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Atzo Atzokoa

Autor(es) :     Gomá y Tomás, Isidro, Cardenal
Título (s) :    Respuesta obligada : carta abierta al Sr. D. José Antonio Aguirre por el Emmo. Sr. Dr. D. Isidro Gomá Tomás, cardenal Arzobispo de Toledo

Editor :        Gráficas Bescansa, Pamplona
Año de publicación :    1937   
Descripción :   16 p. ; 22 cm + 1 folleto [4 p.]
Materia :       Clero - Euskadi - 1936 - 1939
España - Historia - Guerra civil, 1936 - 1939
Clasificación : 262.14(466)"1936/39" 946.0"1936/39"
Copia : 237529 F. RESERVA : C-332 F-7

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Respuesta obligada

Carta abierta
AL
Sr. D. José Antonio Aguirre
POR EL
Emmo. Sr. Dr. D. Isidro Gomá Tomás
Cardenal Arzobispo de Toledo

PAMPLONA
Gráficas Bescansa. – 1937

 

Respuesta obligada

Carta abierta
AL
Sr. D. José Antonio Aguirre
POR EL
Emmo. Sr. Dr. D. Isidro Gomá Tomás
Cardenal Arzobispo de Toledo

PAMPLONA
Gráficas Bescansa. – 1937

 

Una mano amiga interesadísima, como de buen cristiano y patriota, en que termine la cruentísima lucha en que se consume España, hace llegar a las mías un ejemplar del periódico “Euzkadi”, de Bilbao, número 7.485, en que se inserta el discurso pronunciado por V. el 22 de Diciembre último. Por las reiteradas alusiones que hace al silencio de la jerarquía sobre determinados puntos cuya gravedad no puede ocultarse en estos momentos, me creo en el deber de contestarle, como representante más alto que ha querido la Santa Sede fuese, en mi insignificancia personal, de la gloriosa jerarquía eclesiástica española.

No creo salirme de mis atribuciones de Prelado, ya porque estoy comprendido dentro de la apelación general que V. hace a la conciencia universal y a la jerarquía, ya porque tengo la seguridad de que interpretaré el sentir de su Prelado, el venerable y queridísimo Hermano de Vitoria, hoy ausente de la Diócesis. Ni quiero deje de tener este escrito el carácter de Instrucción Pastoral dirigida a mis diocesanos, por cuanto las cuestiones que en el discurso de V. se tratan y que son objeto de esta carta afectan a todos los españoles, que nunca como hoy necesitan luz que les oriente en las gravísimas cuestiones de orden político-religioso.

Un doble ruego me permito hacerle antes de entrar en materia. Esta carta no es polémica. Me sitúo en ella en el plano a que llama V. a la jerarquía, no para entablar un diálogo en que difícilmente llegaríamos a un pensamiento concorde, sino para contestar, con toda caridad, a sus requerimientos, con la fundada esperanza de que, por ley misma de caridad, que no busca el bien propio sino el de todos, llegaremos a la coincidencia de criterio, disipadas las dudas que encierran sus interrogantes dirigidos a la jerarquía. Por lo mismo, no se imponga V. por cortesía el deber de contestar mi pobre escrito, que yo no podría corresponderle.

MI otro ruego es que V. que tiene ahí fáciles medios de propaganda, dé a estas cuartillas la máxima publicidad. Me tortura la idea, señor Aguirre, de que ese querido pueblo vasco no ha conocido toda la verdad en los problemas de doctrina y de hecho que ahí se han agitado estos últimos tiempos; y que cuando la verdad, por el magisterio categórico de los Pastores de la Iglesia, ha querido abrirse paso e iluminar las inteligencias, ha quedado entre veladuras por la interposición de humanas conveniencias, más atentas a las conquistas de orden político que a los altísimos intereses de orden sobrenatural, que deben tener siempre la primacia en todo.

Hechas estas indicaciones, he de decirle, señor Aguirre, que leí su discurso de un tirón. Ha dejado en mi alma la impresión de haber oído la voz de un católico convencido que ama su tierra con el amor que sigue al de Dios y que se ha empeñado nobilísimamente en labrar la felicidad de su pueblo. Si el orador es el Vir bonnus dicendi peritus, V., señor Aguirre, es un buen orador. Dios le ha dado un alma buena, y V., por su parte, la ha puesto, con toda su fuerza, al servicio de lo que juzga una buena causa, que defiende bravamente con todos los recursos de su inteligencia, de su corazón y de su palabra.

Algunos reparos al discurso

Este es usted. Del fondo de su discurso, aun reconociendo las muchas verdades que contiene, tal vez no podría decir igual. Tendría que oponerle serios reparos. Pero no es mi objeto hacer del mismo un análisis, ni una censura de los puntos de discrepancia con mi criterio, y si sólo buscar coincidencias en el fondo claro y tranquilo del pensamiento cristiano que nos informa, a usted y a mí, para derivar de ello consecuencias que podrían ser provechosísimas para todos en estos graves momentos.

Dejo la parte de su discurso en que expone realidades logradas y delinea proyectos para el engrandecimiento del pueblo vasco. Todos anhelamos el bien máximo para todas las regiones españolas, del que derivaría el bien máximo para la gran patria. España, multiplicación, más que suma, del bien parcial de cada país. Es lamentable equivocación hija del amor, que ciega cuando se desvía, creer que un enjambre de pequeñas repúblicas pudiesen labrar para todos los españoles un bien mayor que el que podría venirnos de un gran Estado bien regido, en que se tuviera cuenta de los relieve espirituales e históricos de cada región. Reconcentrarse en los pequeños egoísmos comarcales es reducir el volumen y el tono de la vida, del Estado y de la región. Un gran diamante que se quiebra en varios pierde automáticamente la mayor parte de su estima.

Pero esto es cosa de derecho polític, que no es de este sitio. Siguen a ello dos afirmaciones, rotundas, que usted intenta probar sin conseguirlo, y que encierran una flagrante contradicción con los hechos y con la conciencia de gran parte de la nación. “La lucha se ha planteado –dice usted- entre el capitalismo abusivo y egoísta y un hondo sentido de justicia social.-La guerra que se desenvuelve en la República española, sépalo el mundo entero, no es una guerra religiosa, como ha querido hacerse ver. Permítame una sencilla glosa a las dos afirmaciones.

Cuanto a la primera, no creo que haya una docena de hombres que hayan tomado las armas para defender sus haciendas. Ni para defenderse de los vejámenes de los que las tienen y administran. Admitimos un fondo de injusticia social como una de las causas remotas del desastre; pero negamos en redondo que esta sea una guerra de clases. Un pretexto no es una razón; y las reinvindicaciones obreras no han sido más que un pretexto de la guerra. Esta ha sido más cruel y más dura donde razón y pretexto eran menores, en Asturias, en Vizcaya, en Cataluña, donde el obrero está económicamente al nivel, o sobre, de los más retribuídos de Europa.

Más; una razón no se impone por la suprema de las razones, que es la guerra, sino cuando han fallado todos los recursos de orden legal y moral para dirimir las querellas sociales de clae; y la guerra estalló cuando una tupida red de leyes protegía al obrero y facilitaba su acceso a la propiedad y a la participación en los negocios. Ni ha cesado la guerra, antes se ha convertido en querella intestina entre los obreros, en las regiones que paulatinamente se sovietizan. Como procedimiento, la guerra ha sido un gran expolio de ricos y pobres, no en bien de la comunidad, sino en provecho de los vivos, de los audaces, de los fuertes. Quien lleva la guerra, Franco, no ha hecho las partes de los ricos, sino que predica en todos los tonos la necesidad de una mayor justicia social. Se cuentan, por fin, por docenas de millares los que se han alistado en la guerra sin más haber que el fusil que se ha puesto en sus manos, ni más ideal que su Dios y su patria.

La afirmación segunda, que pudiese contener una alusión a mi folleto “EL CASO DE ESPAÑA”, y que es una apelación al mundo entero, no concuerda con la realidad. Es en el fondo, guerra de amor y de odio por la religión. El amor al Dios de nuestros padres ha puesto las armas en mano de la mitad de España aún admitiendo motivos menos espirituales en la guerra; el odio ha manejado contra Dios las de la otra mitad. Ahí están los campamentos convertidos en templos, el fervor religioso, el sentido providencialista, de una parte; de otra, millares de sacerdotes asesinados y de templos destruidos, el furor satánico, el ensañamiento contra todo signo de religión. Ahora vienen de Rusia ciento dos ateos para dar la forma doctrinal a esta gran ruina religioso-social.

La misma Euzkadi no podría justificar el consorcio de católicos y comunista sin el factor religioso. ¿No se ha afirmado que este contubernio era la única manera de salvar la religión en Vizcaya y Guipúzcoa, cuando las hordas rojas la hubiesen eliminado de España? De hecho no hay acto ninguno religioso de orden social en las regiones ocupadas por los rojos; en las tuteladas por el ejército nacional la vida religiosa ha cobrado nuevo vigor. Un pacto político y miliar, frágil como las promesas en labios informales, conserva en Vizcaya sacerdotes, templos y culto. ¿Qué ocurrirá cuando venga la conveniencia de romper los pactos, o el desorden de una derrota, o la hegemonía de una victoria comunista? Leemos que han ardido ya algunos templos en Vizcaya. A última hora anuncia la radio el asesinato de sacerdotes por los comunistas...

Sacerdotes asesinados y desterrados

Y vamos a lo más grave de su discurso, señor Aguirre, a la angustiosa invocación que hace usted a la conciencia universal.

Afirma usted que los sublevados han asesinado a numerosos sacerdotes y religiosos beneméritos por el mero hecho de ser amantes de su pueblo vasco.

No discuto sobre adjetivos; sólo hago una reflexión sobre el hecho de la muerte violenta de unos sacerdotes vascos. Más que nadie hemos lamentado el hecho. El fusilamiento de un sacerdote es algo horrendo, porque lo es de un ungido de Dios, situado por este hecho en un plano sobrehumano, adonde no debiesen lelgar ni el crimen, cuando lo hay, ni las sanciones de la justicia humana que suponen el crimen. Pero también lamentamos, profundamente, la aberración que llevara a unos sacerdotes ante el pelotón que debiese fusilarlos; porque el sacerdote no debe apearse de aquel plano de santidad, ontológica y moral, en que le situó su consagración para altísimos ministerios. Es decir, que si hubo injusticia, por la parte que fuese, la deploramos y la reprobamos, con la máxima energía. No creemos que la haya en amar bien al propio pueblo: por esto nos resistimos a creer que algunos sacerdotes hayan sido fusilados por el mero hecho de ser amantes de su pueblo vasco.

Y aquí el Presidente del Gobierno de Euzkadi –sigue el discurso- católico, pregunta con el corazón dolido: ¿Por qué el silencio de la jerarquía?

Yo le aseguro, señor Aguirre, con la mano puesta sobre mi pecho de sacerdote, que la jerarquía no calló en este caso, aunque no se oyera su voz en la tribuna clamorosa de la prensa o de la arenga política. Hubiese sido menos eficaz. Pero yo puedo señalarle el día y el momento en que se truncó bruscamente el fusilamiento de sacerdotes, que no fueron tantos como se deja entender en su discurso. Y como el lamentable hecho se ha explotado en grave daño de España –nos consta- y conviene, en estos gravísimos momentos, que se pongan las cosas en su punto, yo le aseguro, señor Aguirre, que aquellos sacerdotes sucumbieron por algo que no cabe consignar en este escrito, y que el hecho no es imputable ni a un movimiento que tiene por principal resorte la fe cristiana de la que el sacerdote es representante y maestro, ni a sus dirigentes, que fueron los primeros sorprendidos al conocer la desgracia. Deje a la jerarquía, señor Aguirre, para la cual el sacerdote es la niña de sus ojos y la prolongación de su propio ser oficial y público.

En cambio, deje que le pregunte a mi vez, señor Aguirre: ¿Por qué su silencio, el de usted y el de sus adictos, ante esta verdadera hecatombe de sacerdotes y religiosos, flor de intelectualidad y santidad de nuestra clerecía, que en la España roja han sido fusilados, horriblemente maltratados, por muchos miles, sin proceso, por el único delito de ser personas consagradas a Dios? ¡Sólo en los seis arciprestazgos reconquistados de Toledo, señor Aguirre, de los dieciseis que tiene mi Diócesis, han sucumbido doscientos y un sacerdotes, de los quinientos y pico que ejercían santamente su ministerio! Cuente los miles que han sido villanamente asesinados en las tierras todavía dominadas por los rojos.

Es endeble su catolicismo en este punto, señor Aguirre, que no se rebela ante esta montaña de cuerpos exánimes, santificados por la unción sacerdotal y que han sido profanados por el instinto infrahumano de los aliados de usted; que no le deja ver más que una docena larga, catorce, según lista oficial –menos del dos por mil- que han sucumbido víctimas de posibles extravíos políticos, aun concediendo que hubiese habido extravío en la forma de juzgarlos.

¿Por qué el silencio de la jerarquía, -sigue preguntando usted-, cuando es notorio y de público conocimiento que son desterrados violentamente sacerdotes vascos, llevándolos a tierras alejadas de la suya natal?

¿Quién los ha desterrado?, pregunto yo. La mayor parte ellos mismos, prudentemente y según costumbre universal en momentos de conmoción política popular. A veces los superiores religiosos legítimos, es decir, la jerarquía, que nada tiene que hablar, porque no tiene que razonar en público sus decisiones: son contadísimos casos. Tal vez, lo ignoramos, ambas jerarquías de acuerdo, la eclesiástica y la civil, para evitar mayores males; y en este caso no es ante el presidente del Gobierno de Euzkadi donde deban justificarse. Quizás la autoridad militar o la civil, con el derecho –salvando la forma debida en un Estado católico- con que se aparta de la república un ciudadano nocivo –es simple hipótesis-; porque una autoridad española no tiene el deber de agradar ni de requerir el consentimiento del presidente de un Gobierno políticamente heterodoxo, y sabe por otra parte que ninguna jerarquía, que no es más que la forma organizada de la autoridad social, puede ignorar que el más grave peligro de una sociedad es el ciudadano que trabaja en desorganizarla.

La jerarquía y la defensa del régimen

Y cuando numerosos católicos de la república española han preguntado si está obligado el católico a defender el régimen legalmente constituído, ¿por qué silencia la respuesta la jerarquía?

Señor Aguirre: si se refiere usted a la jerarquía eclesiástica –creemos que sí- la pregunta, a más de supérflua, encierra una imputación tácita, que un católico no debe lanzar contra los representantes del magisterio de la Iglesia. Sobra, ante todo, la pregunta; porque, usted, católico, abogado, dipuado y amigo de sacerdotes, sabe que es doctrina tan vieja como el cristianismo que el católico viene obligado a defender el régimen legalmente constituído. Usted sabe que cuando España se dio su régimen actual la Iglesia oficialmente lo reconoció, y se prodigó la literatura pastoral del acatamiento al régimen, aun doliendo a muchos el tener que sacrificar de momento principios políticos que se consideraban más en consonancia con la vida y la historia de nuestro pueblo. Usted sabe que la jerarquía, aun a trueque de desagradar a impacientes y ultrancistas, sostuvo el principio intangible del respeto al régimen, por más que ella, la jearquía, fué la primera víctima de las intemperancias doctrinales y de los excesos legales de los hombres que lo representaban. Es esta una gloria de la jerarquía, sin que le sean imputables los yerros de unos hombres que no supieron llevar con honor ni con justicia la representación que el pueblo les había confiado.

¿A qué viene, señor Aguirre, su impertinente pregunta, sino a confundir nociones, enredar hechos e infundir recelos contra los jerarcas a quienes parece tener usted en tanta estima? Confunde nociones, porque aún no ha aparecido nadie que se haya alzado contra el régimen, que sigue siendo en sustancia el que el pueblo se dio: y adopto esta fórmula, tan democrática como falaz, porque ya la historia ha fallado sobre un momento de alucinación de nuestra vida política que ha llevado a España al borde del abismo. Enreda hechos, porque promiscua usted lastimosamente el gesto viril de un gran pueblo que quiere salvarse con la travesrua política que trata de erigir en cantón independiente a la antes españolísima Vizcaya. E infunde recelos contra la jerarquía, que se ha mantenido en las alturas de la verdad y de la caridad y que usted quisiera ver enzarzada, a lo menos en el concepto de ese cristianísimo pueblo, en una querella que forzosamente le llevará a la ruina, de la paz idílica en que vivió durante siglos y del bienestar que se había conquistado con el esfuerzo de su inteligencia y de sus brazos.

La defensa contra la agresión injusta

Increpa usted, por fin, a la jerarquía por su silencio ante el gesto de la juventud vasca que, siendo en gran parte cristiana, e interpretando rectamente la doctrina cristiana del derecho de defensa e incluso con las armas en la mano contra la agresión injusta, hubiese querido encontrar allá donde la justicia tiene su asiento –es decir, en la jerarquía- una voz que apruebe una conducta ajustada al derecho.

Este lenguaje, doblemente injusto, porque prescinde de un hecho ruidoso como lo fué la intervención de la jerarquía en el movimiento vasco hace cinco meses, y porque quisiera coaccionarla, arrastrándola a la consagración pública de un disparate y de una injusticia, no es digno de un hombre que se dice a sí mimso presidente de un Gobierno.

Señor Aguirre: hay situaciones de orden social que reclaman la circunspección máxima en el hablar. Usted es rector de un pueblo; a lo menos se arroga usted ese nombre y oficio. Por lo mismo, es su ordenador y legislador, su mentor y su padre, que tales oficios ha asignado siempre la doctrina cristiana a un presidente político de un pueblo. Y estos oficios son incompatibles con el disimulo y la astucia.

Lo que ocurre, señor Aguirre, es que no hay peor sordo que el que no quiere oir. Más: tratándose de un católico, no hay peor situación espiritual que la que crea la conveniencia de cerrar los oídos a la verdad. Porque esta conducta ajustada a derecho de las juventudes vascas, la jerarquía la condenó, al cuajar el contubernio vasco-comunista, con todos los pronuncionamientos desfavorables. Oiga usted otra vez la misma voz de la jerarquía, contenida en el Documento pastoral que tenemos a la vista, publicado en Agosto último.

“No es lícito –decían en el mismo los Excmos. Srs. Obispos de Vitoria y de Pamplona-, en ninguna forma, en ningún terreno, y menos en la forma cruentísima de la guerra, última razón que tienen los pueblos para imponer su razón, fraccionar las fuerzas católicas ante el común enemigo...

“Menos lícito, mejor, absolutamente ilícito es, después de dividir, sumarse al enemigo para combatir al hermano, promiscuando el ideal de Cristo con el de Belial, entre los que no hay compostura posible...”

“Llega la ilicitud a la monstruosidad cuando el enemigo es este monstruo moderno, el marxismo o comunismo, hidra de siete cabezas, síntesis de toda herejía, opuesto diametralmente al cristianismo en su doctrina religiosa, política, social y económica...”

¡Doctrina cristiana clásica del derecho de defensa! No entramos en la cuestión política que insinúa en su última pregunta sobre la agresión injusta, de la que deriva la otra cuestión moral del derecho de defensa contra el injusto agresor. También la jerarquía, por la pluma de un sabio y venerable Prelado, ha hablado sobre este punto, dando luminoso criterio y segurísimas normas; y no hace todavía un mes que en la Universidad Gregoriana de Roma, -el gran centro de estudios eclesiásticos del mundo-, se aplicaba la lección moral al caso de España por un sabio profesor español de esta asignatura. Concretando la censura a la coalición vasco-comunista, pactada, seguramente, para el ejercicio del derecho de defensa contra la agresión injusta, un conspicuo nacionalista, tan buen vasco como ferviente católico, cara a la muerte ocho días después de estallar el movimiento militar, la calificaba de heterodoxa, indiscreta e insincera. Es voto de calidad emitdio en hora solemne de la vida.

¡Una voz que apruebe una conducta ajustada a derecho! Nada más ajustado a derecho que decir la verdad, señor Aguirre; y cuando la verdad se ha pronunciado desde el sitial sagrado donde –según expresión de usted- la justicia tiene su asiento, es un deber de todos difundirla a los cuatro vientos, más por queines son rectores de los pueblos, no ocultarla entre sofismas e insinuaciones tendenciosas.

No, señor Aguirre; no se trata de una cuestión de derecho ni de moral. O mejor, se trata de la moralidad de un procedimiento para el logro de reivindicaciones políticas que constituyen un anhelo popular. Comprendemos el ansia de un pueblo, maduro y fuerte, y hasta, dentro de nuestro concepto político personal del Estado español, la aplaudimos y quisiéramos verla cristalizada en una fórmula que lo fuera a la vez de unión irrompible con la gran patria y de reconocimiento público de las virtudes y de la historia del pueblo vasco. Hace pocas semanas concretábamos nuestro pensamiento en un pobre escrito en que decíamos: “El verdadero CASO DE ESPAÑA sería este: Que dentro de la unidad intangible y recia, de la gran Patria, se pudieran conservar las características regionales, no para acentuar hechos diferenciales, siempre muy relativos ante la sustantividad del hecho secular que nos plasmó en la unidad política e histórica de España, sino para estrechar, con la aportación del esfuerzo de todos, unos vínculos que nacen de las profundidades del alma de los pueblos iberos y que nos impone el contorno de nuestra tierra y el suave cobijo de nuestro cielo incomparable. Así los rasgos físicos y psicológicos distintivos de los hijos traducen mejor la unidad fecunda de los padres”.

Pero se ha tomado el mal camino, señor Aguirre; para la defensa de la tradición y de la patria se ha pactado una alianza con gente sin tradición y sin patria, o que laboran contra ambas por un postulado de su doctrina política; y en el ansia de conservar en el fondo del pueblo vasco las puras esencias de nuestra religión santísima, sentida y practicada en Vizcaya tal vez más que en región alguna del mundo, se ha cometido la locura de andar del brazo, ambos armados, de quienes tiene como punto primero de su programa –acaban de decirlo los Obispos alemanes- la extirpación del nombre de Dios de la vida pública y del fondo de las conciencias. Antes que lo hubiese dicho el episcopado alemán, los aliados de usted lo habían hecho, en forma horrenda, en el suelo sagrado de la España sometida al cetro de hierro de los comunistas. Ahí están Cataluña y Valencia, Murcia, Castilla la Nueva y gran parte de Andalucía: sin templos, sin sacerdotes, sin culto, sin Cristo, sin Dios.

Invitación a la reflexión serena: Conclusión

Yo le invito a la reflexión serna, señor Aguirre, y toda vez que es usted católico ferviente, este pobe Prelado de la Iglesia española, que siente como nadie el desgarro profundo que una equivocación política ha producido entre los hijos de nuestras Madres, la Iglesia y España, le invita a una meditación ascética en la que, puestos el pensamiento y la conciencia ante Dios, ante sus justos juicios, ante el momento supremo en que quisiéramos haberlo hecho todo bien, resuelva lo que juzgue mejor para el bien espiritual y material de su pueblo.

No tema rectificar el camino andado, señor Aguirre. Queda todavía mucho por salvar en esa bella y rica Vizcaya. Quedan sus hermosas ciudades, sus industrias florecientes, millares de vidas que deberán sucumbir en una lucha fratricida o víctimas de la miseria y del desamparo. Queda el honor, que nunca es más limpio que cuando es hijo de una rectificación heroica. Queda la paz, hoy profundamente alterada por una guerra feroz y por los odios más feroces que de ella derivan, y que se hubiese abrazado ya con la justicia, hace semanas, si en los montes de Guipúzcoa se hubiesen dado la mano los hermanos de esta bella tierra para la fácil conquista de las costas del Cantábrico, desde Irún la desgraciada a Oviedo la mártir.

Y queda Dios y tantas cosas como tiene Dios en esa bendita tierra de Vizcaya. Ayude a su pueblo, señor Aguirre, a conservar a Dios que peligra en él. Es forma humana de hablar, porque Dios ha querido someterse, sin pérdida de su tremendo dominio, a la voluble libertad del hombre. Sus aliados no le ayudarán a salvar a Dios, porque Vizcaya no será una excepción en el mundo comunista. Y yo tiemblo por Dios en Vizcaya –como temblaría por una España sin Dios, que tal fuera una España comunista-, el día en que unos barcos rusos depositaran en las calas rocosas del Cantábrico unos millares de esos hombres rubios sin Dios que alteraran el equilibrio en que se mantienen hoy las fuerzas aliadas. Porque, señor Aguirre, -acaba de decirlo en una pastoral el Episcopado alemán- “entre el comunismo y nuestro catolicismo –que es el de Vizcaya- hay la misma separación que entre el día y la noche, el fuego y el agua: y si los comunistas llevan la bandera roja a través de la Europa central y occidental, no quedará más que un campo de escombros, y la Iglesia católica se hundirá en el caos y en la desolación”.

Termino esta larga carta, señor Aguirre, y con ella las molestias que le ocasiono. Ofrézcalas a Dios en caridad. Me dicen que estos días se nota en toda Vizcaya una intensificación de la vida religiosa. Nunca se piensa más en Dios que cuando se palpa la impotencia del hombre en estos terribles azotes generales que la h umanidad no ha podido barrer de su historia: el hambre, la peste, la guerra, que suelen andar juntos... Señor Aguirre; he predicado en los templos de Bilbao; me he postrado muchas veces ante la bendita Virgen de Begoña; he admirado la fe religiosa y las virtudes cristianas de ese pueblo, siento veneración y amor para esa clerecía de Vizcaya, de espíritu tan sacerdotal, inteligente y celosa, tan íntimamente compenetrada con el pueblo, al que puede decir lo del Apóstol: “Yo te engendré para Jesucristo”. Y me escalofría el pensamiento de que un día, quizás no lejano, pudiese apearse de los altares la Cruz bendita de Cristo, y ser convertidos los templos en almacenes y cuarteles, y callar el sacrificio y la oración pública, y ser asesinados los sacerdotes o buscar un refugio en esos montes y extinguirse esa sonrisa de la Madre de Begoña que es el encanto de la gran ciudad. No es una pesadilla inverosímil, porque es un hecho en gran parte de España.

Señor Aguirre: yo le invito en el nombre de todos estos amores, que usted tiene, como buen vasco, arraigados en su corazón; por la caridad de Dios, que quiere que todos seamos una cosa con El, a que, como padre y rector de ese pueblo, busque coincidencias y excogite medios y halle una fórmula eficaz y suave de devolver a su pueblo la paz perdida. Cuando no se lograra más, se tendría el mayor bien que pueden apetecer los pueblos, porque es el fundamento y corona de todo bien. ¿Quién sabe si con la paz, y a más de ella, se podrían lograr anhelos legítimos de ese noble pueblo!

Píénselo, señor Aguirre, mientras quedo de usted affmo. Amigo y siervo en Cristo, que le bendice a usted y a ese querido pueblo.

EL CARDENAL ARZOBISPO DE TOLEDO

Pamplona 10 de Enero de 1937.

AL LECTOR

La profusión y tenacidad con que ha sido consultada nuestra Carta Abierta al Sr. Aguirre han elevado nuestro pobre escrito a la categoría de documento poco menos que histórico. No nos duelen los ataques a una respuesta obligada que quisimos embeber, de cabo a cabo, del espíritu de caridad cristiana y pastoral. Sí que nos duele la falta de respeto con que varios escritores, sacerdotes conspicuos algunos de ellos, han tratado un escrito episcopal, aunque sea el último de los Obispos españoles quien lo redactó. Quizás abra los ojos de los agresivos impugnadores de la solidaridad de casi todo el Episcopado español con el pensamiento, forma y oportunidad de Carta Abierta expresada bondadosamente por nuestros Hermanos a raíz de la publicación del mentado documento. Insertamos algunos fragmentos de cartas recibidas de los Revmos. Sres. Obispos españoles, a raiz de su publicación, que dan a Carta Abierta una autoridad que no tendría el documento de por sí.-EL CARDENAL DE TOLEDO.

Excmo. Sr. Cardenal Dr. D. EUSTAQUIO ILUNDAIN, Arzobispo de Sevilla.-“Ante todo mi complacencia por la publicación de El Caso de España y Carta Abierta. Uno y otro Documento son tan bien pensado como discretamente escritos. Quiera Dios que no haya alguien que abuse de los tonos paternales del segundo escrito, respecto de la persona del Sr. Aguirre, para escudarse en su actitud, a pesar de lo irrebatible de la argumentación de Respuesta Obligada”.

Excmo. Sr. D. REMIGIO GANDASEGUI (q. e. p. d.), Arzobispo de Valladolid.-“Excuso manifestarle que presto con el mayor gusto mi sincera y expresiva adhesión a tan paternal, luminoso y discreto documento, como Prelado de la Iglesia, perteneciente, por tanto, a la Jerarquía de la que hace V.E. tan acabada defensa, y como español y vasco”.

Excmo. Sr. D. PRUDENCIO MELO, Arzobispo de Valencia. “Como Prelado y como español, felicito de todo corazón a mi dignísimo Primado, por el providencial acierto que le ha inspirado ese notabilísimo documento, tan cabal y completo que nada sobra y nada falta en él”.

Excmo. Sr. D. RIGOBERTO DOMENECH, Arzobispo de Zaragoza.-“Me es grato dirigirme a V. E. R. para felicitarle por la publicación de este Documento, tan inspirado en la más serena y paternal caridad”.

Excmo. Sr. D. MANUEL DE CASTRO. Arzobispo de Burgos. “Su Carta Abierta al señor Aguirre es notable por la robustez de su argumentación y la suavidad de su forma: quedará como testimonio irrebatible de un episodio, tan grave como desgraciado, de la guerra que nos aflige”.

Excmo. Sr. D. AGUSTIN PARRADO, Arzobispo de Granada. “Con verdadero gusto me apresuro a felicitar de corazón a V. E. R. por documento tan luminoso a la vez que tan sereno y paternal...”

Excmo. Sr. D. TOMAS MUNIZ, Arzobispo de Santiago de Compostela.-“Desde luego cuente con mi conformidad y adhesión en todo y para todo, en el fondo y en la forma"”

Excmo. Sr. D. JOSE MIRALLES, Arzbobispo, Obispo de Mallorca.-“Me congratulo de felicitar cordialmente a V. E. por ella y rogarle me permita adherirme a su contenido, incluso a sus puntos y comas”.

Excmo. Sr. D. ADOLFO PEREZ MUÑOZ, Obispo de Córdoba.-“Acabo de leer la Carta Abierta y... yo, que por tan justificados motivos lloro, me siento confortado ante la entereza apostólica, caridad de padre y serenidad de Jerarca que entraña este pastoral escrito”.

Excmo. SR. D. ANTONIO SENSO LAZARO, Obispo de Astorga.-“Acabo de leer la hermosa Carta Abierta... Se deja oir en toda ella la voz jerárquica, serena y autorizada... y como el suave perfume de la caridad no abandona un momento su pluma, la Carta está llamada a producir muy saludables efectos...”

Excmo. Sr. D. JOSE ALVAREZ, Obispo de León.-“Con especial interés y grandísima satisfacción he leído la Carta Abierta, y envío a V. E. mi más entusiasta y coridalísima felicitación por tan paternal documento”.

Excmo. Sr. D. LEOPOLDO EIJO, Obispo de Madrid-Alcalá. Telegráficamente dice: “Cordialmente adherido felicítole por paternal Carta Abierta al Sr. Aguirre”.

Excmo. Sr. D. MANUEL GONZALEZ, Obispo de Palencia.-“Acabo de leer su Carta Abierta y me apresuro a coger la pluma para suplicarle me permita poner mi fimra y con ella mi asentimiento rotundo y sin reservas en el último rincón de esta razonada y delicada invitación pastoral al retorno a la sumisión a la Madre Iglesia y a la adhesión a la Madre España de hijos tan queridos de una y otra”.

Excmo. Sr. D. ENRIQUE PLA Y DANIEL, Obispo de Salamanca.-“Dígnese recibir V. E. mi más cordial felicitación por tan contundente documento”.

Excmo. Sr. D. RAMON PEREZ (q. e. p. d.), Obispo de Cádiz.-“He leído con todo detenimiento la Carta Abierta... Por su fondo doctrinal y su forma caritativa, la estimo verdaderamente apropósito para iluminar las conciencias indudablemente extraviadas de esos católicos de Vasconia... Puede contar con mi más completa adhesión...”

Excmo. Sr. D. FIDEL GARCÍA, Obispo de Calahorra.-“Sólo he de significar a V. E. que, unido a su pensamiento y anhelos, quedo pidiendo al Señor, se digne hacer eficaz el tan paternal llamamiento de V. E.”.

Excmo. Sr. D. FLORENCIO CERVIÑO, Obispo de Orense.-“Elevo a V. E. mi adhesión sincerísima e inquebrantable por su oportuna y luminosa respuesta al señor Aguirre”.

Excmo. Sr. P. NICANOR MUTILOA, Obispo de Tarazona.-“He leído y releído su Carta Abierta... y me es grato comunicar a V. E. que la juzgo imprescindible..., pastoralmente paternal, caritativamente apostólica..., dignísima, por tanto, de ser acogida con profundo respeto y eficaz sumisión por quienes, como católicos, no pueden seguir distintas orientaciones de las que en varias ocasiones, clara y concretamente, ha señalado la Jerarquía eclesiástica”.

Excmo. Sr. D. FELICIANO ROCHA, Obispo de Plasencia.-“Suscribo en absoluto su Respuesta Obligada”.

Excmo. Sr. D. MANUEL ARCE, Obispo de Zamora.-“Su fondo diáfano y persuasivo, me brinda una vez más ocasión para prestar mi ahdesión incondicional a los conceptos que en dicha Carta se encierran”.

Excmo. Sr. P. JOAQUIN DE PAMPLONA, Obispo de Docimea.-“Campea en ella la verdad, dicha con serenidad de ánimo y, adeás, con una caridad evangélica que causa emoción profunda”.

Excmo. Sr. D. LUCIANO PEREZ PLATERO, Obispo de Segovia.-“No solamente suscribo con gusto la doctrina y su aplicación al caso presente de España, tal como se contiene en dicho oportunisimo documento, sino que además es tanta la unción pastorla..., que no puede menos de mellar y reblandecer el corazón católico que goce de silencio y de paz consigo mismo”.

Excmo. Sr. D. MANUEL LOPEZ ARANA, Obispo de Ciudad Rodrigo.-“Como la caridad se funda en la verdad, las apostillas que hace V. E. al discurso que motiva la Carta son incontrovertibles”.

Excmo. Sr. D. LINO RODRIGO, Obispo de Huesca.-“He leído detenidamente la paternal Carta... Creo un deber felicitarle con respeto y cariño, y expresarle mi gratitud y adhesión sincera”.

Excmo. Sr. D. ANTONIO GARCIA, Obispo de Tuy.-“He leído la Carta Abierta... Quiera Dios que la verdad y la caridad que rebosan en la Carta... iluminen la inteligencia del señor Aguirre, ablanden su voluntad yla de todos los que siguen y piensan y sienten como él”.

Excmo. Sr. D. JOSE M.ª ALCARAZ, Obispo de Badajoz.-“Desde lo íntimo de mi alma felicito a V. E. por la publicación de ese documento, tan razonado y lleno de caridad... y al cual me adhiero...” En carta dirigida a la prensa dice: “Nos adherimos por entero a cuanto tan clara y terminantemente expresa nuestro Sr. Cardenal Primado y hacemos nuestros sus concepts y afirmaciones, transmitiéndolas como tales a nuestros diocesanos”.

Excmo. SR. D. JOSE CARTAÑA, Obispo de Gerona.-“Me complazco en felicitarle por el acierto con que ha sabido defender a la Jerarquía, aclarando los hechos y exponiendo la verdadera doctrina con energía y benevolencia paternal”.

Excmo. Sr. D. JUSTO ECHEGUREN, Obispo de Oviedo.-“Por lo que a mí toca, me complazco en expresar a V. E. mi cordialísima gratitud por esa Carta tan justa, serena y paternal... Hago mías con el más perfecto asentimiento y sin reserva alguna las ideas en ella expuestas y de un modo especial me adhiero a la hermosísima Invitación a la reflexión serena con que V. E. la termina...”

Excmo. Sr. Fr. FRANCISCO BARBADO, Obispo de Coria.-“Muchísimo me ha agradado la Carta Abierta. Quiera el Señor abrirles los ojos...”

Excmo. Sr. D. BENJAMIN DE ARRIBA, Obispo de Mondoñedo.-“Acabo de leer la hermosísima Carta Abierta. El último de los Obispos españoles se complace en felicitar a V. E.... Quiera Dios que las palabras de V. E. paternales, justas, profundas y dolientes toquen el corazón de esos hijos...”

Excmo. Sr. Fr. ANSELMO POLANCO, Obispo de Teruel.-“¿Oirán los vascos su paternal y oportuno llamamiento?...Dios lo haga... Le felicito sinceramente complaciéndome en expresarle mi absoluta y completa adhesión a la doctrina y conceptos expuestos”.

Excmo. Sr. D. SANTOS MORO, Obispo de Avila.-“Con íntima satisfacción me apresuro a cumplir lo que estimo necesidad del corazón, felicitando a V. E. por tan oportuno documento, al cual... me adhiero ent odos y cada uno de sus conceptos”.

Excmo. Sr. D. MARCELINO OLAECHEA, Obispo de Pamplona.-“Cuando tuvo V. E. al exquisita amabilidad de darme a conocer el original de la Carta Abierta, tuve el honor de hacerle presente no sólo mi entera conformidad con el fondo y la forma de la Carta, sino la necesidad o, al menos, la gran conveniencia de mandársela”.

Excmo. Sr. D. BALBINO SANTOS, Obispo de Málaga.-“He leído la Respuesta Obligada... Con su serenidad y aplomo y sus razonamientos lo considero sumamente adecuado para ilustrar a cuantos no se empeñen en cerrar obstinadamente los ojos a la meridiana luz de la verdad".


 



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