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Autor: Olazábal Ramery, Juan de, (autor)
Titulo: Nuestro fuero y los reyes de Castilla : en defensa de la tradición : conferencia dada por don Juan de Olazábal y Ramery en el Círculo Tradicionalista de Tolosa el 20 de Febrero de 1932.
Nota: 56 p. ; 17 cm.
Editor: Zarauz : Editorial Vasca, 1932.
Materia: Fueros--Gipuzkoa.
CDU: 34(466.2)

Localizacion                    Sign.Topográfica                    Estado
FONDO DE RESERVA         C-249 F-13                           No Prestable

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CONFERENCIA
DADA POR
Don Juan de Olazábal y Ramery
en el Círculo Tradicionalista de Tolosa
el 20 de Febrero de 1932

Nuestro Fuero y los Reyes de Castilla
En defensa de la Tradición

EDITORIAL VASCA, S. L.
Celaya y Comp.
ZARAUZ
1932

CONFERENCIA
DADA POR
Don Juan de Olazábal y Ramery
en el Círculo Tradicionalista de Tolosa
el 20 de Febrero de 1932

Nuestro Fuero y los Reyes de Castilla
En defensa de la Tradición

EDITORIAL VASCA, S. L.
Celaya y Comp.
ZARAUZ
1932

ADVERTENCIA
Habiendo surgido la idea de la difusión de esta modesta conferencia, me ha parecido oportuno sustituir las citas que en ellas hice, con la transcripción original de los textos y documentos, a que me referí, en su parte pertinente; con lo que, si la conferencia se ha extendido de más, tendrá la ventaja de facilitar en cambio. El conocimiento de sus fuentes, a cuantos no tuiveran el libro de nuestros Fueros a su alcance.
EL AUTOR.

Conferencia dada por D. Juan de Olazábal
en el Círculo Tradicionalista de Tolosa
el sábado 20 de Febrero de 1932.

Hecho el silencio desués de la larga ovación con que fué recibido, comienza saludando a las señoras y señoritas que le honraban con su presencia, sin tener en cuenta que su compromiso, según lo anunciado, era una amena charla; que así mismo saludaba a todos los amigos y correligionarios, que por su número extraordinario, daban al acto, de suyo familiar, caracteres demasiado solemnes.

Agradeció, en frases llenas de sinceridad al señor Caballero, su cariños presentación de exaltada caballerosidad, que hubo momentos en que le hicieron dudar de su propia personalidad, relatando a este efecto una festiva anécdota, que fué recibida con grandes risas y aplausos.

SU RENUNCIA

Continuó diciendo, que no comprendía la importancia y admiración que causaba su renuncia a la Jefatura que había venido ostentando, porque lo consideraba algo tan natural y lógico, como la caída de la fruta del árbol, al punto de sazón.

Eso lo realizara quien quiera que tuviera dignidad, hombría de bién, y sentido de la realidad. (Prolongados aplausos).

Público es, como os lo manifestaba elocuentemente el señor Caballero, que desde hace años venía trabajando cunato podía por la unión de todos los católicos, en vista de la necesidad imperiosa de las circunstancias y de las súplicas y apremiantes instancias de nuestros Pastores. Con la franqueza que me caracteriza os diré, que se constituyó la Comunión Integrista, paralelamente al Carlismo, para guardar y conservar vivo e incólume el sagrado depósito de nuestras doctrinas salvadoras. En él permanecimos y permanecí, siguiendo los imperativos de mi conciencia, como lo estuvieron todos nuestros correligionarios y otros muchos, que de fuera del carlismo vinieron a nutrir nuestras filas.

En los momentos más críticos, la Providencia hace surgir la venerable figura de nuestro augusto caudillo, desplegando al aire un programa tan puro, sincero y completo, que ya nuestra unión se diluía en la fusión y ésta la declaró oficial y públicamente el Sr. Senante en Barcelona, el Sr. Clairac en Madrid, el Sr. Sánchez Marco en Pamplona, y hube de rubricarla, como Jefe en San Sebastián, en la memorable fecha de la Asunción de la Virgen. Ipso facto desaparecía nuestra personalidad política, reencarnándose de nuevo en el carlismo y pasando yo a ser sencillamente un soldado de fila de la gran Comunión Tradicionalista. (Gran ovación).

Os garantizo porque conozco bien a los míos y tengo en ellos absoluta confianza, fe ciega, y leo a diario sus afectuosísimas cartas de despedida, que nuestra fusión, devolviendo al tradicionalismo íntegro el sagrado depósito de nuestras salvadoras doctrinas, es tan apretada, como apretado es el puño cerrado a impulsos de un brazo vigoroso; y ellos serán los más firmes puntales de la disciplina. (Prolongada ovación).

Por otra parte, os declaro ingénuamente, que estaba harto de mandar y correr un día tras otro las responsabilidades de cargo tan delicado en todos sentidos y sentía hambre de obedecer. Ahora serviré donde me manden aunque sea de ranchero. (Risas y aplausos).

Hay que conservar la solera del vino añejo
y el trojo del buen trigo

Como os decía el Sr. Caballero, las ánsias de salvación han hecho, que cuantos sienten la necesidad de la religión, el orden y la paz social, vuelvan sus ojos anhelantes a nuestros principios salvadores, a la tradición española cuyos depositarios somos, alistándose en grandes masas en nuestras filas. Parece oficial la unión conjunta en el tradicionalismo de ambas ramas monárquicas, constituyendo el frente único. Nosotros habremos de recibir a este nuevo sector con los brazos abiertos. Bien venidos sean para trabajar unidos en cuanto nos es común. El instinto de conservación, ya que no fueran los altísimos intereses de Dios y de la Patria, deben de aliarnos a cuantos no queremos ser víctimas de la revolución, que a su vez congrega a todas sus huestes, para dar si pudiera la batalla definitiva a Cristo y su Iglesia, la familia y el orden social. (Aplausos).

Pero menester es que vivamos precavidos y prevenidos contra un peligro posible, no nuevo en la historia y que pudiera acarrear una vez más nuestra destrucción y ruina, el de que con la anexión de estos nuevos contingentes, pudiera aguársenos el espíritu de nuestros principios, o introducírsenos la cizaña entre el trigo. Es pues de necesidad absoluta, que guardemos con vigilancia suma, la solera de nuestro buen vino y el troje de nuestro candeal, para que aquél no se desvirtue y siempre sembremos la buena semilla.

Instrucción y espíritu de sacrificio

Es importantísimo por tanto, el que propaguemos nuestras doctrinas e instruyamos bien y a fondo a nuestras masas, para perpetuar la tradición en nuestros hijos, tansmitiéndola íntegra y conservándolos puros evitando mistificaciones. Con principios sanos fundados en la ley eterna de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, se salvan las naciones y los pueblos; sin esos principios cristianos, es inútil todo esfuerzo; el término será la anarquía. Bien lo veis; estamos a un paso de ella; en fuerza de enfundar la bandera, de ceder y transigir un día y otro, en evitación de mayores males, hemos llegado ya al fondo tantas veces previsto, al sótano; en el que ya solo cabe, o ser enterrados o resurgir potentes si queremos salvarnos. Pero esto no lo lograremos sin un alto espíritu de abnegación y sacrificio, sin una formación austera y recia, dispuesta a hacer frente a la revolución, en la medida de la necesidad. Los momentos son solemnes. No es hora de recordar agravios, si no de olvidarlos todos, para luchar por el triunfo de nuestros ideales salvadores. (Prolongados aplausos).

Enérgica protesta

Y aprovecho esta ocasión para sentar como católico, mi más enérgica protesta contra las leyes opresoras de nuestra fe y de nuestras creencias; contra todas las disposiciones persecutorias de la Iglesia, sus Pastores y Ministros, contra las atentatorias a las órdenes religiosas, sus bienes y conventos y contra todas las desconocedoras de la familia cristiana, de los derechos inalienables de los padres para con sus hijos; contra todo eso protesto desde el fondo de mi alma, en la forma y medida que me autorice y consienta la ley de defensa de la república.

El peligro comunista

Al fin parece que nuestros gobernantes empiezan a ver claro. Ya se van convenciendo de que el peligro no lo tienen por el lado de las derechas, al modo de hablar de ellos, que como elementos de orden, no pueden ser fautores de anarquía, sino en esas izquierdas cada día más osadas y atrevidas y las que a virtud de una propaganda inconcebible se van apoderando de España amenazando inponernos por la fuerza el comunismo ruso. ¿Y sabéis lo que es el comunismo ruso?

Rusia no es ese país de bienandanzas y fortunas que nos describen periódicos, revistas gráficas, folletos y libros debidos a la acción de la masonería y del oro judío.

No; el comunismo ruso es algo que se quiere mantener oculto con todo género de suertes y artilúgios, por su enormidad salvaje y sanguinaria. Hay que oir a quienes han residido allí, lo han sentido y han podido transmitir sus impresiones al mundo exterior, sufriendo persecuciones, cárceles y tormentos.

No hace muchas noches elía en una obra ya conocida ¡”Así es Moscú”! “Nueve años en el país de los soviets”, por José Douillet, Ex-Consul de Bélgica en Rusia. Y tan desazonado me dejó su lectura, que me costó conciliar el sueño, al ver el horrible caos en que el hombre se animaliza en esa Rusia, vergüenza de los pueblos civilizados; no concibiendo que países que se dicen cultos, no se decidan a intervenir en una acción común, para concluir con esa retrogradación al salvajismo más feroz, si quiera en honor de la humanidad.

El reparto por igual de la tierra
Que no coma el que no trabaje

Esto me decían unos comunistas que era su aspiración suprema, los últimos postulados del comunismo, engañando así a las gentes, haciéndolas creer, que Rusia se mueve ordenada y pacíficamente por el logro de esos fines, labrando de día en día la felicidad de un pueblo, que en puridad se muere de hambre, de vicios, de miseria y es presa de toda clase de enfermedades, moviéndose al chasquido del látigo de sus explotadores que lo tratan como bestia, sin límite en las horas de trabajo, con refacciones repugnantes e insuficientes, sin jornales, con jornales ilusorioes, porque lo que se les paga con una mano, se lo arrebatan con la otra, en gracia a descuentos y otros gajes parecidos, con promesa de una futura Jauja que nunca llega y atestando las cárceles, con miles de personas, que sufren verdaderos martirios y son sacrificadas a diario sin audiencia, procesos, ni formas judiciales de ninguna clase.

Lo utópico de aquellos postulados es evidente. Al pedir por igual el reparto de la tierra, habrá de ser bajo la base de su persistencia en la igualdad, y eso es sencillamente absurdo. Si las condiciones físicas de los hombres son varias, sus actividades serán desiguales; y si las morales son tan distintas como las físicas, esas diversas aptitutdes morales, se traducirán en todas sus obras.

Hagamos el primer reparto igual de tierras de las mismas condiciones a sujetos de la misma edad, y provistos de los mismos medios de explotación. El uno es listo; el otro tonto; un tercero gastador y un cuarto ahorrador. Al año han surgido las desigualdades a beneficio del listo y ahorrador. Tiempos más tarde, los primeros sienten el bienestar; los otros, la necesidad y el hambre. ¿Tendrán derecho éstos a desposeer a aquellos de lo que legítimamente hicieron suyo, con el ahorro y trabajo inteligente? (Aplausos).

“Que no coma el que no trabaje”. Vamos con esta otra tontería. Esos cuatro hombres entre los que hicimos el reparto, sienten la necesidad de constituir familia; y el listo y el ahorrador, encuentran su cara mitad, en personas de sus condiciones, mujeres listas y ahorradoras; y el tonto y el gastador, en otras dos a medida de su imagen y semejanza; gastadoras y tontas. Las primeras familias siguiendo el impulso de sus aptitudes físicas y virtudes morales, se consolidan en el bienestar, logrando un vivir desahogado con rentas propias; de las otras se apodera la miseria y la necesidad. ¿Será justo que éstas levanten la bandera de que no coma el que no trabaje, para compartirse lo de las otras dos, después de haber holgado sin producir, o malgastando por adelantado lo suyo? Estas son locuras. Cierto que los hombres son iguale sen cuanto al nacer y al morir, pero en todo lo demás, física y espiritualmente son tan desiguales, que no se hallarán dos idénticos, y estas desigualdades se manifestarán en todas sus actividades y obras, mientras el mundo sea mundo, siendo por otra parte esta variedad, de absoluta necesidad, para la existencia social.

Y vamos con “el reparto social”. Señores socialistas. ¿Es que eso no se viene practicando desde hace muchas generaciones sin resultado práctico alguno? ¿Hay algo más usado y más desprestigiado a los fines que persigue el socialismo? Cuanto dejan las personas que mueren, se lo reparten sus sucesores, y la inmensa mayoría de las herencias vienen a repartirse en partes iguales entre los herederos, quienes préviamente se aseguran, con el exámen medición, tasación de fincas y avaluo de valores, de la totalidad de los bienes del difunto, cuyo reparto igual al céntimo, lo encomiendan a las personas más capaces y de mayores garantías; no obstante lo cual, ¿cuánto tiempo dura la igualdad? El momento mismo de hacerse la adjudicación y transmisión, y nada más; porque la desigualdad sobreviene inmediatamente, por doscientas causas y motivos que no hay porqué enumerar.

Pues si todo el mundo practica a diario este reparto familiar, que al convertirse en colectivo por su número, bien puede calificarse dada su extensión, de social, sin lograr igualdad alguna, ¿a quién se va a convencer con ese apotegma de una nueva distribución de bienes, como remedio a los males sociales?

La familia y la propiedad

No hay sociedad posible sin familia, por ser ésta su primera célula; ni familia sin propiedad o el derecho a hacer exclusivamente suyo, el producto del propio esfuerzo o trabajo. Si no tiene el que trabaja la garantía de que lo hace para sí y los suyos, que son su propia personalidad o la prolongación de la misma, ¿con qué estímulo ha de imponerse el sacrificio del trabajo, qué ideales le sostendrán en el yugo, qué amor y dulzura podrá hacerle grato lo que de suyo es adusto y áspero, si no es el cariño de la familia y la satisfacción íntima de saber que con él, atiende a las necesidades de la misma? Trabajar para otros, trabajar colectivamente para la colectividad, fantasmagoria pura, que como otra porción de sueños de los modernos novadores, solo contribuyen a cegar las fuentes todas de producción y riqueza, como lo atestiguan la miseria y el hambre que por doquier inunda al mundo.

Una ojeada a nuestros fueros

Vascos y guipuzcoanos, justo es que tengamos idea exacta de lo que son nuestros fueros, tergiversados y falsificados, por quienes nunca los han ojeado o si los han ojeado no los entendieron, y si los entendieron tuvieron el poquísimo escrúpulo de desnaturalizarlos, inventando historias y patrañas injuriosas, reñidas con la verdad histórica y el contenido en este tomo que aquí veis, que va a hablar por mí, y es el evangelio de toda nuestra constitución política.

Como la ignorancia es atrevida, vamos a dar un tomazo de amigo con nuestra Complicación foral, a las cabezas hueras que en sus alucinaciones, por no dudar de su buena intencion, inventan fábulas novelescas muy alejadas de la realidad palpitante y vivida. La historia es como es, y no hay medio de hacer que lo que fué, haya dejado de ser.

Nuestros fueros eran Leyes del Reino

Hubo gentes que exagerano su sentimentalidad vasca, quisieron ridiculizar el sagrado depósito de nuestras Instituciones, denominándolas fueritos, con rentintín, creyendo sencillamente en su obsesión, que se trataba de una colección de gracias, mercedes y privilegios, que nos habían concedido los reyes, viviendo de precario con ellos, desconociendo en primer término, que el alcance de la palabra Fueros, no es solo el de significar gracias y mercedes, sino jurisdicciones y leyes del reino.

Nuestra legislación española está llena de esas compilaciones, tales como el Fuero Juzgo, El Fuero Real, El Fuero viejo de Castilla, los Fueros de Aragón, Cataluña, Valencia etc., verdaderas leyes del reino, no menos, que las Partidas y la Novísima Recopilación; Y nuestros Fueros, tenían ese concepto grande, definitivo y estable, de verdaderas leyes del reino. Ya hubieron de rectificar más tarde y llamarlos con toda veneración “Lege Zarra”. De sabios es mudar de consejo. Pues vamos a rendir ese homenaje, a estas leyes viejas.

¿Era Guipúzcoa España después de nuestra incorporación a Castilla, con  esas Leyes Viejas?

Que hable por nosotros el Fuero, o sea, esta Compilación que aquí veis, de los Privilegios, Buenos Usos y Costumbres, Leyes y Ordenes de la Provincia de Guipúzcoa, hecha con Real licencia, y practicadas las formalidades más variadas y nimias, de comprobación, que asegurasen en absoluto la autenticidad de lo compilado. Dice así el título 1.º, con que se encabeza nuestra Constitución.

“La Ilustrísima y Nobilísima Provincia de Guipúzcoa, es parte muy principal del Reino de España en la Europa”. Nada más claro, terminante y esxplícito. Que tomen muy buena nota de ello, los que en posesión de secretos que jamás alcanzaron nuestros progenitores, aseguran que Guipúzcoa nunca fué España. ¡Ah!, pero que presenten pruebas tan concluyentes como las que aportamos nosotros, para desvirturar su eficacia. (Aplausos).

Los Reyes de Castilla siempre fueron desde nuestra anexión reyes de Guipúzcoa, siendo por lo tanto Guipúzcoa una Monarquía.

Corren entre ciertos elementos, con la autoridad de cosa juzgada que olímpicamente ellos se la atorgan, dos errores fundamentalísimos. Uno: que Guipúzcoa siempre fué una república. Otro, que los reyes de Castilla, nunca lo fueron de Guipúzcoa.

Nuestros Fueros desmienten en seco. Lean estos doctores, el Cap. IV del Tit. 11, y allí verán autorizado aquel documento, con la firma de “YO EL REY”.

Pasen la vista por el Capítulo siguiente el V y observarán desde su comienzo esta realeza. “Don Enrique, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León... e de Guipúzcoa”. ¿Se quiere nada más claro? REY DE GUIPUZCOA. ¿Quiénes se atreven a aseverar, ante texto tan terminante, que los reyes de Castilla, nunca lo fueron de Guipúzcoa?. Y se rubrica el Fuero con esta firma: YO EL REY.

Hacen los guipuzcoanos ciertas observaciones, pidiendo al monarca determinadas licencias; y en Béjar a 17 de Febrero de 1468, el Rey contesta a la Provincia, con un Decreto real con este encabezamiento y este pie: “Don Enrique por la gracia de Dios Rey de Castilla... e de Guipúzcoa e Señor de Vizcaya... y la estereotipia de “YO EL REY”.

Y el capítulo VI del Tit. VI principia con “EL REY”, y acaba con “YO EL REY”:

Y en Carta real en que alude a instancias de la Provincia, para que jamás se desprendan de parte de ella, vuelve a llamarse REY DE GUIPUZCOA y autoriza su rescripto con el consabido “YO EL REY”.

Y con la cabeza de “EL REY” se autorizan los Fueros del capítulo VII y el IX, amen de una porción de disposiciones que omito en gracia de la brevedad y en las que, podrán saturarse de ver la firma del Rey en funciones, en cabeza y pie de todos esos interesantísimos documentos, que son partes integrantes del libro único, verdadero y auténtico, de nuestros Fueros. Luego los reyes de Castilla, también lo eran de Guipúzcoa. (Grandes aplausos).

Y en esto yo no he puesto más que el hilvan; nos cabe pues, la satisfacción y el honor a los tradicionalistas, de haber sostenido siempre la verdad, porque esas aberraciones de que los reyes de Castilla nunca lo fueran de Guipúzcoa, y que Guipúzcoa fuera una república en el sentido de que no tuviera Reyes, es un verdadero error como lo habeis visto comprobado, con el testimonio irrecusable de las leyes de nuestra Constitución secular. Eramos tan Monarquía, como lo fué Castilla, dentro de una organización política patriarcal y aristocráticamente democrática. El rey en Guipúzcoa, no era Señor, sino Rey, así como suena. Todos nuestros fueros estaban confirmados y aprobados al compilarse, por EL REY NUESTRO SEÑOR DON FELIPE QUINTO, según reza el frontispicio de nuestra Compilación.

¿Eran nuestros Monarcas enemigos, tiranos y perseguidores de los Vascos?

He ahí otra patraña, que gentes poco escrupulosas hacen correr, para derivar indirecta y fatalmente las simpatías hacia una república, de la cual, solo hemos recibido agravios, heridas crueles, y las ofensas que más pudieran lastimar nuestros sentimientos católicos y vascos. Parecerá un sueño, pero es una cruel y vergonzosa realidad.

De haber existido ese duelo a muerte, enter nosotros y nuestros reyes, esa antipatía, esa persecuciónd e la que éramos víctimas, no hubiera dejado de trasparentarse de modo inconcuso, en todas nuestras mutuas relaciones.

Venga el Fuero a restablecer la verdad. Enalteciendo nuestra fidelidad y valor sin par, escribe el Tit. 1.º de nuestra Recopilación foral; “que en todas las edades han plantado los Guipuzcoanos en el templo de la fama, victoriosos trofeos de los enemigos de la Corona de España. En su restauración de el bárbaro yugo de los moros, fueron los primeros que se opusieron a sus violencias, y gran parte, para que los cristianos se esforzaren, no solo a la resistencia de sus atrevidos intentos, más también a arredrarlo y expelerlos de todos los dominios que ocuparon en el Reino. Felizmente se logró esta empresa (aunque al cabo de muchos años) en tiempo de los reyes Católicos Don Fernando y D.ª Isabel, asistiendo los guipuzcoanos, padre por hijo, en las facciones más memorables que se ofrecieron en setecientos años, unas veces con los reyes de Navarra, y otras con los de Castilla, haciendo siempre experiencias de su valeroso denuedo. No menos le han mostrado en estos doscientos años, siendo raro, (o por mejor decir) ninguno, el en que no se han manifestado celosos verdaderos servidores de sus reyes, en la defensa de la frontera, diversas veces invadida de formidables tropas y ejércitos enemigos, en asegurar plazas con numerosos y repetidos socorros de gente, en acometer y destruir mucha parte de la provincia de Labort en Francia, en la tripulación de gruesas Armadas, que se han aprestado en los puertos de la Provincia, con gente militar y marinera de ella, en los servicios de muchísimas compañías sueltas para los ejércitos y armadas reales, y en estar siempre prevenidos con sus armas, atentos con su fidelísimo y muy leal celo, y prontos con sus verdaderos buenos deseos para servir a su Rey y defender la Provincia de cualquiera hostilidad que intentaren los enemigos de su Majestad, por tierra y por mar”.

¿Se quiere más brillante ejecutoria de nuestras excelentísimas y cordialísimas relaciones con nuestros Reyes, cuando tan a la mano teníamos el poderlos abandonar y vengar los agravios, con el poderoso apoyo extranjero, al que siempre se contuvo con el heroísmo de nuestros pechos?

El Cap. III del Tit. II no es más que una calurosa exaltación del cariño, amor y fidelidad de los guipuzcoanos a sus monarcas y de la correspondencia de ellos a nosotros, con mercedes y favores. De él son estos párrafos.

“Mientras duró la santa guerra contra los moros, nunca se efectuó facción más grande en ella, sin que todos o la mayor parte de los Guipuzcoanos (aunque los más remotos en el reino) asistiesen en la empresa con su Coronel nombrado por la misma Provincia en continuación de su fuero y antiquísima costumbre, y en algunas, haciendo escolta y guardia a la persona Real, particularmente en tiempo del Rey Don Alfonso el último, que para este efecto se valió de ellos, en la insigne batalla de el Salado, como de sus fidelísimos y muy leales vasallos. Correspondieron a la realidad de estos mismos atributos, en las guerras que hubo en muchos años entre los reinos de Castilla y Navarra, por las diferencias de sus Reyes, exemplificando a los demás vasallos en la prontitud con que asistieron al Real servicio en todas las ocasiones que se ofrecieron. No menos se acreditaron constantemente fieles y leales en todas las guerras civiles, y movimientos internos de Castilla en diferentes tiempos, sin que en ocasión alguna hubiesen faltado a su obligación en la debida asistencia y servicio de la Real Majestad. Hacen patente esta verdad, muchísimas y muy regaladas cédulas de los Reyes de España, parte de las cuales se expresarán en algunos capítulos de este libro y otras se ponen en los capítulos siguientes”.

Estos son los hechos atestiguados por nuestras leyes viejas, que hacen patente repetiremos a nuestra vez, la falsedad de esas tiranías, persecuciones y malos tratos de que se acusa a nuestros reyes, y que jamás podrían enjendrar ese amor, ese cariño, esa fidelidad en sus súbditos, hasta el punto de ofrendarles tan heróicos sacrificios y servicios por sus reales personas, quienes a su vez, agradecían con las muchísimas y muy regaladas Cédulas con que nos honraron, y quedan de ellas constancia cierta en nuestra Constitución secular. ¡Qué responsabilidad las de los que siembran el odio entre la gente sencilla, sentando la falsedad y la calumnia, en momentos en que el mundo perece por falta de caridad! (Grandes aplausos).

Por cierto, y este es un inciso, que este Alfonos, fué el onceno, nacido en 1310 y que entró a reinar a los dos años, habiendo cumplido 32 cuando dio la famosísima batalla del río Salado, qu esegún las crónicas, costó a los sarracenos más de 2000.000 víctimas, habiéndose recogido en el botín tanto oro, que éste perdió una sexta parte de su valor. Cuentan también esas crónicas, que Eduardo III de Inglaterra regaló por aquel entonces a Alfonso, un lotecito de corderos ingleses que luego vinieron a constituir la tan renombrada raza merina Española, que andando el tiempo fué reexportada de nuevo a Inglaterra, para perfeccionarla y crear el soberbio ganado que hoy poseen.

Como agradecían los reyes nuestra constante fidelidad y servicios.

En el cap. IV del Tit. II de nuestra Copilación foral, en el que, el rey Don Enrique IV concede en carta Real, los títulos de Noble y Leal, y el emperador Carlos V los acrece con los de Muy Noble y Muy Leal con que honraron a la Provincia en gratificación de sus muy leales servicios, encontramos la siguiente declaración.

“Don Enrique por la gracia de Dios... etc. Por hacer bien e merced a vos los Concejos, Alcaldes, Prevostes, Merinos, Regidores, Cavalleros, Escuderos e Oficiales de la mi Provincia de Guipúzcoa, e Alcaldes e Procuradores, e Jueces, e Comisarios de los Hijosdalgos e de las Hermandades de ella, por los muchos e leales servicios, que vosotros me habedes fecho, e facedes de cada día, tengo por bien e merced, que ahora, e de qui adelante por siempre jamás, esa dicha mi Provincia se pueda llamar, e nombrar, e se nombre e llame e intitule en todas sus cartas, escrituras e lugares, donde se hubiese de nombrar, la Noble y Leal Provincia de Guipúzcoa e por esta mi carta, e por su traslado signado de Escribano público, mando etc.” Título que como hemos advertido el emperardo Carlos V los elevó a los de “Muy Noble y Muy Leal”, por los muchos e buenos e leales servicios. (Aplausos).

Cuanta era la confianza que los reyes depositaban en la Provincia.

Otro de los señalados honores con que se engalanaba Guipúzcoa, era la gran confianza que en ella depositaban sus reyes, encargándola de los asuntos más difíciles y delicados. ¿Cómo podría suceder tal, de existir el antagonismo que algunos quieren hacer ver que existía entre monarcas y súbditos? Fidelidad, servicios, lealtad y sacrificios voluntarios y gozosos por un lado; gratitud, confianza, recompensas y honores por el otro. ¿Querrían decirnos los falseadores de la historia y de los fueros, en qué asientan sus afirmaciones, para transformar este estado de hecho, en ese otro de supuestos rencores, odios, explotaciones y persecuciones para concluir anatematizando a todos nuestros Reyes? De nuevo solicitamos las pruebas. No es mucho pedir, que señalen los documentos o archivos, en que tan contrariamente se desmienten nuestros fueros. Esto precisa hacerlo, si hay honradez y caballerosidad. (Grandes y prolongados aplausos).

Entretanto, ahí van nuestras piezas de convicción.

Ahora nos referimos al Cap. V, Tit. II de nuestros fueros, que lleva encabezamiento tan expresivo, como el que vais a oir.

“Cómo por la confianza grande, que justamente se tuvo de la Provincia, se le encomendó se apoderase de las Fortalezas de Veloaga, y de Fuenterrabía, que demoliese a la primera, y tuviese en su poder a la de Fuenterrabía”.

Por el contexto del encabezamiento se hecha de ver, la gran confianza de nuestros monarcas en la Provincia y su esfuerzo, que con solo encomendar el encargo, lo daban por hecho; y así se agrega, que el un Castillo se demoliese, y el de Fuenterrabía lo retuviese en su poder.

Se abre el Fuero, llamándose Don Enrique IV, Rey de Guipúzcoa. Se dirige a todos los hijosdalgo de mi Noble e Leal Provincia de Guipúzcoa, en 20 de Abril de 1466 y les dice: “Sepades, que por algunas causas e razones, que a ello me mueven muy cumplideras a mi servicio, a bien e paz, e sosiego de toda esta tierra; mi merced e voluntad es, que vos apoderedes de el mi Castillo de Veloaga, que tiene el Mariscal García de Ayala, por cuanto el dicho Mariscal ha estado y está en mi deservicio, e del dicho Castillo se han fecho e esperan facer algunos males e damnos en esa tierra, e así, tomando, lo pongades e derrivadespor el suelo, e non consintades nin dedes lugar que se pueda tornar a facer y edificar, sin mi licencia e especial mandado, porque vos mando a todos (ciego será quien no vea aquí también la autoridad real) y cada uno de vos, que luego vista esta mi carta, sin otra luenga, ni tardanza, nin escusa alguna, lo fagades”. (Y a continuación ordena y dispone lo que deben hacer).

Cumplió como siempre la provincia a maravilla, lo que se le encomendó; y transcurrido algún tiempo, creyó llegado el caso de poder tornar el Castillod e Fuenterrabía, al antiguo Mariscal Don García de Ayala, y así se lo suplicó al Rey; a lo que éste contesta desde Béjar a 17 de Febrero de 1468: “que porque al presente a mi servicio no cumple que otra persona alguna tenga la dicha fortaleza sino vosotros, porque sois personas, que bien, elal, e fiel, e verdaderamente habéis siempre guardado, e agora soy cierto, que guardades todo lo que cumple a mi servicio e al bien e conservación de esa mi dicha provincia; yo vos mando, que por ninguna, nin alguna manera, nos dedes ni entregades el dicho Castillo e Fortaleza de Fuenterrabía al dicho Mariscal, nin a otra persona alguna, antes le tengades, e guardades, e tengades y defendades vosotros...”.

Se completa el Escudo de Guipúzcoa.

Bien sabéis, que el antiquísimo escudo de Armas de la Provincia consistía, en la persona de un Rey con vestiduras de tal y corona en la cabeza, sentado en una silla con su espada desnuda en la mano diestra, la punta hacia arriba, en el baluarte superior; y en el inferior tres árboles tejos verdes, plantados a la orilla del mar, todo en campo colorado. Pero el año 1513, le concedieron los Reyes Católicos, el que añadieran doce piezas de artillería en la parte izquierda de la tarjeta superior.

Cómo lo ganó Guipúzcoa

El fuero del Cap. VIII del Tit. II que de esto se ocupa, es tan honroso para nosotros los Guipuzcoanos, y prueba tan claramente las mutuas y excelentes relaciones en que se desenvolvían los Reyes y sus súbditos de la Provincia, que me permitiréis que si no todo él, os lea varios párrafos de lo que a modo de prólogo y resúmen historial, hace de neustros servicios, hasta culminar en la brillantísima jornada en que Guipúzcoa se ganó esos trofeos para su cuartel.

Manifiesta, cómo por el mes de Diciembre de 1474, sucedieron en la Corona de Castilla Don Fernando V y Doña Isabel, (los Reyes Católicos), al tiempo que los Reyes de Portugal y Francia, trataban confederados de privarlos de la sucesión del reino, invadiendo Extremadura con 20.000 hombres y Guipúzcoa con otro ejército de 40.000, al mando estos últimos, de Aman, Señor de Labrit. En tan ponderable aprieto.... dice “se esmaltó, con realizados servicios la fidelidad de la Provincia, pues a un mismo tiempo envió más de 2.000 de sus naturales al ejército de Castilla, que tenía sitiado el Castillo de Burgos. Socorrió las plazas de Fuenterrabía y San Sebastián, con bastante número de gente presidiaria, aseguró con la restante de sus vecinos y naturales, a toda la tierra invadida y amenazada de tanto poder contrario. Dos veces sitiaron y batieron frnaceses con su numeroso ejército a Fuenterrabía el año 1476, y en ambas se retiraron con grande pérdida, confusos de verse desestimados de los guipuzcoanos. Quemaron la villa de Rentería y parte del valle de Oyarzun, y aunque dieron vista a San Sebastián, no osaron embestirla, sabiendo que estaba bien guarnecida y provista de todo lo necesario, y volvieron a su reino corridos y descalabrados, por el valor de solos los naturales de la Provincia, que consiguieron en esta ocasión su propia defensa, y el que se mejorase grandemente el partido de los señores Reyes Católicos, recuperando ciudades, fortalezas y pueblos que se mantenían en la devoción de Portugal, y desbaratando el ejército de aquel reino en la batalla de Toro, en que, y en las demás facciones de aquella guerra sirvieron contínuamente, y con grande satisfacción de sus Majestades los 2.000 hombres que envió la Provincia.

En las conquistas de los reinos de Granada y de Nápoles, ilustró con particularidad sus méritos, enviando numerosas tropas de sus naturales a engrosar los ejércitos reales y cooperaron valerosos en la restauración y ocupación de ambos reinos con el amor, firmeza, y fidelidad propias de sus obligaciones, como se vé en el Capítulo I. Título XVIII de este libro.

Después de esto sucedió la unión del reino de Navarra con el de Castilla el 1512; y habiendo juntado el Rey de Francia un poderosísimo ejército, le encaminó a la parte de los Pirineos, con los más experimentados Cabos de su nación. El intento era recuperar aquel Reino para sus desposeídos dueños y apoderarse de la provincia o de la parte que pudiese de ella. A este fin entró muy orgulloso Carlos Duque de Borbón, por el lugar de Irún a 14 de Noviembre del año referido, con un grueso muy considerable de gente escogida, y dejando a Fuenterrabía que se hallaba bien prevenida para la defensa, pasó hasta la villa de Hernani, ocupando los lugares intermedios. A 17 se puso sobre la plaza de San Sebastián, batióla fuertemente y arruinando con su artillería grande parte del muro flaco, por la parte de la Zurrioala; la embistió con furiosos aslatos, pero se la defendieron bien los guipuzcoanos que se hallaban dentro, fortaleciendo y cerrando el débil desmoronado muro con el vivo parapeto de sus personas. Causó esta valerosa resistencia tanto asombró a Borbón y a los suyos, que juzgando por imposible la empresa... desistieron del intento... y decidieron el día 19 retirarse a Francia, saciando el furor de su ira... quemando lugares y caseríos de la frontera, de donde sacaron buen pillaje de ganado, si bien les fué preciso desampararlo, con parte de su bagaje, por haberles acometido gallardamente por la retaguardia los que se hallaban de presidio en Fuenterrabía, obligándoles a que lo dejasen todo ignominiosamente y con bastante escarmiento de sus empeñados arrojos,” como lo declara la señora Reina D.ª Juana en el Privilegio Real de las Escribanías de número de la Provincia, que va puesto en el “Cap. I del Tit. XIV de este libro”

Y entramos de lleno en el asunto. Relata el Fuero, cómo numerosas fuerzas francesas, capitaneadas por Don Juan de Labrit y de Monsieur de la Paliza, invadieron a España y pusieron cerco a Pamplona, batiéndola fuertemente, pero sin poderla tomar, por la heróica resistencia del Duque de Alba, primer Virrey de Navarra volviendo sobre sus pasos hacia Francia, el 30 de Noviembre de 1513 y añade: “Hallábase a la sazón el Rey Católico en Logroño disponiendo con su grande providencia todo lo necesario para la defensa y seguridad de sus reinos. Tenía bien pesado el valor y grande fidelidad de los Guipuzcoanos con largas experiencias, y noticioso de la retirada de los franceses escribió a la Provincia a 1.º de Diciembre su resolución, para que atajándoles los pasos por los montes, procurase la gente de ella hacerles todo el mal posible en desagravio de lo que poco antes, había recibido del Duque de Borbón y de sus tropas. Llegó esta carta de su Majestad a la Provincia el día 3 del mismo mes, y a 5, juntó hasta 3.500 hombres; no quisieron aguardar a los demás que marchaban, porque no se escapasen los enemigos con la demora. Entrando por las Villas de Vera y Lesaca en Navarra y pasando el día 7 por la mañana a las sierras de Velate y Leizondo, en el valle de Baztán, encontraron a los franceses que con mucha prisa se retirabana  su Reino. Embistieronles esforzada y valerosamente, y desbaratándolos con daño considerable, les quitaron toda la artillería que llevaban”, teniendo esta feliz ocurrencia.

“Pasaron con ella a Pamplona, y la entregaron al Virrey Duque de Aba, para que aquellos instrumentos que la batieron y maltrataron, fuesen y sirviesen de su defensa en adelante.” (Grandes aplausos).

Esto era servir bien, valerosa y fidelísimamente a sus monarcas, los señores Reyes Católicos, Don Fernando y D.ª Juana su hija, quienes en agradecimiento a tan señalado favor, concedieron a la Provincia el nuevo blasón de las 12 piezas de artillería, que hoy aparecen en su antiquísimo escudo de armas.

Al efecto, la reina Doña Juana en privilegio despachado en Medina del Campo, a 28 de Febrero de 1513, hace relación de lo sucedido, agregando para enaltecer el mérito de la Provincia,, que este brillantísimo hecho de armas lo ejecutó, “aunque la mayor parte de los hombres de guerra de dicha provincia, andaban fuera de ella en mi servicio, especialmente ne dos armadas de mar, la una mía y la otra de los ingleses, que yo mandé proveer, y en otras armadas de mar y tierra...”. “Y porque es razón –añade- que de tan señalado servicio quede perpétua memoria de ello y los que ahora son y serán de aquí adelante, tengan voluntad de guardar y acrecer su honra en los fechos de armas que se recrecieron, y otros tomen exemplo y se esfuercen a facer semejantes cosaas; Doy por armas a la dicha Provincia las dichas 12 piezas de artillería, y les doy poder e facultad para que juntamente con las armas que ahora tiene, puedan poner la dicha artillería, en sus escudos armas, y sellos, banderas, y obras, e otras cosas; en que se hubiesen de poner sus armas, las cuales han de ser de la manera que en este escudo van pintadas.”

Bien se ve por estas constantes muestars de confianza y agradecimiento de los Reyes a Guipúzcoa, y del número sin número de servicios heróicos, de ésta, hacia sus Reyes, cuan otra es la historia verdadera, y cuan contraria a la que hoy predican vascos, sin ejecutoria alguna, que demuestre sus asertos, hijos de un odio más que sospechosos, y siempre estéril en fecundos resultados.

El aprecio que de Guipúzcoa tuvo el emperador Carlos V.

Habiendo entrado a reinar a la muerte de su abuelo Fernando el de Aragón, su nieto Carlos V, cuando éste fué a Aquisgran a consagrase Emperador, habiendo heredado la confianza de sus antecesores en la Provincia de Guipúzcoa, encomienda a ésta, la guarda y defensa del Reino de Navarra. Nos lo relata así el Fuero del Cap. IX del Tít. II, que lleva este expresivo título.

“Cómo por la grande confianza que tuvo siempre de la Provincia del Señor Emperaror Don Carlos, la encomendó en su ausencia la defensa del Reino de Navarra, y de haberles socorrido la dio muchas gracias. Y como por la misma confianza, y por la satisfacción con que la estimaba, la pidió su parecer para las resoluciones muy árduas de negocios gravísimos”.

Comienza el notable documento y fuero a la vez, con el consabido encabezado “El Rey”. Y dirigiéndose a la Provincia y manifestando, que placiendo a Dios, sus Reinos de España habrían de ser su contínua residencia, se expesa de este modo, en su Carta Real que lleva a la vez la firma de “YO EL REY” y está rubricada en Santa María del Campo, a 27 de Febrero de 1590. “Y porque podría ser –dice- que durante mi ausencia se ofreciesen en esas fronteras algunas cosas, en que emplear vuestra antigua y loable lealtad, que habéis tenido y tenéis a la conservación de nuestro servicio y estado; yo vos encargo y mando que dese ahora para entonces, estéis apercibidos y en orden de guerra... que de vosotros confío, porque demás de hacer lo que siempre hicísteis en las cosas de nuestra Corona Real y lo hicieron vuestros antecesores, erné, como es razón, en más servicio, y a mayor lealtad y afección, lo que en mi ausencia hiciéredes, que lo que hiciéredes en mi presencia, y tanto más terné memoria de ello, para os lo gratificar y conocer, cuanto con mejor voluntad y brevedad, vosotros hiciéredes lo suso dicho”.

Y siempre se repite lo mismo. Es la historia cincelada en la constante y nunca interrumpida lealtad, sacrificio, heroicidad, amor y abnegación de los naturales de la Provincia a sus Reyes, y la confianza suma, el agradecimiento, cariño, y las distinciones más honrosas, de los Reyes a su provincia de Guipúzcoa. y todo este historial son nuestros propios Fueros, en los que no hay letra, punto ni tilde, que no se hubiera pesado, examinado y contrastado por ambas partes, con la compulsa de todos sus originales y la escrupulosidad más exagerada, antes de darlos a la impresión, y aun después de impreso para la debida comprobación.

En visa de todo lo cual pregunto: ¿hay derecho a tergiversar la verdad, haciéndola decir todo lo contrario de lo que ella proclama haber sido, en documentos tan solemnes como los contenidos en nuestra Constitución foral?

Y el Rey Don Carlos, nos da las gracias desde Gante el 26 de Junio de 1522, por la mucha voluntad y deseo de su servicio, con que envíamos muy buena gente de la Provincia, al socorro y remedio de Navarra, y que con nuestra ayuda vencimos en la batalla que tuvimos con el Rey de Francia, donde se halló nuestra gente y se volvió a recobrar el reino de Navarra. Por lo que, dice el Rey, “agredezco a esa Provincia y tengo en mucho el servicio que en esto nos ha hecho, ya por lo que tocaba a la Honra de estos Reinos, como por otras muchas causas, yo lo he estimado, tenido y tengo por lo que es razón y siempre confié que esa Provincia no lo había de hacer de otra manera, y estoy cierto que para todas las cosas de mi servicio, ha de hacer lo mismo”. No creo se pueden hacer más elogios en menos palabras.

Y en carta que dirige desde Burgos con fecha 25 de Enero de 1528 a la Provincia, da cuenta de la guerra injusta que le han declarado los Reyes de Francia e Inglaterra, y da instrucciones para evitar el daño, que como más cercanos a los dichos enemigos, pudiéramos recibir, “lo cual sentiríamos mucho, -agrega- por el grande amor que con razón les tenemos por su mucha fidelidad, e señalados servicios; acordamos de os escribir, para que juntos en vuestra Junta, tratásedes, e hablásedes en todas las buenas maneras que os parecieren se podrían tener para esto y para que los navíos, y azabras y otras fustas que al presente hay en dicha Provincia, se reparasen, e armasen y adrezasen y proveyesen de lo necesario, e otros se hiciesen de nuevo”... “yo vos mando, que luego que esta recibiéredes, vos juntéis, como dicho es y juntos platiquéis sobre ello, e con lo que acordáredes, con toda diligencia me enviéis dos personas de vosotros expertas, bien informadas en todo lo que acordáredes e pareciere necesario de hacer y proveer, a los cuales luego mandaré oir la relación que de vuestra parte me hicieren y mandaré proveer sobre ello lo que convenga, los cuales dichos vuestros mensajeros, sean aquí para diez días del mes de Febrero, con los cuales así mismo me podréis escribir y hacer saber, las otras cosas que os parecieren e buenamente yo puedo mandar proveer, para el bien de esa Provincia y naturales de ella, lo cual continuando el amor y voluntad que siempre le he tenido mandaré mirar, y proveer como cumpla a mi servicio, y al bien de ella, y de sus naturales, como sus señalados servicios lo han merecido y merece que se hagan”.

Más pruebas de confianza

Y no os he citado más que algunos de nuestros fueros, para que tengáis idea exacta del ambiente de paz, amor, recíproca fidelidad y agradecimiento mutuo, en que se fué desgranando nuestra historia en sus relaciones con nuestros Reyes y de los Reyes con su Provincia de Guipúzcoa, pasando por alto otros muchos como el del Capítulo X del Título II, en el que por la confianza grande y fidelidad de la Provincia reconocida constantemente por los señores Reyes Católicos de España, se nos conservaba iempre en nuestra entera libertad, revocando y dando por nulas, mercedes y preeminencias que por importunación de pretendientes, se hacían de tiempo en vez, a favor de diversos personajes como el otorgado a Don Pedro de Velasco, Conde de Haro, para gobernar Guipúzcoa, o aquel en que se extingue para siempre el puesto de Alcalde Mayor de la Provincia, otorgado por la Reina Doña Juana a 22 de Agosto de 1505, desde la ciudad de Segovia a Don Diego Gómez de Sarmiento, Carta real, que trasladada a la Provincia, hizo que ésta se reuniera en Junta gneeral en el lugar de Basarte, en la que, con aquella libertad y respeto en que siempre se movían Reyes y súbditos en Guipúzcoa, estos acordaron que fuese guardada la carta como en ella se contenía, pues la obedecían como carta e mandado de su Reina e Señora natural; “e en cuanto al cumplimiento de ella dijero que suplicaban ante la misma Reina, según más largamente se contenían en los autos de su razón....”.

Por donde véis, que no existe ese derecho del PASE, retador y de potencia a potencia, que propagan quienes ignoran en absoluto su origen, que no fué otro, que concesión de los Ryes, para poder gobernar en justiica y verdad, sin faltar a las leyes, juradas respetar y observar; y cuya vigencia, nadie pudiera conocer mejor que las respectivas Provincias, Reinos, Condados y Señoríos aforados. Y así la Reina Doña Juana, al anular la merced a que me vengo refiriendo, por no poderla otorgar en perjuicio de la Provincia y sus privilegios, en resolución firmada en Salamanca el 28 de Febrero de 1506, la revoca con estas preciosas y fundamentales declaraciones: “desde ahora revocamos e casamos e anulamos (se refiere a la merced ehcha) por ningunas e de ningún efecto e valor, e mandamos (oidlo bien) que sean aobedecidas e non cumplidas aunque contenga en sí cualesquiera cláusulas derogatorias, e otras penas e firmezas, e aunque expresamente se haga en ellas mención de esta nuestra carta e de lo en ella contenido”. Es decir, que la misma autoridad real mandaba, que en ocasiones parecidas, las disposiciones contra fueros y privilegios, SE OBEDECIERAN PERO NO SE CUMPLIERAN, suplicando contra ellas a la misma autoridad Real, para mejor preveer en su consecuencia.

Y más adelante, en tiempos de Felipe IV ocurre lo propio con el nombramiento de Adelantado Mayor de Guipúzcoa, que éste hizo en carta provisión de 15 de Enero de 1640, en favor de Don Gaspar de Guzmán, Conde de Olivares, Duque de San Lúcar la Mayor, Camarero Mayor y Caballerizo Mayor del Rey, contra lo que también recurrió la Provincia, alegando ser el nombre de Adelantado, tan preeminente, y derivarse de hombre antepuesto o preferido, o metido adelante, en alguna facción señalada, por mandado del Rey; y ser el oficio que le corresponde muy soberano, porque en la paz es Presidente y Justicia Mayor, y en la Guerra Capitán General, no podía tener subsistencia en Guipúzcoa, aparte de ser contra sus fueros, exenciones y libertades, en que desde tiempo inmemorial estábamos en uso y posesión, de no admitir semejantes oficios ni títulos perpétuos... habida consideración, añade además, a los muchos y buenos servicios que habíamos prestado desde el año 1615 hasta hoy 1648, “entregando hasta 28.000 infantes; mucho número de municiones, armas, pertrechos, carruajes y otras cosas y con 120.000 ducados de donativo, padeciendo al mismo tiempo, más de 3.000.000 de daño, de haber tenido allí tan gruesos ejércitos, y ruinas del enemigo...”. Ni que decir tiene que el título de Adelantado Mayor de Guipúzcoa fué recogido.

Estos datos para que quede siempre constancia cierta, de las relaciones de respeto, con que nos distinguieron siempre los Ryes, aún en las ocasiones en que pudieran haber sido y lo fueron de hecho los intereses tan encontrados. No he de acumular otros más, para no hacerme interminable, ya que ha quedado el tema bien probado. ¿Y a qué insistir, si una de las aspiraciones más grandes de la Provincia era, no ser jamás apartada de la Corona Real de Castilla? (Prolongados aplausos).

Guipúzcoa solicitó no ser jamás separada de los Reyes y Corona Real de Castilla

¿Ello será cierto? ¿Será eso posible? ¿Es que Guipúzcoa, no sufría del lado de los Reyes de Castilla y del reino de Castilla, el yugo tiránico y la opresión cruel que hacían imposible la convivencia? ¿Cómo explicarse, pues, el grandísimo empeño de no ser separada jamás de los monarcas y del reino de Castilla, sus tiranos y verdugos? Pues sencillamente, porque todas esas afirmaciones no pasan de ser imputaciones equivocadas, lanzadas a la publicidad por gentes no demasiado escrupulosas de la verdad histórica, y que para llegar a sus fines, más o menos inconfesables, no reparan en medios, incluso los vedados de provocar una reacción de odio, inventando agravios.

Sea el propio Fuero el juez de nuestra causa.

Comienza así el Cap. VI del Tít. II de nuestro Cógido: “Que la Provincia ni parte alguna de ella pueda ser enajenada de la Corona Real, ni tener en ella extranjero alguno, situado ninguno por merced Real”.

En un otrosí, de este fuero dice el Rey, “que algunas personas vos habían informado que yo había fecho merced a Mosen Pierres de Peralta, de las Villas de Tolosa e Segura, lo cual era en derogación de las cartas e privilegios que esa dicha Provincia tiene de los Reyes de gloriosa memoria, mis progenitores e mías, en que os tomamos para nuestra corona real...” “en cuanto toca a lo que vos fué dicho que yo quería enajenar algunas villas de esa Provincia, podéis estar ciertos, que nunca tal cosa vino a mi pensamiento, que si algunas personas mis deservidores, e desleales, lo han dicho e publicado, esto ha sido e es con propósito de escandalizar, e alterar e meter cizaña e discordias entre vosotros, en gran deservicio de Dios e mío, e dapno de la Corona Real de mis Reinos, porque podéis, e debéis ser bien ciertos, que acatada la antigua lealtad de todos los vecinos, e moradores de esa dicha Provincia, vuestros antepasados, la cual ahora vosotros habéis renovado con gran amor e voluntad que habéis mostrado a mi servicio, e al honor de la Corona Real de mis reinos; yo estó de propósito e intento de vos guardar e conservar vuestros privilegios, e franquezas, e exenciones, e vos acrecentar, e facer mercedes, e no vos apartar d emí, ni de mis Reinos, en ninguna manera ni por alguna capsa ni razón que pudiese venir”. Y a continuación dicta las medidas de cómo han de ser tratados los que tales rumores hicieren correr dando enseguida una carta fechada el 12 de Agosto de 1468, que quiere que tenga fuerza y vigor de ley irrevocable, para siempre jamás, como hecha y promulgada en Cortes, a fin de que, “la mi Muy Noble y Leal Provincia de Guipúzcoa, e todas las villas, e lugares, e valles e puertos, e anteiglesias, e solares, e Justicia, e jurisdicción civil e criminal, e todas las otras cosas de la dicha Provincia, pertenecientes al señorío Real, sean mías e de los Reyes que después de mi fueren en estos mis reinos, e de la corona Real de ellos para siempre jamás, e que non pueda ser nin sea enajenada, nin apartada, por mí, nin por los Reyes que después de í fueren en mis Reinos, de la Corona Real de ellos, nin pueda  ser nin sea dada la dicha Provincia nin alguna, nin algunas de las Villas e Valles, e Lugares, e Anteiglesias de ella a Reyna, nin a Príncipe, nin Infante heredero, nin Caballero, nin otra persona alguna de cualquier estado o condición que sean, aunque sean reales.... “Yo de ahora para entonce, e de entonce para ahora, de mi propio motu, e cierta ciencia e poderío Real absoluto, de que quiero usar e uso en esta parte: Revoco e doy por ninguno e de ningún valor e efecto, e por mayor firmeza, e seguridad de lo susodicho:

Jur a Dios, e a Santa María, e a esta señal de la + e a las palabras de los Santos Evangelios, de gaurdar, e cumplir, e mantener lo susodicho, e de non ir, nin pasar contra ello, nin contra parte de ello, nin de pedir absolución de este juramento, nin de usar de ella, caso de que me sea dada por nuestro Santo Padre, o por otro que poderío haya, para me la dar en alguna manera”.

A continuación dicta las disposiciones para que esto se cumpla.

Nada más rotundo, más categórico, más absoluto, universal y perpétuo, que este juramento Real, que preciso será reconocer, habría de ser congruente con la petición de la Provincia y de sus vasallos, de querer permanecer unidos siempre, a la Corona de Castilla y de sus Monarcas, con todas las garantías juradas que les asegurasen su permanencia a los mismos, perpétuamente, para siempre jamás.

¿Sería por el gusto de seguir viviendo desgraciadamente y esclavizados, por los Reyes y Soberanos de Castilla? Estas cosas no se pueden, no ya sostener pero ni enunciar tan siquiera. La vida de Guipúzcoa como lo habéis visto, era la de reconstrucción de España. Con Castilla y los demás Reinos, Condados y Señoríos, hacíamos y amasábamos la patria Española, de la que formábamos parte integrante, laborando juntos en su reconquista, guerreando juntos contra sus enemigos e invasores, descubriendo juntos nuevos mundos, para Dios, y llevando
juntos la cruz del evangelio a esos nuevos mundo. Esta es la filosofía de la historia, desde nuestra unión con Castilla; y tan firme y arraigado teníamos este sentimiento patrio de amor y fidelidad a nuestros monarcas, que eran los de la Corona de Castilla y sus reinos, que si había algo que pudiera ser intolerable y denigrante a los vascos, era que pudiera sospecharse de su fidelidad y patriotismo.

De cómo el mayor agravio para los vascos, era tildárseles de traidores a la Corona y Reyes de Castilla

Como hemos tenido ocasión de ver, en muchas ocasiones, por no decir constantemente, Guipúzcoa servía a los ejércitos reales, con hombres de tierra y mar, fletando ella sola verdaderas armadas, como la que luchaba con el Gran Capitán, en la guerra que éste sostenía con los Reyes de Nápoles y Francia en Italia.

Pues sucedió, que las tropas tanto las de tierra como las de mar, vinieron a sufrir una necesidad espantosa por falta de provisiones. Mares contrarias, impedían llegar los barcos de avituallamiento y las pagas. Durante 15 días, hubieron de estarse alimentando de raíces, carnes de animales muertos, sabandijas y yerbas, habiendo fallecido en su consecuencia más de 400 soldados. En estas azarosas y crueles circunstancias y a punto de partir el Gran Capitán para Mesina, se le amotinaron los Vizcaínos y Guipuzcoanos, que tenían toda la armada en su poder, “porque tan presto no les venía la paga, salvo algunos capitanes y otros en que hubo miramiento, como Juan de Lazcano, Riarán, Herrera, Arrieta y algunos otros”. (Estos datos los tomo de la Crónica manuscrita del Gran Capitán, dada a luz por la Nueva Biblioteca de autores españoles, bajo la dirección del gran polígrafo Menéndez Pelayo y su autor Don Antonio Rodríguez Villa, miembro de la Real Academia de la Historia). “No pudiendo el Gran Capitán reducirlos con buenas palabras, ofertas, ni ayuda de costa, les fijó un plazo para que se redujesen a la obediencia; y visto que no lo aprovecharon, les mandó dar por TRAIDORES, así ellos, como los que de ellas descendiesen”. Y continúa la Crónica: “Así lo mandó pregonar en la marina en altas voces, que todos lo oyeron. Oída por los vizcaínos y guipuzcoanos la rigurosa sentencia, y lo mal que en aquellas provincias de Vizcaya y Guipúzcoa sonaría, tan grande ultraje, y más lo poco que al Gran Capitán se daba por ellos ni por su armada, saltaron en tierra los más de ellos y se redujeron al servicio de sus Altezas... El Gran Capitán no les quería admitir ni perdonarlos. Visto por ello, vinieron adonde el Gran Capitán estaba, llorando con muy grande sentimiento que era muy gran compasión de los ver; suplicando al Gran Capitán les perdonase lo que habían hecho, porque nunca en ellos había habido traidores, antes bien aquellos de quien ellos descendían, habían ganado renombre de hijosdalgo, por ser siempre fieles y leales a los Reyes de Castilla; y aunque todos los vecinos y moradores de aquel reino, habían sido conquistados y vencidos por los moros y alárabes, cuando el Rey Don Rodrigo perdió las Españas, que sus antecesores nunca fueron vencidos ni conquistados por ellos, y que si con tal renombre de traidores, volviesen a sus provincias, serían muertos y despedazados por sus mesmos padres e hijos y parientes. El Gran Capitán, movido por los ruegos de los leales y de compasión a ellos, los perdonó y dio por ninguno el proceso hecho contra ellos y fueron restituídos en su lealtad y DENDE ADELANTE SIRVIERON MUY BIEN”.

Esto se comenta solo. Lo único que se puede agregar es, que la descendencia legítima del espíritu de aquellos nuestros ilustres predecesores, se encunetra en los hijos de la tradición. (Prolongados aplausos).

Cómo guerreábamos por la Corona y los Reyes de Castilla

Tan bien se portaron y sirvieron en adelante, aquellos vascos, que en las mismas “Crónicas” vemos actuando con éxito triunfal a nuestros capitanes Lazcano y Riarán; yendo el primero a buscar por encargo del Gran Capitán, al Corsario francés Peri Juan, que con cuatro galeras bien fornidas, buena gente y otra variedad de cascos, tenía aterrorizada toda la costa de Calbria y Pulla. “Id con dos galeras”, díjole el Gran Capitán, y “meted en ella la gente que os pareciera, y buscad aquel corsario; y topándolo, o le matad, o prended, o le echad a fondo; y haced lo que los hombres tan valientes como vos y de tan buena nación suelen hacer. Yo quedo con gran confianza, según la que de vos tengo. Id con la gracia de Nuestro Señor y a él os encomiendo, y a su bendita madre”. Esta era la fe de aquellos héroes. Lezcano contestó. “Señor, yo os prometo que topando con él, Lezcano o le prenda, o le mate, o Lezcano quede muerto, porque no digan en Vizcaya, que Lezcano fué vencido por franceses; mal viaje hagan ellos”. Sabido es, que era corriente en aquellos tiempos llamarnos a los vascos con el nombre común de Vizcaínos.

Y en efecto, teniendo noticia de hallarse el corsario con toda su flota en el Puertode Otranto, le acomete Lezcano con gran ímpetu con sus dos galeras al grito de: “España, España, Santiago”, disparando la artillería contra las cuatro echando “dos a pique, saltando luego el Lezcano con su gente a las otras dos galeras y cascos que el Corsario con la suya abandona, huyendo a tierra y echándose al agua, y sacando de ellos, toda la jarcia y chusma, sin dejar en el puerto más que los cascos  vacíos”. Rescató de allí muchos españoles que se hallaban aherrojados y los franceses traían al remo. Por no quebrantar la liga que con venecianos tenían los nuestros no saltaron los españoles a tierra y no quedara ningún francés que no prendieran. Más Lezcano, no lo osó hacer porque así le era mandado. Fué importantísima esta victoria para más adelante, pues gracias a ella, pudo abastecerse el ejército que sufría enormes privaciones por falta de alimentos, habiendo traído el mismo Lezcano, un navío cargado de trigo, pudiendo llegar días después arribando a Barleta, otros siete navíos con más trigo, sirviéndose de los mismos para importar seguidamente vino, carne salada, tocino, quesos y “otras muchas cosas de legumbres y otras necesarias para el ejército”.

En las galeras de Lezcano, encerró el Gran Capitán a parte de la infantería suya, por no haber guardado las capitulaciones acordadas en una acción de guerra, teniendo los presos, hasta el final de la misma. A Lezcano le confirió, la guarda de las galeras en el puerto de Barleta, cuando tuvo que salir para la gran batalla de Ceriñola. Y del temple del hombre y de su gente es nuestra, que habiendo llegado algunos españoles e italianos, huyendo de Ceriñola, al encontrarse con tanto golpe de franceses que eran muchos más que los nuestros, diciendo que los españoles habían sido muertos, desbaratados y presos, al orilos Lezcano esclamó, a los que trujeron la nueva: “Mal viaje hagais judíos, que el Gran Capitán no puede ser vencido de franceses; y dirigiéndose al capitán Francisco Sánchez, a cuyo cargo quedaron las fuerzas de tierra de Barleta, agregó: “Ahorcadlos señor Capitán, porque huyeron. Sobre mi alma, ya que fuera verdad, ¿cómo huísteis donde tan buenos murieron, mejores que vosotros?” De allí a tres horas vino la nueva de la gran victoria obtenida; y si el capitán no lo estorbara, el Lezcano ya había sacado de las galeras, una compañía de vizcaínos para los ahorcar.

En otra ocasión, estando nuestra escuadra en el puerto de Yacanto, llegó la Veneciana, haciendo las salvas a la “Carraca” francesa, del Conde de Ruán. Era éste un navío, que vió Lezcano muy maltratado por el mar. Fué allá Diego de Vera, y volvió diciendo, que venía en ella el Conde de Ruán, Capitán del Rey de Francia, que yendo con tres carracas más, en socorro de los venecianos, habían perdido dos, por los temporales, y aquella en que venía, no le faltaba mucho para zozobrar. El Gran Capitán le invitó a que entrase en el puerto a repararse, pues todo lo bravo que era luchando, era pacífico y manso fuera de las batallas; y mandó colocar la Carraca, en el mejor lugar del Puerto. Al entrar los venecianos en él, y ver en el mejor lugar del puerto, a la Carraca, le hicieron salvas, y ella sola respondió.

Visto lo cual por los vizcaínos, sinq eu se hubiese hecho las salvas, a su Capitana, que era la “Camila”, tomáronlo a mala crianza, atacaron la artillería con pelotas de hierro, dispuestos a pelear con la armada Veneciana.

El Gran Capitán que se enteró, trató de aplacarlos, pero Riarán y Lezcano no se convencían, visto lo cual, por los venecianos, tuvieron que salir con su armada del Peurto, para tornar a él, y hacer las salvas a la “Camila”, que contestó con mucha artillería.

Por este tiempo los vecinos de Sant Juan el Redondo, enviaron confidencia al Gran Capitán, de no poder soportar por más tiempo la tiranía y malos tratos fraceses, y en que si él les enviaba algún capitán, le abrirían de noche secretamente las puertas y se levantarían con ellos, en contra de los franceses. Concertóse el modo, día y hora de hacerlo; y el Gran Capitán llamó a Riarán y le dijo: “Riarán; tomad 300 soldados e id a Sant Juan Redondo: habéis de llegar tal día y a tal hora de la noche, que por esta seña os abrirán las puertas; y mirad la gran ventaja que hace el frances muerto al vivo”. Riarán le respondió. “Ninguna necesidad tienes, Gran Capitán, de decir palabras a Riarán; yo haré lo que Gran Capitán verás”. Y como lo dijo lo hizo. Entró en Sant Juan, mató alrededor de 400 franceses, el resto de guarnición hasta 100 se le entregaron, dejando la población tranquila y limpia de enemigos.

Al volver Riarán, díjole el Gran Capitán. “Riarán, en ir vos a aquesta jornada la tuve por hecha según la confianza que de vos tuve siempre”. “Así se portaban los vascos dentro y fuera de España, cimentando y creando la gran monarquía española. Con razón decían estas Crónicas, después del incidente de la pga, que, “dende adelante sirvieron los vascos muy bien”. (Muchos aplausos).

Esta es nuestra gloriosa historia; esta es la verdadera tradición del pueblo vasco, consignada en documentos indelebles, de fuerza incontrastable y tan auténticos, como lo son nuestros seculares fueros; y por consiguiente, nosotros los tradicionalistas, que así sentimos, y los que como nosotros así piensan y sienten, son los verdaderos representantes, sucesores y continuadores, de la gran tradición vasco españolista.

Nuestros fueros son fundamental y esencialmente católicos

Al principio vergonzosamente, y ya más adelante a son de pregón, se va corriendo entre nuestras masas sencillas, la idea de que los vascos constituíamos una república, si no atea, cuando menos laica, con absoluta libertad de cultos y conciencia, sentada como inconcusa, la supremacía del poder civil sobre el espiritual de la Iglesia, poder éste al que lo teníamos sojuzgado y dominado. De todo esto y de sus orígenes muy anteriores a la república actual, y de sus concomitancias hoy, con diversos sectores en principio y al parecer opuestos a estas tendencias, encarnadas en el Estatuto, habré de ocuparme en alguan otra ocasión, pues es asunto interesante, demostando, que esa es semilla germinada en este país, desde los principios filosóficos de la revolución francesa que lo invadieron todo y aquí llegaron, a los cuales se abrazan ahora vacos, a título de males necesarios inevitables, dejando al Jaungoikoa, oculto a través de un eclipse, más o menos temperoal, y más o menos total, por haberse interpuesto entre él y Euskalerría, un aparente bien material, haciendo sin desearlo, así lo queremos creer, el juego a los eternos enemigos de Dios y de los Fueros, a los caules cuentan derrotar a los pocos meses de obtenido el Estatuto. ¿Es que esos vascos ignoran, que esa mala semilla ya germinaba en la provincia con toda su virulencia des del año 12 del pasado siglo? ¿Qué fueron nuestras juntas revolucioanrias de Fuenterrabía? Ese rescoldo venenoso y revolucionario, jamás pudo ahogarse en el país, y si solo contenerlo.¡Qué traición irse ahora con él! Pero este es tema demasiado fecundo para tratarlo de soslayo. Desgraciados de los vascos si le dan aire y vida. Una plaga inunda y se apodera del campo si no se le ataja y combate desde sus mismos comienzos; pues en tomando cuerpo es muy difícil extirparle.

Al Fuero Guipuzcoano, no se le puede tachar de acatólico y laico, por cuatro notas recogidas aquí y allí, sin importancia alguna, y la mayor parte de ellas confirmatorias de su catolicismo y amor a la Iglesia de Cristo, como así mismo es falso la democracia que se le atribuye, en el sentido radical que hoy se da a esta palabra.

Abramos el Fuero por su principal entraña, las Juntas Generales, Cap. I del Tít IV, y sus primeras palabras son, para manifestarnos que es de costumbre antiquísima. “Atender en ellas siempre al mayor servicio de Dios y del Rey nuestro señor”.

Se pena en el XIII del mismo Tít. IV “con severo rigor los blasfemos contra Dios nuestro Señor, contra su Santísima Madre, o contra los Santos y Cortesanos del cielo”. Ordenándose en el Cap. XXXI, que en las Juntas Generales, se celebren dos festividades, de la Purísima Concepción de la Madre de Dios y la del Glorioso Patriarca San Ignacio de Loyola”. Exigiéndose en el Cap. II del Tít. VI, que el Presidente y Asesor de las Juntas Generales, “Juren tener siempre presente por único motivo el mayor servicio de Dios y del Rey y el del bien público de la Provincia”. Declarando el Cap. II del Tít VIII, que, “por el particular afecto y devoción que la Provincia ha conservado, conserva y conservará siempre, a María Santísima Señora Nuestra Virgen y Madre admirable de Dios, Reina de los Angles y de los hombres, tiene hecho Voto solemne, de defender su Purísima e Inmaculada Concepción en público y en secreto, y de reiterar este Voto, jurándole en todas las Juntas Generale sy particulares, (acuerdo de la Junta General de Fuenterrabía, año 1620). Y para terminar, ved ahora como concluye este título en gruesos caracteres

Conclusión

“Entre las muchas Glorias del Solar Guipuzcoano, ninguna es comparable a la de haber dado a la Igleisa al Gan Padre, y Patriarca San Ignacio de Loyola, Fundador de la Compañía de Jesús, que nació en la Casa Solar de su Apellido, que es en la Noble, y Leal Villa de Azpeitia, cuya Iglesia Parroquial conserva la Sagrada Pila, donde este su Grande Hijo renació para al Cielo.

Guipúzcoa, por éste Hijo, justamente se gloria, no como quiera Madre de un Héroe; Sí, de uno, que produjo, y produce otros muchos, insignes en Santidad, y Doctrina. Se contempla, en cierto modo, origen de tantos Mártyres, y de Confessores Jesuítas, como veneramos en los Altares. De tantos zelosos Operarios, que con contínuos afanes cultivan la Viña del Señor, en las cuatro partes del Mundo, desmontando en unas las malezas de la infidelinad, y Heregía; arrancando en otras, los abrojos de los vicios; y fomentando en todas, las plantas de virtudes christianas. De tantos Escritores de primer orden en todo género de erudición, con que la Compañía ha ilustrado, e lustra al Mundo, y a la Iglesia. De tantas admirables Escuelas, donde con los principios de las Ciencias, se siembran las semillas de la piedad en los ánimos de la Juventud.

Para manifestar el debido aprecio de dicha tan grande, escogió la Provincia por Padre, y Patrono a su hijo San Ignacio: Guarda el día de su Fiesta, que en las Parrochias de todos los Pueblos de su distrito, se celebra con Magnificencia. En las Juntas Generales, le dedica una de las Funciones, después de consagrar la primera  a la Virgen, Madre de Dios, en el Mysterio de su Concepción Purísima. Finalmente, en la Junta General de mil setecientos y diez, hizo Voto de ayunar la víspera del Santo.

La Provincia funda su felicidad en la observancia de los Fueros, Privilegios, Buenos Usos, y antiguas Costumbres, bajo la protección de su Grande Hijo, y Patrono. Será, pues, término mui propio del Suplemento, ésta breve memoria, con que explica su consuelo, y gratitud GUIPUZCOA MADRE DE IGNACIO”.

Esto han sido nuestros fueros, esto hemos sido nosotros, ésta es nuestra tradición. ¿Si un Rey cualquiera, para otorgarnos una gracia, favor o justicia nos exigiera el ateismo teórico y práctico, con el laicismo oficial y consiguientemente la aceptación de la libertad de cultos, la disolución de la familia cristiana, la secularización de cementerios, la enseñanza sin Dios, despojando a las escuelas del signo de nuestra redención, haciendo esa instrucción única obligatoria, imponiendo el sometimiento de la Iglesia al poder civil, y el sufragio universal como origen del poder ¿hubiera habido palabras bastantes duras para execrar tamaña afrenta y tiranía?

Pues esto es lo que nos ofrece la república; y hay quienes lo aceptan, de grado, a pretexto de que de todos modos nos lo habían de imponer por la fuerza. Peregrina manera de discurrir.

Con esa teoría no hubiera habido mártires

Ya que aquellos males son inevitables, puesto que nos los imponen a viva fuerza, aceptémoslos –dicen- a cambio de los bienes materiales, que por ellos nos ofrecen; y luego logrado esto, ya trabajaremos por traer a Dios y deshacernos de los enemigos.

Esto a mi modesto juicio es claudicar. Nada que vaya contra Dios y su Iglesia puede un cristiano aceptar ni ofrecerle los honores del incienso. Con esa teoría no hubiera habido mártires. Adorad los Dioses, decían a los confesores de Cristo, sus perseguidores; y a cambio de ello os daremos honores; riquezas, autonomías y posiciones. Bien pudieran aquellos, haber quemado el granito de incienso, para cubrir siquiera las apariencias, reservando, claro está, su viva fe, en el secreto de su corazón, precisamente, para trabajar después desde sus nuevas y ventajosas posiciones, con más éxito, por la restauración del derecho de Cristo y su Iglesia. Pero no fué ese el camino que nos trazaron, sino el de la generosidad para con Dios y la nobleza para con Dios y los hombres. ¿Esto no se puede hacer sin que aparentemente haya figura de claudicación respecto de Dios y de mi fe? pues no lo hago. Si me lo imponen, será contrariando todos mis esfuerzos para rechazarlo; pero jamás con mi aquiescencia rela o ficticia. (Grandes y prolongados aplausos).

Fueristas sí; Innovadores, no

Siempre lo hemos afirmado y lo repetiremos una vez más, que como vascos y guipuzcoanos, somos decididos partidarios de la íntegra restauración foral; Y por estos fueros y por nuestro Dios, hicimos dos guerras gloriosísimas. Si hay quien mejore estas ejecutorias, que levante el dedo. Sentamos como dogma, que la autonomía foral no es la facultad de hacer de ella lo que se nos antoje, creando cosas neuvas o volviendo del revés las antiguas, sino la de adaptar nuestras instituciones, por nosotros mismos, a las necesidades de los tiempos y del natural progreso, en todo lo que es accidental mudable y variable, conservando incólumes las esencias genuinamente vascas e inmutables, que constituyen las características de nuestro ser vasco y existencia política, y son a la par, la tradición que estamos obligados a trasmitir a nuestros descendientes, en ejercicio o en potencia, como nosotros la recibimos de nuestros antecesores.

Queremos que nuestro Código se ponga a tono con las exigencias del hoy, variando, ampliando o completando aquellas leyes, que la movilidad de las cosas humanas hacen indispensable, siguiendo los dictados de nuestro sabio Cuerpo legal, que enseña; “que con el discurso de los años, se fueron estableciendo otras leyes cóngruas y esenciales, según la conveniencia del tiempo y ocurrencias de los casos”: y que “la variedad de los tiempos, persuade algunas veces variar también las reglas de gobierno” sin olvidar nunca “que hánse de instituir las leyes, con la consideración al lugar, costumbres y propiedades de los súbditos, y no todas convienen a todos los reinos provincias y pueblos, porque como las propiedades y ocurrencias particulares de cada región son diversísimas, deben también adaptarse y aplicarse las leyes a todas estas circunstancias.” Y esta es justamente nuestra posición. ¿Cabe Estatuto vasco, ni vida vasca, con los artículos fundamentalmente antirreligiosos y de abierta oposición a Cristo y su Iglesia, que se implantan en la novísima Constitución de la república? ¿Cabe Constitución política vasca, aceptando como propio el sufragio universal, tan contrario a nuestras leyes y organización secular?

A este último respecto cedo la palabra, a testimonio tan poco sospechoso como el de D. Benito Jamar, uno de los más caracterizados liberales de fines del siglo pasado, hombre de larga vista, y que a pesar de su liberalismo, sentía hervir en su sangre, el amor al fuero.

Se expresaba así: “No cometamos el error, decía el señor Jamar, de restablecer el régimen foral, eliminando algo esencial y propio de ese sistema de gobierno; no cometamos la torpeza de conservar la facultad de resolver por nosotros mismos, asuntos que a nosotros nos interesan, abandonando aquellos procedimientos especiales que aquí se seguían y adoptando otros, cuya bondad y eficacia, no ha sufrido aún la dura prueba de la experiencia. Si queremos disfrutar de nuestro régimen primitivo, no incurramos en la falta imperdonable de mutilarlo” y en otra parte, añadía: “Eliminad esa organización exclusivamente foral, sustituídla por otra, y ya será otro el régimen y podrán ser otros y muy distintos los resultados... Si se nos reconocen las atribuciones económicas y administrativas que reclamamos, y se nos niega la organización foral, ciertamente gozaremos de alguna autonomía; pero habremos de ejercerla por medio por medio de los ayuntamientos y de las diputaciones provinciales, constituídas con arreglo a la ley general, y como tales, producto de la elección directa por sufragio universal... no olvidemos que las corporaciones forales, no se constituían así.”

Jamás hemos conocido un Estado Vasco, con una capitalidad en Pamplona ni en otra parte alguna; ni obra tan trascendental como en el Estatuto se delinea, cabe edificarla de prisa y corriendo, a uña de caballo, sin ahondar bien los cimientos, sin el estudio serio de nuestras Juntas, libres de prejuicios, y puesta la mira muy alta en el mayor servicio de Dios y de nuestra Provincia, que no puede olvidar su historia y tradiciones, que “siempre fueron en ellas más bien recebidas las leyes que en largo tiempo introdujo la costumbre y conservó la práctica, teniendo de su parte la aprobación de todo el pueblo”.

Innovaciones tan trascendentales y de tan dudoso porvenir, religioso, político, económico y vasco, no pueden improvisarse per saltum y plagiando de otros pueblos, una semejanza vasca, que la negamos en absoluto; sino paso a paso y con pisada lenta, tanteando en la práctica cada una de esas variantes, para comprobar su bondad real o su daño, y elevarla o no, luego, a la categoría de ley.

De todos modos, creado ese Estado nuevo, que yo no sé lo que sería, pero que se contorna a través del Estatuto, tengo para mí que supondría la derogación absoluta de nuestro régimen foral y secular, de convivencia armónica con España. Y esto, ni es, ni han sido jamás nuestras leyes viejas.

Rechazando la nota de estancamiento

Esta podría aplicarse, a los partidarios del todo o nada; jamás fué esa la consigna del tradicionalismo. Este ha predicado constantemente contra ella, con la palabra, con sus escritos y con el ejemplo. Ahí están sus propagandas en libros, folletos, periódicos y discursos, propugnando siempre por la reconquista de las piedras sillares de nuestro edificio foral, una a una, o dos a dos, como se pudiera y lo permitieran las circunstancias, hasta culminar en el todo. La mayoría de los diputados tradicionalistas que han regido la provincia en más de un cuarto de siglo, son el vivo ejemplo de nuestra afirmación. Y aun hoy mismo, en que todos los elementos nos son opuestos, es nuestro firme convencimiento, de estar más cerca de la reintegración foral, con la tradición, que con la revolución.

A trabajar abrazados a la Cruz de Cristo.

Ahora, cuando todo el mundo desconoce y niega, es cuando más que nunca venimos los católicos obligados a confesar y dar la cara por Cristo públicamente, luchando por su reinado social ante todo y sobre todo. Fuertemente abrazados a la Cruz, todos unidos, olvidando rencillas pasadas, sujetos con férrea disciplina a nuestros caudillos y jefes, a laborar decididos por Dios, por la Patria y los Fueros y la restauración de la tradición. (Ovación que dura largo rato y se repite varias veces).

 


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