionalismo y la descentralización con la robustez de la juventud á la gran política unitaria de renacimiento en patria mayor, resultará, por el contrario, la descomposición de un organismo degenerado y en desfallecimiento de todas sus energías, pareciendo masa informe de podredumbre que ondea y se solevanta en fermentaciones pútridas.

20 Septiembre 1899.





1.- Véase Extracto de las discusiones de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas sobre el tema Hasta qué punto es compatible en España el regionalismo con la unidad necesaria del Estado, págs. 43, 44 y 112 y siguientes.

2.- El programa de constitución de Manresa se concertó y publicó en 25, 26 y 27 de Marzo de 1892.
Pero, á pesar de llevar esa fecha la publicación del programa de Manresa, el movimiento de espíritu público regionalista sobre la base del concierto económico, con cupo paccionado á semejanza del de las Vascongadas y Navarra, no se produjo allí hasta 1898, poco antes del último cambio de situación de Gobierno. Inicióse esta demanda en Barcelona cuando, vencidos los plazos de las moratorias concedidas por el presupuesto de 1896-97, apareció allí una nube de investigadores cometiendo grandes tropelías con el contribuyente, á la vez que confabulándose con él para lucrar enormes defraudaciones á la Hacienda. Entidades tan respetables como el Fomento del Trabajo y de la Producción Nacional creyeron patrióticamente deber contribuir al desagravio y remedio de tales concusiones y atropellos, recogiendo las aspiraciones y clamores del contribuyente. Así nació la idea primera del concierto sobre recaudación y revisión, de la cual se pasó luego á la de distribución y cupo, y por último, á la del régimen del paccionamiento periódico de la región para el pago de los tributos á la Hacienda. Y á este programa se acogieron en tropel los gremios con vehemencia de pasión mucho más intensa ante el temor de los nuevos procedimientos y rigores de fiscalización que parecía entrañar el impuesto de utilidades presentado como asiento principal de nuevos ingresos en el proyecto de presupuestos sometido al examen y aprobación de las Cámaras.
Definiendo la aspiración local en esta demanda de concierto, la diputación provincial de Barcelona consignó en su exposición al Gobierno lo siguiente: “No se trata, Excmo. Señor, de innovación exótica ni aventurada: trátase de la implantación de un régimen análogo al concedido, como á las diputaciones provinciales vascongadas, á la de Navarra; es decir, de un sistema que, abonado por el éxito respecto á las primeras, hubo de otorgarse á la segunda en 1893 subsistiendo en todas, sin duda, porque la experiencia lo ha acreditado en Navarra como en las Provincias Vascongadas”.

3.- MACÍAS PICAVEA.-El problema nacional, cap. XV.

4.- Manifiesto de la Liga Nacional de Productores en 10 de Abril de 1899.

5.- ANTONIO MAURA.-Discurso en el Congreso de los Diputados, sesión de 8 Julio 1899.

6.- Para seguir, en el desarrollo de la operación unitaria de la Revolución, los trámites de las luchas de estos intereses de campanario contrapuestos, pocas piezas pueden darse tan interesantes y gráficas como la correspondencia de Thibeaudeau, representante de Poitiers en la Constituyente. Esas cartas reflejan vivamente en sus pormenores más íntimos los conflictos del diputado apremiado por la pugna de los intereses locales. Si los de Poitiers pretenden conservar intangible su jurisdicción de capitalidad sobre todo el Poitou, engrandeciéndola á ser posible con disgregaciones de la Touraina, del Angumois, del Limoasin, del Berry y demás Estados limítrofes, á su vez otras villas del Poitou reclaman convertirse en cabezas de territorio. Las poblaciones secundarias quieren titular y ser sede de funcionarios del Estado. El poitevino del Norte pide independizarse del poitevino del Sur, el Bocage se revela contra La Plaine, Luçon y la Chataignerie disputan preeminencias. La resultante final es rebajada en primacía de jurisdicción, en cambio otras villas de la misma región aparecen encumbradas á categoría de capitales. Por este despiece realizado sobre todo el mapa de Francia, la unidad nacional resulta desposada con las ambiciones de las villas menores contra las preeminencias tradicionales de su propia capitalidad regional.- Correspondances inédites du constituant Thibeaudeau (1787-1791), publiées para H. Carré et P. Boissonade, 1898.

7.- ANTONIO CAPMANY.-Centinela contra franceses, pág. 56.- Cádiz, 1808:

8.- FRANCISCO MANUEL MELO.-Historia de los movimientos de Cataluña, libro I, párrafos 25 y 27.

9.- Sobre esta cuestión del método práctico para proceder en la reconstitución de nuestro régimen administrativo, véase, en la edición oficial (18919 del INFORME DE LA SUBSECRETARÍA DE GOBERNACIÓN SOBRE LA REFORMA DE LAS LEYES PROVINCIAL Y MUNICIPAL, el capítulo que lleva por epígrafe: Por qué en vez de la promulgación de una ley provincial y municipal del todo nueva, son más convenientes las reformas parciales en nuestra legislación.-Edición oficial de 1891, pág. 8.







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