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Atzo Atzokoa

Autor: Cambó, Francisco de A., (1876-1947), (autor)
Titulo: Conferencia pronunciada por D. Francisco Cambó en el Teatro de Bellas Artes de Donostia el día 15 de abril de 1917.
Notas: 22 p. ; 21 cm
Editor: Bilbao : Imprenta de Jesús Alvarez, 1917.
Materia: Nacionalismo--Estudios, ensayos, conferencias, etc.
CDU: 323.17(04)

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CONFERENCIA
PRONUNCIADA POR
D. Francisco Cambó
en el
Teatro de Bellas Artes
de
DONOSTIA
Día 15 de Abril de 1917

 

CONFERENCIA
PRONUNCIADA POR
D. Francisco Cambó
en el
Teatro de Bellas Artes
de
DONOSTIA
Día 15 de Abril de 1917

 

Saludo del Sr. Cambó

“Saludo a Donostia, a la ciudad cortés, a la ciudad amable, que sabe recibir a todos sus visitantes y que a  mí me prodiga por tercera vez las delicadezas de su hospitalidad. Yo saludo también, con toda la efusión de mi alma, a todo el Pueblo Vasco, a Euzkadi entera; yo saludo a los vascos de Araba y Gipuzkoa, a los de Nabarra y Bizkaya, a los que más allá de las fronteras, son como un trozo vivo de vosotros mismos y a los que más allá de los mares se sienten unidos a vosotros por los vínculos indisolubles del amor a la Patria.

Y al saludar a toda vuestra raza, a toda vuestra nacionalidad, recuerdo y os presento como enseña y bandera, la frase de nuestro gran poeta Maragalla al pueblo catalán, a la raza catalana, también separada en provincias, también dividida por fronteras; recuerdo la frase que nos lanzó al darnos el grito de esperanza, diciéndonos que llegará un día en que todos los catalanes seremos unos. Yo os deseo que un día, todos los vascos de la teirra seáis también unos. (Grandes aplausos).

Yo vengo aquí para que catalanes y vascos pongamos en contacto nuestra fe, para que nos comuniquemos nuestras esperanzas, para que de ese contacto salgan fortalecidas nuestras aspiraciones; nuestras aspiraciones que han de marchar paralelas, pero que no han de confundirse, porque al confundirlas, perderíais vosotros y perderíamos nosotros. Hemos de marchar aparejados, en buena hermandad, por el camino del ideal. Juntos lucharemos contra idénticos obstáculos, pero cada cual de nosotros ha de concentrar lo más vivo de sus energías en el desenvolvimiento de su propia personalidad.

Momentos de sinceridad

Son momentos estos, son los momentos actuales, momentos que exigen gran sinceridad; son momentos en que caen y se derrumban en el mundo entero los artificios, y las afirmaciones sinceras brotan como estallidos.

La habilidad es, en los actuales momentos, un pecado, y la sinceridad, la espontaneidad, es una virtud primordial.

Nosotros, por fortuna, los nacionalistas vascos y los nacionalistas catalanes podemos y debemos ser sinceros. Porque no hay en nuestro ideal, en nuestras aspiraciones, nada que legítimamente pueda ofender a nadie.

Un pueblo que reclama su libertad no ofende a nadie. Únicamente puden darse por ofendidos los tiranos, sean hombres, sean pueblos. La libertad de un pueblo no va contra la libertad de otro pueblo. (Grandes y prolongados aplausos. Viscas a Catalunya y Goras a Euzkadi).

Yo espero, señores, que hablando con sinceridad al corazón de todos llegaremos a momentos en que nuestro ideal sea compartido o respetado por todos, y que en todos los territorios del Estado español no haya pueblo alguno que quiera fundar su grandeza en la pequeñez de los demás, su libertad en la opresión ajena, su dicha en el ajeno dolor. (Grandes aplausos).

El Estado español ante la guerra

En estos momentos no puedo yo sustraerme a la preocupación de las circunstancias actuales. En estos momentos de vendaval furioso luchan en el mundo todas las afirmaciones vivas, las virtudes heroicas y las pasiones bestiales. Todo lo que lleva una vibración intensa, lucha y combate y conmueve el mundo. De esa hoguera infernal, las tierras de España viven separadas hasta ahora.

Yo espero, yo deseo intensamente y confío en que llegaremos al final sin que la hoguera nos haya invadido a nosotros. Pero he de deciros que de la posición que guarda el Estado español frente al conflicto mundial, no experimento yo una íntima satisfacción.

Porque en el Estado español, ni los hombres, ni los pueblos, con excepciones que luego indicaré, saben dar muestra de que comprenden la trascendencia de los momentos actuales.

No es la actitud que aquí se guarda una actitud de concentración, un actitud de serenidad ante una universal locura; es más bien una actitud de inconsciencia, de insensibilidad, de indiferencia casi vecina de la muerte.

Hemos censurado todos al Gobierno; yo tengo a gran honra haberme distinguido en la crudeza de la censura, y aún mis censuras son pálidas en su crudeza si las comparo con mi pensamiento, por la pasividad culpable, por su inercia pecadora frente al conflicto que nos rodea.

Pero mi sinceridad me obliga a deciros que si el Gobierno de España en estos momentos no ha sabido encauzar las energías del país ni despertar actividades provechosas, los habitantes de España, los ciudadanos del Estado español, están dando también un ejemplo deplorable. (Aplausos.)

Frente a ese conflcito están las filias y las fobias. Se contempla el conflcito universal, como se contempla un espectáculo que pasara en otro planeta.

No aparece en la mayor parte del territorio de España ninguna afirmación de vida, ninguna afirmación de personalidad.

Las únicas voces

Y se produce el caso paradójico, de que seamos nosotros los catalanes y vosotros en Euzkadi, los que nos agitamos en medio de la quietud y de la indiferencia de los demás, y damos en las tierras de España las únicas afirmaciones de vida, que son también dos gritos de patriotismo. (Grandes aplausos.)

En estos momentos de conflagración universal, en que los pueblos luchan y dan sus vidas y arruinan su patrimonio para conservar su personalidad, en Catalunya y en Euzkadi, levantamos también voces enérgicas, y vibra intensamente nuestra alma, para depurar, para conservar, para acrecentar nuestra personalidad propia. (Aplausos.)

Yo he pensado algunas veces, que nosotros, los antipatriotas, los antiespañoles, los tachados de profesar ideales sacrílegos y nefandos, si un día, por azares de la Historia y por las luchas externas; si un día una potencia europea asolara las tierras de España y estableciera aquí su autoridad, su predominio, tal vez se daría el caso de que las únicas protestas, las únicas voces autóctonas, las únicas afirmaciones de vida, que protestarían de aquel predominio serían las que se levantaran en vuestras tierras y en las nuestras. (Aplausos.)

El nacionalismo y la guerra

Es un hecho, nacionalistas vascos, es un hecho que no debemos negar, que hemos de proclamar frecuentemente, porque es una realidad, que en la intensificación de los movimientos nacionalistas, vuestor y nuestro, influye considerablemente la repercusión del conflicto internacional.

Influye en nosotros en un doble sentido; influye en el sentido de que nos sentimos también invadidos de ese ambiente de sinceridad, de ese ambiente de verdad y de espontaneidad, que agita a todas las almas en el mundo.

Pero a la vez influye en nostros el espectáculo que dan las naciones de Europa que no tenían reconocido el régimen de su personalidad, y que ahora lo están reclamando y obteniendo.

Influye en nosotros el espectáculo de Irlanda en estos días, que, con todo y estar solidarizada en cuerpo y alma con Inglaterra ante la lucha internacional, pide y reclama con más ahínco que nunca su libertad.

Influye el espectáculo de esa Rusia, que no era una nación, que, al caer el poder artificial que la dominaba y que imponía un unitarismo opresor, ha hecho posible que aparezcan las nacionalidades vivas. (Aplausos.)

Influye en nosotros esa repercusión universal de los problemas nacionalistas que se plantean en todo el mundo, porque, en esta guerra, yo no sé qué grupo de potencias triunfará, pero sí que de ella saldrá triunfante el principio de las nacionalidades, el reconocimiento de las personalidades vivas, de los pueblos con personalidad propia.

Esta guerra plantea con inusitado vigor el problema de las nacionalidades. Los dos grupos de potencias beligerantes se disputan cuál de ellos es el representante más genuino de la causa de la libertad de los pueblos.

Y véis a Alemania acusando a Rusia de que tiranizaba a Polonia. Véis a Rusia acusando ahora a Alemania de que la independencia que concedió a Polonia un día fué una ficción.

Véis a las potencias centrales alegando que en Austria conviven en plena libertad distintas nacionalidades.

Y véis a Inglaterra y Francia diciendo que han luchado por la libertad de los pueblos balkánicos.

En estos momentos en que se quiebran todos los principios y desaparecen todas las teorías y se hunden las construcciones políticas que más ricas parecían, aparecen vigorizadas las afirmaciones de las nacionalidades. Y los grandes Estados como si los movieran remordimientos que la Historia acumula sobre ellos, predican también palabras de libertad y dicen que no puede negarse a los pueblos el reconocimiento de su personalidad propia.

Yo os pregunto a vosotros, vascos, los que os sentís vascos, los que sentís el orgullo de ser vascos, como lo he preguntado a mis hermanos de Catalunya, “¿es que consentiremos nosotros, en el momento en que todos los pueblos vivos tengan libertad para regir sus destinos, libertad que no pugnan sino con las tiranías: es que consentiremos nosotros en ser una excepción? ¿Es que nosotros, en la organización de un nuevo mundo, en que la obra de los hombres no prevalezca sobre la obra de Dios y de la naturaleza, vamos a ser una excepción y ha de quedar aquí un Estado que no reconozca el libre desenvolvimiento de la personalidad que aquí se siente? (Grandes aplausos.)

NO; no podemos consentirlo. Seríamos traidores con nosotros mismos; cometeríamos una traición contra la Historia y contra la raza, si cada uno de nosotros no sintiera en estos momentos el deber primordial inaplazable, de conseguri el libre desenvolvimiento de su personalidad nacional.

En épocas corrientes y normales de la Historia, cuando predominaban los artificios, cuando las fuerzas constituídas contra Natura tenían todo el poder de los hechos consumados, era comprensible que hubiera catalanes y vascos que olvidasen y dejasen en segundo término el problema de su personalidad colectiva, el problema de su personalidad nacional.

En aquellos momentos, por consideraciones personales, por aficiones de momento, por intereses mezquinos siempre, aunque a veces respetables, era comprensible que hubiese en Catalunya y que hubiese en Euzkadi cantidad de ciudadanos que no se sintiesen nacionalistas. Y yo os digo que en estos instantes, todo catalán que tenga conciencia y dignidad de serlo, ha de ser catalanista, y digo que todo vasco que no se avergüence de su raza y quiera que se cumpla el destino de su patria, en estos instantes ha de sentirse y actuar como nacionalsita. (Atronadores aplausos.)

Y hablemos, señores, de los problemas nacionalistas. Y hablemos de ellos con serenidad, sin pasiones.

Los problemas nacionalistas no tienen semejante con los problemas políticos, con los cuales se les apareja.

En el problema nacionalista, es un accidente ael aspecto político. Ya lo veréis en seguida.

Problema político y problema nacionalista

Ante un problema político, ante la afirmación de un partido político, caben las opiniones. Ante una afirmación nacionalista, las opiniones callan y hablan únicamente los sentimientos.

El nacionalismo no se discute, no se analiza; se repudia o se ama. (Aplausos.)

Ante la afirmación de un partido político, de la doctrina que expone, doctrina elaborada por los hombres, que ellos rectifican, que el tiempo altera, caben las transacciones, caben las modificaciones. Ante la afirmación de un partido político que ya no sea de doctrina, que sea como al de los que conocemos nosotros de grupos movidos por ambiciones personales para ocupar el poder, caben también las transacciones. Pero ante una afirmación nacionalsita, no. Porque ésta no es una doctrina, ni una ambición personal. Es un hecho, es una realidad, más fuerte y más sólida que una montaña, y ante esa realidad, no caben más que dos caminos:o aceptarla como cosa fatal, como cosa santa, como son santas todas las cosas vivas, o considerarla como una monstruosidad, como un pecado, combatirla sin compasión, combatirla con todo el ímpetu, con toda la intensidad del odio, y mirar si se puede acabar con ella.

Y se acabará con ella, cuando se acabe con sus raíces, que son el hecho de la existencia de una nacionalidad. (Grandes y prolongados aplausos.)

Lo que no es posible, señores, ante un problema de esta naturaleza, lo que no cabe es la abstención. Lo que no cabe es cerrar los ojos para no ver la realidad. Porque la realidad existe y se impone en definitiva.

Toda la substancia de un movimiento nacionalista, radica en el hecho de la existencia de la personalidad colectiva, que nosotros llamamos personalidad nacional.

No voy a analizar el hecho de la existencia nacional, las características de la personalidad de un pueblo. No necesitáis que yo lo explique. Lo conocéis de sobra. Hablaré sólo de un aspecto y es que un hecho nacional puede, durante años, hasta durante siglos, no provocar un movimiento nacionalista, y esto ocurre cuando los propios nacionales han perdido o han olvidado la conciencia de su personalidad.

Pero en el instante en que esa conciencia se produzca, en el momento en que un grupo de ciudadanos noten que entre ellos hay vínculos de raza, de idioma, de tradición, de esperanzas y de destinos que los unen, en aquellos momentos queda planteado el pleito nacionalista.

Para que no se plantease ese pleito nacionalista, al llegar el instante de la conciencia de la personalidad nacional, sería preciso que los individuos de un pueblo, se concertasen para el suicidio colectivo, para renegar colectivamente de su personalidad.

Cuando eso no se produce, en todo pueblo viril, en todo pueblo realmente digno, surge inmediatamente el deseo de intensificar, de purificar, de apartar todo lo postizo para que quede lo auténtico, para que quede la obra de Dios y de la naturaleza y conseguir en favor de esa personalidad viva, todo aquello que tienen las cosas vivas, el derecho a regirse por sí mismas, a prepararse, con su esfuerzo, la grandeza.

La personalidad vasca

Y de que existe la personalidad vasca, de que vosotros vascos, os sentís hermanos, de que a pesar de vuestras diferencias, os sentís, dentro las cuatro provincias que están en España y las tierras vascas que están en Francia, ligados por vínculos de sangre, de hermandad, de alma, no tengo yo que deciros nada; que decíroslo a vosotros, sería ofenderos.

Existe esa personalidad vasca, y existe la conciencia que tenéis de ella. Y al existir se producen en vosotros el deseo de perpetuarla, el deseo de intensificarla, y el de dar a ella la propia ley y el propio régimen de su destino. Queda, pues, planteado con toda franqueza, vuestro problema nacional.

Y pensad, vascos que me escucháis, que al sentiros nacionalistas, al actuar como nacionalistas, realizáis una obra santa. Porque de cuantas creaciones maravillosas haya hecho Dios, ninguna tan maravillsoa como la de las diversas nacionalidades.

Las nacionalidades

No es posible que por capricho existan pueblos y razas distintos, que hayan cristalizado su alma, en idiomas distintos.

No; eso tiene un valor de trascendencia, un valor de eternidad. Por eso veréis, que las nacionalidades, no se destruyen, ni las destruye la agresión ajena, ni la propia inconsciencia durante siglos.

Hemos visto cómo durante siglos, las nacionalidades balkánicas habían desaparecido de la historia. Sobre aquellos pueblos habían pasado casi todas las potencias de Europa; todas las grandes tiranías militares de Europa las habían dominado. Pasaron siglos bajo la dominación turca. Los propios nacionales habían llegado a perder la conciencia de su nacionalidad. Y, no obstante, siglos después, la nacionalidad resurge con la misma fuerza, con la misma pujanza y con el mismo o mayor vigor del que siglos atrás alcanzaron.

Y es que los hombres con su esfuerzo, no pueden destruir la obra de Dios. Es que la existencia de distintos pueblos es un factor indispensable para la civilización.

Los valores universales no existen. Se nos habla de la igualdad de todos los pueblos, de que los hombres de todas las razas son iguales, y yo os digo que si llegara a producirse algún día, entonces se habría consumado la muerte de la Humanidad.

No hay un valor universal que antes no haya sido un valor nacional. Dos grandes creaciones del pensamiento y de la imaginación que hoy son patrimonio de todos y tienen valor de universalidad, fueron, en su origen, una creación nacional. Han sido los apremios más excelsos de la personalidad nacional de los pueblos los que han ido formando el patrimonio universal de la civilización.

No se ha dado todavía el caso en la Historia del mundo, de que una raza, de que un pueblo que no haya llegado a ese momento de excelsitud, que no haya dicho una palabra propia a la Humanidad entera, que no haya influído en el curso de la civilización, no se ha dado el caso, digo, de que esa nacionalidad desaparezca; esa nacionalidad en los destinos divinos está esperando el momento, está esperando su turno, para cumplir su misión trascendental.

Y os digo, vascos que me escucháis, que ni vuestra nacionalidad, ni la nacionalidad catalana, han cumplido todavía ese destino que Dios les ha señalado.

Y por eso mismo no pueden morir. Tienen que cumplir el fin para que Dios las creó. Es preciso que intensifiquen, que fortalezcan su propia personalidad para que, como expresión suprema digan una palabra definitiva a la Humanidad; y ese día llegará si vosotros, vascos, y nosotros catalanes, hemos sabido cultivar con amor, el sagrado tesoro nacional y cumplir el destino que Dios nos señaló. (Grandes aplausos.)

Y os digo que los delitos y pecados contra la Naturaleza consisten en renegar de vuestra personalidad. Los movimientos nacionalistas, señores, se caracterizan por su fecundidad, porque fecundan cuanto tocan, porque engrandecen el país en que nacen y florecen, porque dan más fuerza a los hombres que los comparten y sienten.

La fuerza del renacimiento

En nombre de un partido político, no cantan los poetas, no se inspiran los artistas, no se vigoriza el pensamiento, no se crea una filosofía, ni se desarrolla una riqueza y cultura.

Y en cambio, al contacto del ideal nacionalsita, los pueblos se transforman y animan, los pueblos decadentes cuando están iluminados por el calor de la conciencia de su propia personalidad, se convierten en pueblos fuertes, en pueblos cuya expansión llega a asombrar al mundo.

Al contacto del ideal nacionalista florecen las artes, y es más recio el pensamiento y aparecen las obras imperecederas, y se intensifica la vida económica y caminan cuerpo y espíritu aparejados, cual si se quisiera encontrar un alojamiento más digno para un alma fuerte. (Aplausos que duran largo rato.)

Y es, señores, que el egoísmo, es un gran impulsor de los actos humanos. Pero es un impulsor insuficiente. El egoismo grosero del bienestar material, no es suficiente acicate para crear una prosperidad nacional. El egoismo más refinado que su satisfacción en los goces del espíritu no es para el alma humana un estímulo suficiente; porque el alma humana siente una vibración de eternidad, y el hombre que no ha caído en la abyección, desea que su personalidad perdure en algo que dure más que su propia existencia: desea que su acción, quede incorporada a algo que sea perpetuo. (Aplausos entusiastas.)

Por eso, los dos grandes sentimientos que han fecundado con vibraciones espirituales la Humanidad, son el sentimiento religioso y el sentimiento del patriotismo.

En un pueblo, cuando los individuos se sienten parte integrante de la nacionalidad viva, que no ha cumplido todavía sus destinos y no ha llegado a los grados de grandeza a que el amor de aquéllos impulsa y conduce, esos hombres, para trabajar tienen un doble estímulo: al lado del goce personal, tienen el sentimiento de eternidad que vibra en ellos y les fluye por dentro.

Cuando cantan los poetas, engrandecen a la Patria; al crear industrias aumentan el patrimonio del pueblo; al doblar la producción de un campo, es como si ensancharan la extensión de su tierra propia. Y así, al calor del patriotismo nacional, todos los impulsos individuales se sienten ennoblecidos, porque los hombres todos, al trabajar, saben que trabajan por incorporar a la Patria algo que vivirá más que ellos.

Ejemplo de Catalunya

En Catalunya, cuando habíamo perdido el sentimiento de nuestra personalidad colectiva, no teníamos pensadores, no teníamos poetas; y casi no teníamos tampoco industriales ni  comerciantes.

Y al aparecer el sentimiento de la Patria catalana, al aparecer el sentimienot intensamente catalanista, todas las manifestaciones de la actividad y del pensamiento humano han florecido entre nosotros, y ha podido ver la propia generación iniciadora de nuestro movimiento, la eficacia trascendental de su obra. (Aplausos.)

Y lo habéis visto en vosotros; cuando Sabino de Arana quiso despertar el alma de este pueblo que estaba domrido, no se preocupó únicamente de llevarlo a luchas políticas; procuró despertarlo en toda su integridad, en todas sus iniciativas, y pensó en convertir en cosa viva vuestro idioma, expresión de vuestra alma que se estaba muriendo. (Ovación entusiasta.)

Ha aquí, como hay también entre nosotros, buenos vascos, como tenemos buenos catalanes que no quieren ser nacionalistas, que repudian el nacionalismo y que no obstante, sin quererlo, actúan como nacionalistas. (Gran ovación)

Todo vasco que trabaje por el engrnadecimiento de su tierra, que no reniegue del nacionalismo, porque es inconsciente consigo mismo.

El está preparando el triunfo del ideal nacionalista que repudia. (Atronadores aplausos).

Y por ello, los movimientos nacionalistas son integrales; no abarcan un aspecto de la actividad humana, sino todos.

Por eso, nada nos es indiferente. Ved cómo en Catalunya, por ejemplo, los que dirigimos el movimiento nacionalista catalán, no somos hombres de negocios, no somos ni industriales ni comerciantes; y, no obstante, nos dedicamos, con más ahinco que los representantes de los intereses materiales, a velar por la prosperidad económica de nuestra tierra. Y nosotros, en nuestra camapña, no esperamos a que estimulen nuestra acción los industriales ni los comerciantes. Somos nosotros los que a veces, sin que ellos lo sepan, casi siempre sin que ellos nos lo agradezcan, trabajamos por el desarrollo y el engrandecimiento de sus negocios. Porque ya sabéis, como os decía en Bilbao, que ellos son únicamente los depositarios transitorios de la riqueza de nuestro pueblo. (Ovación prolongada y muy entusiasta).

El idioma propio

Pero en lo que los nacionalistas deben concentrar con más ahinco su actividad, es en la conservación, extensión y perfección del idioma.

Y para vosotros, nacionalistas vascos, este es vuestro problema más grave. Si hubiera desaparecido hace medio siglo el idioma, ni Arana Goiri ni nadie hubiera encontrado los restos de vuestra raza.

Un idioma, no es solamente el instrumento vulgar para entenderse; es la expresión del alma colectiva de un pueblo. (Aplausos).

Un pueblo que no se exprese en su idiomia, es un pueblo que se va muriendo por dentro. (Repetidos aplausos).

Un pueblo que olvida el propio idioma, va embotando su sensibilidad espiritual, pues en el idioma ajeno pueden expresarse las ideas, pero no los matices, las maneras propias de sentir ideas generales que eso solamente se expresa en el idioma nacional. (Aplausos).

Yo comprendo lo árduo de vuestra tarea, pero os puedo citar como consuelo y como ejemplo el caso nuestro. También Catalunya había perdido casi por completo el uso de su propio idioma; habían empezado los intelectuales, nuestra aristocracia intelectual, por abandonarlo. Había casi desaparecido el catalán de las ciudades, y estaba refugiado en el campo, y aun en el campo se notaban los indicios del abandono.

Y un día, nuestros intelectuales, cual si quisieran reparar el pecado de sus predecesores iniciaron el renacimiento del catalán. Hoy, nuestro idioma impera en los campos y en las ciudades. Expresamos con él todos nuestros pensamientos. No sirve solamente para las vulgares necesidades de la vida de relación sino que lo empleamos para la expresión de nuestras ideas y de nuestros afectos. (Gran ovación).

Y en catalán hablamos, y en catalán escribimos y para las expresiones más nobles del pensamiento, usamos el catalán. Y desde que el catalán, el uso del catalán ha recobrado su trono en el corazón de todos nosotros, nuestra raza es más fuerte y nos sentimos con vitalidad enérgica.

Os digo, vascos que me escucháis, que no dejéis ahora vuestro idioma, que el día que vuestro idioma muriese, habría aquí hombres, pero no ciudadanos, habría aquí un territorio, pero no un pueblo; la libertad no podría florecer aquí porque habríais dejado de ser dignos de ella. (Atronadora ovación).

Yo os recomiendo, os recomiendo vascos, que sintaís orgullo de vuestra raza. La modestia es cualidad muy estimable en el individuo, pero es pecado mortal en un pueblo.

Tenéis que sentir el orgullo de vuestra raza. Teneís que pensar que vuestra raza es la primera del mundo y trabajar para que lo sea.

No debéis avergonzaros de ser vascos, ante ningún pueblo del mundo.

Y aun vuestros defectos, si son propios, debéis estimarlos, mientras trabajáis pro corregirlos vosotros mismos.

Un problema de Gobierno propio

El nacionalismo, la aspiración nacionalista, plantea un problema político.

Cuando existe una conciencia nacional, aparece forzosamente el deseo de obtener el régimen de los propios destinos.

Viene planteado inmediatamente el pleito político de la autonomía integral. Puede un ciudadano no sentir el espíritu nacional; puede un pueblo mismo haberlo perdido o haberlo olvidado, pero no es concebible que un pueblo que ha recobrado la conciencia de su personalidad nacional, no quiera regirse a sí propio. Que ello equivaldría a pensar que en el mundo hay pueblos destinados a mandar y pueblos destinados a obedecer; pueblos de señores y pueblos de esclavos, y que ese papel de “esclavo” se atribuye a sí propio el pueblo que no reclamase el régimen de su propia vida. (Grandes aplausos).

Y hay que decirlo con claridad: las reivindicaciones autonomistas que se plantean, no constituyen un problema de buen Gobierno o de mal Gobierno, sino el problema de Gobierno propio. No pedimos que otros nos gobiernen bien; lo que pedimos los nacionalsitas, es el derecho a gobernarnos a nosotros mismos. (Aplausos que se repiten varias veces en medio de grandes vítores).

Se me ha dicho, por algunas personalidades del Parlamento, que el problema catalán no existe, que no hay más que un problema español de mal Gobierno. ¡Profunda equivocación!

Podrán todos los pueblos de España estar mal gobernados y quejarse del mal gobierno; podrán estar bien gobernados y quejarse del mal gobierno; podrán estar bien gobernados y estar satisfechos de su Gobierno; pero a un catalán, en la organización actual de España, le pasa una cosa que a otros ciudadanos de España no les ocurre. Hay millones de ciudadanos del Estado español, mal gobernados, como todos nosotros. Pero se les gobierna en su idioma, se les aplican sus leyes y los que les rigen se inspiran en el temperamento de su raza.

Y a nosotros, en Catalunya, además del problema de mal gobierno, se nos gobierna en una lengua que no es la nuestra, se nos rige por unas leyes que no hemos elaborado nosotros como expresión de nuestra personalidad; se nos rige en nombre de un espíritu que pugna con las características de nuestra raza. Para todos habrá un problema de mal gobierno, pero para nosotros los catalanes, como para vosotros los vascos, hay, además, un problema de gobierno propio. (Aplausos frenéticos y vivas a Catalunya y Euzkadi).

El momento oportuno

Se nos dice, señores, que no es el momento actual oportuno para plantear los problemas nacionalistas dentro de España.

Tened en cuenta que a los que detentan la libertad de un pueblo, nunca les llega el momento oportuno. (Aplausos.)

Si los pueblos esperasen, para recobrar sus derechos, a que los detentadores señalasen la hora, ésta no llegaría ni en el día del Juicio. (Las ovaciones se repiten entusiastas.)

Pero esta hora ha sonado para todas las nacionalidades de Europa; y nosotros no somos una excepción. Hoy se respira en el mundo un ambiente de libertad colectiva. Ese ambiente ha saturado nuestras almas y ha endurecido nuestros entusiasmos.

Pero os digo más: y es que la solución de esos problemas nacionalistas que nos interesan, interesan tanto como nosotros al Estado español; le interesa resolverlos, y resolverlos sin demora. (Grandes aplausos.)

¿Quién puede negar que para España, como para todos los Estados de Europa, la liquidación de la guerra, como la guerra misma, plantea gravísimos problemas de subsistencia, de independencia, de soberanía?

En estos momentos, no hay que contar con ajenos respetos. En estos momentos no hay que contar con que el respeto a la soberanía venga de fuera adentro; únicamente se puede contar con que desde dentro se imponga y mantenga.

Yo os digo, señores, que la España unitaria ha demostrado en siglos de existencia todo lo que puede dar de sí. La España unitaria ha quebrado por completo; han corrido pareja los mayores grados de unificación en el Estado español con la disminuación de los territorios que el Estado español ha regido.

Como si los directores del Estado español quisieran aumentar en intensidad lo que perdían en extensión, a medida que un pueblo se ha alejado de España para recobrar su libertad, estrujaba más a los que le quedaban. Ese concepto del Estado unitario no ha sabido siquiera crear una fórmula de patriotismo común. Si la hubiese creado, veríamos cómo actuaba y cómo se imponía en estos momentos. (Grandes aplausos.)

Las soluciones rápidas

Yo había deseado, señores, para el desenvolvimiento de nuestras reivindicaciones catalanistas, yo había deseado, os lo digo con toda franqueza, la marcha evolutiva. No deseaba yo una conmoción, no deseaba la libertad de una vez. Esto me causaba espanto. Porque si un pueblo que tenga detenta su libertad, la recobra un día u otro, en cambio, si una vez recobrada, no supiese administrarla, la pierde para siempre. (Grandes aplausos.)

Yo deseaba, señores, esa solución evolutiva del problema catalán: que los grados de nuestra libertad creciesen a medida de nuestros merecimientos, y únicamente a medida de ellos.

Pero os he de decir que hay hechos superiores a la voluntad de los hombres, que lo que ocurre hoy en el mundo es uno de esos hechos y que entiendo que sean cuales sean nuestras opiniones y las preferencias que tengamos por los métodos evolutivos, como mejores, en el momento actual hay que resignarse a la realidad de las circunstancias y las circunstancias actuales imponen la solución rápida de los problemas nacionalistas. (Ovación prolongada.)

La armonía ibérica

Hablan algunos, lo habréis leído en la prensa de Madrid, de la unidad ibérica y los políticos españoles, desde la Prensa, dirigen cariñosas endechas al pueblo portugués.

Estoy seguro de que Portugal no dejará convencerse. Si el pueblo portugués sintiera algún día la tentación de entrar en una unidad ibérica con el Estado español, el hecho de no estar reconocida vuestra personalidad y la nuestra sería suficiente para que se curase de ella. (Aplausos.)

Yo no sé señores, si un día será posible la unidad ibérica; yo no sé si un día podrá haber un Estado imperial que rija toda Iberia; yo sólo os digo, que la única posibilidad está en que el Estado que rigiera Iberia fuera un imperio de pueblos libres.

El estado español, lo ha demostrado la Historia, no encuentra en sí mismo, las energías necesarias para resistir los embates que tendrá que sufrir y es que el Estado español ha cegado las fuentes de sus energías; el Estado espñol, impidiendo vuestro libre desenvolvimiento y el nuestro, ha quebrantado las fuerzas para salvarle en momentos de peligro. (Aplausos.)

El “Viva España”

Es indispensable, para su subsistencia, que esa política insensata y suicida desaparezca antes de que llegue la paz, antes de que se consolide la nueva organización de los Estados que deben existir con plenitud de soberanía.

Es preciso, señores, que el nombre de España se emplee con más comedimiento. Que el grito de “Viva España” no sirva para ultrajar las afirmaciones vivas que hay en territorio de España, y no sirva tampoco para cubrir felonías y chanchullos electorales. (Salvas atronadoras de aplausos ahogan las últimas palabras del orador. La duración de los frenéticos aplausos es considerable.)

Final

Os digo para terminar; en nosotros no hay odio a nadie ni a nada. No hay más que amor a lo nuestro, y el que en el amor a lo nuestro vea odio para él, es que en realidad nos odia a nosotros. (Grandes aplausos.)

Nosotros queremos una libertad que no pugna con libertades ajenas. Pugna únicamente con la tiranía. (Aplausos repetidos.) Quien vea en ella un enemigo, es que se declara nuestro tirano. (Ovación estruendosa.)

Pensad todos que en el camino de nuestra libertad vamos con el corazón lleno de amor dispuestos a todas las coincidencias, a todas las armonías, a todas la coordinaciones de personalidades diversas, pero que sepan que nunca, por nada ni por nadie, consentiremos nosotros que se atente al pleno desenvolvimiento de nuestra personalidad nacional, ni que cierre el paso a una sola de nuestras aspiraciones, que para el desenvolvimiento de su porvenir abriga nuestro corazón de patriotasa. (Grandes aplausos.)

Que sepan que nuestro amor es grande, que no vamos contra nadie, que no somos agresores, que no queremos pugna con nadie, pero que seguiremos abrazados a nuestra bandera y unidos a nuestra ideal. Por nada ni por nadie transigieramos en reducirlo ni limitarlo. Nosotros no queremos nunca que las generaciones que nos sucedan nos digan que en un momento transcendental de nuestra Historia, nosotros hemos comprometido el porvenir de nuestra raza, y hemos traicionado su porvenir.”
(Los aplausos resuenan frenéticos al pronunciar el señor Cambó las últimas palabras. Todo el público en pie, acalma entusiásticamente al orador y vitorea a Catalunya, al Nacionalismo, a Euzkadi, a los diputados catalanes y a Cambó.)


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