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Atzo Atzokoa

Autores:   Lasala Collado, Fermín de, Duque de Mandas
Titulos:   Una agrupación bascongada de 1820 a 1850
Materias:  Iturriaga, Agustín Pascual de
Editores:  Imprenta de Eusebio López, Tolosa, 1884

Localizacion              Sign.Topografica
FONDO DE RESERVA          C-78 F-3

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Una Agrupacion
BASCONGADA
DE
1820 Á 1850

TOLOSA
IMPRENTA DE EUSEBIO LOPEZ.
1884.
 

UNA AGRUPACIÓN BASCONGADA
DE 1820 Á 1850

La modestia y el amor desinteresadísimo que tuvo á las letras euskaras el consumado bascófilo que tradujo, arregló, compusó é hizo imprimir las poesías reunidas en un pequeño volumen publicado en 1842 por la vieja casa de los Barojas, creadora desde la aldea de Oyarzun de la imprenta en Guipuzcoa, le retrajeron de consentir que apareciera su nombre al frente de la primera edición. pero si no cabe negar á la crítica literaria el derecho de investigar quién fué el autor verdadero de una publicación que siendo anónima adquiriera renombre, nada puede impedir, transcurridos más de cuarenta años, muerto el aplaudido aunque no declarado escritor, que su nombre se estampe en una nota preliminar de la nueva edición de popularísimas composiciones.El traductor y autor era D. Agustín Pascual Iturriaga.

Tiene particular motivo para enaltecer este nombre y rendirle homenaje de consideración y de indeleble recuerdo, quien escribe la presente nota. En el hogar en que él, niño aún jugaba, y adolescente comenzaba á pensar, en la compañía de sus más cercanos deudos, eran acogidas como si fueran de la familia varias personas de mucha autoridad moral en Guipúzcoa. Una era D. Luis Arocena, el eminente consultor de la Provincia, de difícil palabra y laboriosa ciencia, identificado con el Fuero hasta haberlo hecho sustnacia de su entendimiento é ídolo de su veneración, de ánimo no obstante suficientemente imparcial para decir con fórmula amarga, más de una exactitud que ha resultado matemática, cuál sería la causa, mitad extrictamente bascongada, mitad española, de la posible muerte del Fuero. Otra era D. Cláudio Antón Luzuriaga, contradictor concienzudo de Arocena en las sañudas discusiones que entonces separaban San Sebastián del resto de la hermandad guipuzcoana; consejero de los procuradores de la Ciudad para la tumultuosa Junta de Azpeitia en 1834, y por este motivo expulsado de aquella Villa, alegándose que el Fuero, más tarde interpretado en sentido de que los abgogados podían ser procuradores, prohibía que residieran donde estaba la Junta; autor de la célebre Memoria Justificativa de lo que tiene expuesto y pedido la ciudad de San Sebastián, en la que, reinando aún Fernando VII, se sostenía que empobreciéndose y muriendo San Sebastián bajo el régimen foral puro, se hacía preciso modificarlo de manera y en términos que las Aduanas pasáran de la línea del Ebro á la del Vidasoa; diputado por Guipuzcoa para que levantase su voz en el Congreso á fin de que no se confirmase, como no se confirmaron, lisa y llanamente los Fueros en 1839. Con el adusto saber de aquellos dos insignes letrados, guardaba analogía el grave carácter de fray Mateo Azcarate, doctísimo en ciencia cristiana, muy enterado de las fluctuaciones á que estaba entregado el pensamiento humano, y de quien muchos se acordaron, iniciada la creación de la diócesis de Vitoria, para que fuese su primer Prelado. Formaba contraste con tanta severidad y aspereza el génio jovial y la erudición festiva de D. Agustín Pascual Iturriaga. Sacerdote celoso en el cumplimiento de los deberes de su ministerio, bascófilo entusiasta, conocedor como pocos de las profundas combinaciones que encierran las palabras euskaras, no vivía exclusivamente Iturriaga en un horizonte estrecho y poco saludable que resondiera á un particularismo político. Bien es verdad que nacido en 1778 (murió en 1851) á su espíritu por sí mismo ámplio habían dado los amigos cuyo trato cultivaba y los sucesos de fines del siglo último y principios del siglo actual una extensión que en él hacían armónicos un vivo sentimiento euskaro, el patriotismo español, el amor á la humanidad cada vez más aunada. Era por entonces la modesta, pero bien situada villa de Hernani, con su vega encantadora, su claro río, su lejano círculo de esbeltas montañas, su alegre cielo, residencia frecuentada por hombres notables: allí á no larga distancia de años y eslabonándose unas con otras existencias ó célebre ó activas, que ya por el parentesco ya por la amistad íntima se relacionaban con la antigua  familia de los Zuaznábar, de que es ahora única rama superviviente la familia de  de los Barrenecheas, iban depositando ideas y sentimientos muy expansivos, el marqués de Iranda, el general Castaños y D. José Joaquín Mariategui, redactor, pasado mucho tiempo, de aquellas vivísimas protestas que San Sebastián oponía á la reinstalación completa del régimen foral, concluida la primera guerra civil, y que fueron al fin atendidas en las resoluciones, á la verdad dictatorialmente fulminadas, con que el Regente del Reino, Duque de la Victoria, dió respuesta á la participación que tuvieron las Diputaciones forales en la insurrección de Octubre de 1841, llevando las aduanas del Ebro al Vidasoa, aboliendo la Justicia foral y estableciendo los Juzgados de primera instancia, destruyendo la forma y atribuciones forales de los Ayuntamientos y Diputaciones, sujetándolas á la ley común, en suma, no dejando en pié de las franquicias del país más que la exención de impuestos y de quintas; por todo lo cual el general Espartero fué recibido en San Sebatián, pueblo habitualmente frío en tales ocasiones, con ardorosísimo entusiasmo. Aquellas resoluciones fueron derogadas solamente en lo relativo al nombramiento, forma y facultades de las Diputaciones á las facultades, no al nombramiento ó elección de los Ayuntamientos, por la reacción en parte saludable, en parte funesta de 1843. Y sin embargo, semejante medida que parecía conciliadora, en vez de extinguir reavivó la desavenencia entre la Provincia y la que había sido y con razón ha vuelto á ser su capital, aunque lo deba á un contrafuero manifiesto, si bien menos ilógico en ella, entonces de un fuerismo tan mezclado y dudoso, que aquel otro contrafuero imaginado por purísimos fueristas á fin de que la Ciudad no se aprovechase nunca del turno que á favor de cuatro poblaciones establece el Fuero para la residencia, siempre corta del Corregidor y la Diputación. Reinstaláronse las Juntas generales sin que San Sebastián en varios años quisiera enviar sus Procuradores hasta que logró que definitivamente los Ayuntamientos fuesen constitucionales, elegidos según la ley general del Reino. Presentábanse no obstante ocasiones en que se pretendía reanimar la disidencia, porque cada vez que las Juntas protestaban contra los contafueros del Gobierno, alzábase la representación de San Sebastián á consignar que no se unía á la protesta, y aceptaba por su parte lo que el Gobierno había determinado. No deja de ser curioso el término definitivo que tuvieron la respectiva actitud de Ciudad y Provincia. Celebrábanse las Juntas generales de Deva en 1857; en ellas un Procurador que llevaba pequeña representación, D. Ramón  Serres, pero que pertenecía á una de las famlias más señaldas en las exigencias de reforma y limitación del Fuero, e levantó a manifestar que durante la Diputación extraordinaria de que él acababa de formar parte y había presidido D. Ascensio Ignacio Altuna, se había protestado contra todos y cada uno de los contrafueros que se venían imponiendo á la Provincia, pero que habiéndose negado el Procurador que hablaba á unirse á semejante protesta en pró de disposiciones forales incompatibles ó con el espíritu del siglo, como la precisa posesión de la hidalguía para ser elector, ó con la prosperidad de Guipúzcoa, como la línea fiscal del Ebro, consignaba de nuevo su parecer contrario á tales protestas contra supuestos contrafueros, que de todos modos, aun concediendo fuerna verdaderos contrafueros, al fin resultaban beneficiosísimos para el progreso político y material del país bascongado. Pocas tempestades mayores se han visto en asambleas políticas que la provocada por semejante manifestación. Las palabras más fuertes, los gestos más expresivos se oían y se veían, prolongándose el tumulto, hasta que el Diputado general que sufría residencia condensando todas aquellas iras descargó sobre el aislado representante el peso de su entonces inmensa popularidad y autoridad. Por vez primera no alzaba su voz San Sebastián en plena Junta contra nada fuerista; mas una alusión hecha por el Procurador así tratado á la antigua bandera reformista de San Sebatián dió motivo á que uno de sus representantes, entonces bien joven y que asistía por vez primera á la reunión provincial, expresase que no se asociaba en ningún sentido á las manifestaciones hechas sobre disidencias que debían pertenecer á la historia y cuya continuación no solo había perdido su razón de ser, sino que era funesta al interés común de la Ciudad y la Provincia, pues allende el Ebro estaba levantada la bandera de una total nivelación del país bascongado con el resto de la monarquía, y la unión misma de todos los bascongados para el porvenir quizás no fuera bastante á contener la invasión de nuevas y más radicales soluciones en la cuestión foral exigidas á los Gobiernos por la opinión predominante en España. Cuando el bisoño Juntero acabó de hablar fué unánimente felicitado, y solamente unos días después cuando regresó a la Ciudad acusáronle los restos de aquel antifuerismo relativo de 1830 á 1845 de haber desertado la antigua y hermosa tradición de San Sebastián, más constitucional que fuerista; censura por cierto que no le produjo mayor amargura que la contraria contra él fulminada andando el tiempo, suponiéndose había defendido con debilidad los Fueros cuando sonó la hora fijada por la Providencia para que aprovechando faltas de todos en esta región, faltas supremas, diera España casi el paso último en la empresa ocho veces secular de su unidad. El hecho es que desde 1857, y solamente desde entonces cesó la desavenencia; todo fué prosperidad y armonía: el régimen practicado iba satisficiendo todos los derechos y todos los intereses; y aquellos que admitían y confesaban la portentosa prosperidad del apís bajo el régimen antiforal de las aduanas, los que prosperaban con él, así como los que comprendían no podía restringirse la mayor participación que á favor del régimen también antiforal en las elecciones locales había logrado la clase media atenuándose dia por dia el predominio d elos que habia llamado ella los Jaunchos, no pedian ni deseaban más que una cosa: ocultar su juicio íntimo ó la causa del acrecentamiento de su prosperidad particular aclamando más ruidosamente los Fueos y dejando á alguno que otro político el peligroso honor de dar unidad á los principios ostensibles y á la conciencia verdadera.

No era la reunión de Hernani el único ni el más antiguo centro de vida intelectual más vasta que la ordinariamente cultivada en la provincia: Vergara y Azcoitia, en donde tenía relaciones Rousseau, que de ellas habla con delectación en sus Confesiones, haciendo un admirable retrato de D. Ignacio Manuel Altuna, con quien tuvo correspondencia, demostraban bien por medio de sus no escasas suscriciones á la Enciclopedia todo lo que germinaba en bascongadso exclarecidos, mientras dos hijos notables de Guetaria revelaban desde la más alta magistratura foral que eran hasta desmesurada y funestamente extensos los horizontes que tenían los hombres llamados á influir poderosamente en los destinos de Guipúzcoa. Ni su corazón ni su inteligencia miraban con horror los desenvolvimientos que en todas las esferas ostentaba entonces el espíritu humano; precisamente á ninguna novedad, ni á las que más dbieran haberles dado recelo, opusieron aquellos hombres esas repulsas que en estos otros tiempos se oponen á lo que es más inevitable y á veces hasta más beneficioso á nombre de no se qué patriotismo especial que ciertamente no es francés, pero que tampoco es español. Ya modificadas las ideas bajo la influencia que ejerció la guerra de la independencia española, tampoco en la época que siguió y muy entrado nuestro siglo se daba como razón y causa de disensiones y luchas cuestión ninguna bascongada: las agitaciones de la vida euskara correspondían á cuestiones comunes á la pátria toda, comunes á la Europa entera. Las pasiones eran vivas, pero lo eran como en Cádiz, y por los mismos motivos que en Barcelona. Surgía, caía, volvía á levantarse, volvía a caer, ya el régimen constitucional, ya el régimen absoluto, eran aplicadas leyes generales bien diversas, ciertamente opuestas á lo que venía practicándose en el solar bascongado, luchaban armadas las revueltas fuerzas de la Nación, y no había aquende el Ebro un sólo grito distinto de los que daban en sus asonadas y tumultos valencianos y castellanos. Tal era el estado moral y político de esta tierra cuando ya cumplió medio siglo de edad D. Agustín Pascual Iturriaga, y entonces comenzó á observarse la introducción en medio de las cuestiones que desgarraban á España de una cuestión más, dolorosa y sangrienta por sí misma, como si no lo fueran suficientemente las que existían, la cuestión concretamente bascongada.

Surgía por causas de diversa importancia. No se habia comprendido en las Juntas de Deva celebradas en los dias en que llegaban á Guipuzcoa bajo el mando de Wellington y de Castaños los aliados que iban á su vez á invadir la Francia, lo que entrañaba la proclamación de la Constitución de 1812 declarándose que examinada atentamente resultaba en perfecta consonancia y armonía con el Fuero. Si los sucesos de 1814 no dividieron á los bascongados de otro modo que á los demás espñaoles, quedaba depositado un germen de especial división. Cuando todo un pasado cae de una vez como en 1789 en rancia, es difícil separar en el afecto ó en el ódio los distintos elementos de que se componía; pero en las provincias bascongadas y por efecto de su tardái emancipación del yugo extranjero, las Juntas generales se reinstalaron con el poder nacional y no las interrumpió entonces la proclamación del Código de 1812, casi tan pronto derogado en toda España como proclamado aquí, pero dejando el hecho, si bien poco prolongado, de que el edificio de las antiguas instituciones euskaras no seguia la suerte de la organización administrativa histórica de la Nación. Habia, pues, posibilidad de continuar predominando el elemento histórico en lo exclusivamente bascongado al enseñorearse el principio filosófico de la organización del Estado español. Mas no era tan evidente semejante posibilidade ni se habia formado aun conciencia tan clara de lo que en la práctica resultaria en caso de dominar la idea liberal, que en 1820 tuviesen necesidad los absolutistas de explicar que eran partidarios de la tradición en lo concretamente bascongado, bastando fuese esto envuelto en su doctrina y fuese consecuencia de su gran premisa, ni que los liberales viesen desde luego podia haber algo en la implantación del nuevo régimen que mataba un modo de ser especial y por lo tanto más arraigado en estos montes que un sistema de derecho común en Castilla y Andalucía. Fueron las quintas llevadas á cabo motivo suficientemente señalado en una población amiga de guerrear, pero á su modo y en los límites de su propio país, para que comenzaran á distinguir algunos liberales que en el hervor de su entusiasmo constitucional nada habian distinguido durante los años anteriores: mas al caer el régimen, cayó con igual dolor de unos y otros liberales. A la Coruña fueron para no capitular más que allí y sin aclamar el Fuero pn aquella hora fatal así ilustres proceres que desbues habian de ser á un tiempo campeones de la bandera liberal para la Nación y d ela bandera fuerista para la Euskal-erria, como los hombres que habian de persistir tanto tiempo en no ser más que constitucionales. Caido el régimen, en aquellos largos años de despotismo, dividiéndose los demás liberales al meditar sobre la inalterabilidad ó la reforma del Código de 1812 en contingencias remotas, dividíanse igualmente los liberales bascongados sobre la preeminencia que deberia ó no obtener la especial organización bascongada en esas mismas contingencias. Así mientras la masa del país quedaba absolutista y fuerista, formábase una agrupación intermedia, fuerista sin ser absolutista, constitucional sin ser unitaria, y mientras aquella masa otorgaba su valeroso esfuerzo al primero de los Pretendientes, luchaban enconadamente en las urnas los liberales fueristas con los liberales un tanto más unitarios para que la voz del apís la llevasen en las Cortes Olano y Altuna, ó Collado y Zumalacarregui (Don Miguel Antonio). Halagaba demasiado en la región el nuevo propósito para que estos últimos no perdieran terreno allí donde no dominaba un interés apremiante como en San Sebastián, allí dondeno habia más que un levantado idealismo. Y unos en pos de otros, los absolutistas para tener un arma más contra los liberales de los dos matices, y porque obedecían á un principio fundamental, el principio de la tradición en la provincia como en el Estado, los liberales fueristas porque la modificación en su programa local correspondia á aquella otra modificación que de ser partidarios de la Constitución meramente filosófica de 1812 les habia traido á transigir con la historia en el Estatuto de 1834, los liberales puros  ó porque se veian asediados por el espíritu local ó porque viendo realizado lo esencial de su antiguo programa, advertían que casi no quedaba por imponerse al país más que los sacrificios, todos, con solo ser bascongados, vieron con gusto ó aceptaron con resignación que se hubiese planteado la cuestión foral en sus dos terminos, en lo relativo á la exención de los sacrificios, en lo relativo á lo que era bien ornamentación que velaba estéticamente una diferencia de orden positivo y material, bien una organización secular realmente seductora para un país, si impresionable y ligero en algunas de sus fracciones, grave y reposado en su conjunto.

Esta tremenda cuestión la tomó en cuenta Iturriaga y no le negó sus simpatías ardientes, pero sin borrar nada de aquel amor á la pátria y á la humanidad que había inspirado el período más largo de su vida. Era natural la persistencia en esto de Iturriaga, porque solamente dos actitudes son lógicas. O se encierran la inteligencia y el sentimiento en lo que es puramente bascongado, o si se admite algo más general, se ha de admitir con sinceridad el concepto de la pátria antes que el de la humanidad. Inocular en la vida bascongada lo que vive fuera de las tradiciones muy deslindadas del solar euskaro, entregarla á todos los radicalismo y novedades, atenerse en sus juicios al falso aforismo ubi libertas, ibi patria, vivir como cosmopolitas, todo porque parece angosto, estéril, lo que sea exclusivamente bascongado, y negarse á que inspire también la vida euskara el término que se halla más cerca de sus términos propios y ordinarios, que es la pátria, la nación, eso es de un ilogismo que basta señalar para destruir el intento.

Compréndse así que D. Agustin Pascual Iturriaga atendiera con pasión á la literatura española y después siguiese con solicíto cuidado el derrotero de la filosofía francesa, uniendo una y otra en proporciones felices á su constante estudio del bascuence. En él no era este estudio protesta mal disimulada contra el modo de ser que en su desenvolvimiento ha adquirido España, ni contra la lengua que ella generalmente habla, muy distinto tan sincero bascongado de los que ahora al lado ó por cima de conocedores ilustrados del bascuence alardean de exclusivismo euskaro tanto menos explicable como producto de un sentimiento íntimo y puro, sin ulteriores miras, cuanto que á veces se les sorprende no ya imposibilitados de discurrir extensamente en el idioma que ensalzan, pero de expresar en él la más sencilla idea ó de entender siquiera un saludo que con sus palabras se les dirija. Tenía, pues, amor al idioma por el idioma, á la literatura por la literatura. Y al dedicarse con tanta constancia á las letras euskaras hacía un acto recomendable; que bueno es procurar que se conserve algo un idioma verdaderamente primitivo, de discutidas analogías con otros de lejanos países y tiempos, filosófico y sentimental á la vez, de una ternura y de una energía que no pueden superarse, idioma cuya rareza es un honor para la Nación que lo conserva en su seno. Porque sería otro exclusivism no menos triste y absurdo que aquel á qu ealudíamos poco ha, y hasta deshonroso para España mirar con irónica sonrisa, ya que no con insolente desdén, al que crea que el grande y santo concepto de la pátria no se opone á enaltecer un hermoso idioma que, lejos de invadir, ve amenazada su existencia misma, y que desterrado de Pamplona en donde dominaba un siglo hace, mezclado de una manera verdaderamente anti-eufónica con el castellano en Bilbao, perdiendo terreno en Alava, es resto vivo, sí, pero al fin solo resto y pedazo de un curioso y noble pasado, que tal vez fuera pasado de casi toda la pátria en sus más lejanos orígenes. No, no ha de abandonarse ligera y culpablemente tan solo una de las varias direcciones que puede tomar la investigación de lo que allá en remotas edades pudo ser, quizá fué, la primera sustancia y la primera palabra de una pátria en germen, porque la pátria española en sus transformaciones fecundas se haya constituido con la rica variedad de elementos no solo morales y sociales, sin otambién ethnológicos y filológicos que es fácil notar en la España en que vivimos.

Así además de santificar su existencia como sacerdote, le daba dignidad  Iturriaga con sus trabajos de erudito. Por la corriente en que estaba y con las amistades que tenía pudo ser mucho en la política española y no pasó de Diputado á cortes suplente elegido por Guipuzcoa de 1820 á 1823; como pudo también obtener grandes dignidades en la Iglesia, y jamás quiso pasar de Beneficiado en la parroquia de Hernani. Aquel sacerdote, poeta, filósofo y diputado (meramente electo) aquel discípulo de los Irandas y de los Mariateguis, amigo de los Luzuriagas y Perez de castro, consejero de los Ferrer y Collados, ni en su mismo retiro y oscuridad de Hernani estaba totalmente aislado, y al hablar de él hemos debido tratar de una tendencia y una agrupación que en época determinada tuvieron influencia decisiva en las transformacioes de un régimen administrativo, económico, político y aun social. Aquellos hombres respetaron y amaron sinceramente la variedad en la unidad al no ser ya como al principio liberales puros, pero jamás convirtieron la variedad en motivo de desvío, de alejamiento, de antagonismo: la quisieron solamente como elemento de mayor y más eficaz armonía, inteligencia y aproximación ante todo con la pátria, despues con el movimiento europeo. Abandonen hoy quienes gusten tal tendencia y renieguen de tal agrupación ya los pocos que viven habiéndolas conocido y aplaudido, ya las nuevas agrupaciones que en una y otra debieran ver su propio origen, ya las poblaciones que hasta exageraron aquella marcha: no se abjura lo que se ha llegado á ignorar, ni se abomina lo que se ha olvidado, ni en todo caso dejan de ser admisibles las conversiones políticas, aunque pocas veces comparables por su pureza con las conversiones de San Pablo en la religión y de San Agustín en la moral; y por otra parte lejos de querer dedicar nosotros un ditirambo á los hombres de que nos hemos ocupado, pronto estamos, pretendiendo atenernos rigurosamente á la verdad histórica, que tantos ultrajes recibe en opuesto sentido, á reconocer que faltó quizás alguna armonía, alguna valerosa consecuencia entre los principios y los deseos, entre el comienzo y el fin de su existencia. Pero dos cosas no son posibles: que quienes  se convierten totalmente á otra fé llamen tránsfugas á las que se enorgullecen recordando aquella en que se criaron, debiendo tan solo introducir en su actitud modificaciones meramente accidentales según aconsejaba la política, y que respecto de los hombres que murieron descuellen ora el anatema, ora el olvido sobre el bien legado á la Basconia y que proclaman á una voz el aumento de su prosperidad y el ensanche de su vida pública. Fueron buenos bascongados al ser operarios leales de la pátria, y si no ha sido posible recordar á Iturriaga sin recordar la sociedad en que vivía, tampoco es dado honrar su memoria sin honrar una reunión en que halló sólido apoyo bascongado la pátria española.

A la verdad Iturriaga alcanzó el privilegio de ser la única persona de aquel círculo que obtuvo extensa popularidad bascongada. Es que sacerdote, era retraido para la expresión de sus ideas generales, y bascófilo, era expansivo para el cultivo del euskara. Acudíase de todos lados á consultarle dudas y para que resolviera dificultades: apenas había predicador (y desde luego citaré á D. Juan José Gaztañaga, de tendencias tan diferentes de las que se advertían en Iturriaga) qeu de él no solicitára lecciones sobre castizo bascuence para los sermones. Consumado latino, literato castellano, prefería el bascuence par aescribir en la puerta del campo santo de su puelbo aquella tan famosa inscripción:

Laister esango da zuecgatic
Esaten oi dana gugatic:
¡Ill ciran!

Dedicóse á verter en admirable verso bascongado églogas de Virgilio y fábulas de Samaniego y de Iriarte, añadiendo composiciones propias. La expontaneidad, la sencillez, la gracia constituyen la excelencia principal de sus versos, pero llegado el caso unía la sublimidad á la sencillez, á la gracia la ternura, como al decir para las masas bascongadas en su Bada Jaungoico bat.

Cerua eta lurra
Eta ichasoa,
Dagozquigu estaen
Badal Jaincoa:
Iñorc seculan balu
Oneta dudaric,
Ez luque bere-buru
Esatea baici:

· · · · · · ·

¿Nor eguin ote zuen
¡Cer arrigarria!
Beñere acabatzen
Ez zaigun arguia?
¿Norc, igaroagatic
Egunac, urteac,
Gorde-arazten dioeca
Lennego bideac?
Baldin irteten balitz
Bide aietatic
Ez litzaque guelditzen
Guizon bat biciric;

· · · · · · ·

Atozquit onot orain
Zu, guizon zoroa,
Ucatzera oraindic
Badala Jaincoac

· · · · · · ·

Osasuna danean,
Bai ere indarra,
Guizonac eguiñ oi du
Jaungoicoaz farra;
Baña galtzen baditu
Bat eta bestea.
Orduan aitortzen du
Arc bere jabea,
Ez da mundu onetan
Iñon nacioric
Jaungoico bat badala
Aitor ez duenic.

· · · · · · ·

Bada bai, Jaungoico bat,
Danic justuena,
Cerua eta lurra
Eguin dituena:
Zuc eguin cenduen, bai,
Nere Jaungoicoa,
Lembicico guizona
Zure antzecoa:
Zuc eguiñac dirade
Eguzqui, illarguia,
Izar ederrac eta
Ichaso andia;
Oiec icusten dira
Gauaz ta egunaz
Alabantzac eguiten
Zure ontasunaz,
Zure jaquinduriaz
Ta anditasunaz.
 

Con la publicación del muy científico Diccionario basco-español de Aizquibel acaba de prestar el editor Sr. López en lo más elevado de las letras, un señalado servicio á la tierra basca y á todos los españoles capaces de estimar joya tan valiosa como un idioma estudiado profundamente por los filólogos de Europa, y es digno de aplauso al dar á la masa bascongada, apegada á su hermosa lengua y poco provista no obstante de libros fuera de los de rezo, esta nueva edición de poesías bellas y populares que á juicio de un modesto sábio, por todos reconocido como maestro, tiene ortografía más exacta que la vieja y agotada edición.
 

F.L.

San Sebastián 1º de Noviembre de 1884.

 

 

 


 


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