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Autor(es) :     Urbina, Fidel M.

Título (s) :    Eugénica (ideas generales) : conferencia pronunciada en el Círculo Easonense el día 11 de Diciembre de 1915

Editor :        Establecimiento Tipográfico de "La Voz de Guipúzcoa", [San Sebastián]

Año de publicación :    1915

Descripción :   IV, 39 p. ; 21 cm

Nota de autor (es) :    Fidel M. Urbina

Materia :       Eugenesia - Estudios, ensayos, conferencias, etc.

Clasificación : 613.94(04)

Copia : 171543 F. RESERVA : C-58 F-13  
        No prestable

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FIDEL M. URBINA

Eugénica
Ideas generales)

Conferencia pronunciada en el Círculo Easonense
el día 11 de Diciembre de 1915

....nos

 

DEDICATORIA
Al Círculo Easonense,
fomentador de la cultura, en un
tiempo en que los hombres se-
dicentes cultos se matan como
estúpidos salvajes

Fidel M. Urbina

UNAS PALABRAS

La Directiva del Círculo Easonense, al acordarse de mi obscuro nombre para que ocupara un puesto en la lista de conferenciantes, me hizo un honor que excedía en mucho a mis merecimientos.

Por él contrajo mi espíritu una deuda que quiere pagar, aunque incompletamente, con la ofrenda de la anterior dedicatoria.

 

Voces amigas, con más cariño y bondad en su inteción que justicia en sus elogios, me han estimulado á imprimir esta conferencia con reiteraciones á las cuales me he rendido.

Comprendo que tienen razón. Hecho este modesto trabajo para difundir el ideal eugénico, más extensa será la siembra sacando la semilal del estrecho recinto en que fué lanzada, y esparciéndola por el ámbito público á impulsos del soplo agitador de la imprenta.

Al llegarme el turno en el desfile de conferenciantes por la tribuna del Easonense, me creí en el caso de advertir que el acto sería para hombres solos.

La naturaleza del ambiente, más que el propio convencimiento, me colocó en el rance de imponer esa separación sensible.

Cosas que afectan hondamente y en el mismo grado á los dos sexos, ante hombres y mujeres pueden y deben ser trtadas. Ningún tema científico es inmoral. La inmoralidad sólo puede hallarse en la forma de tratarlos y en la intención al apreciarlos.

Consciente de que la forma por mí empleada responde en absoluto a la pureza del pensamiento, acepto para mí solo, al imprimir mis cuartillas, una responsabilidad que quizá hubiera podido recaer también, en el acto de la conferencia, sobre la dignísima Directiva del Círculo Easonense.

He estado vacilnado entre publicar la conferencia tal y como fué pronunciada, ó darle mayores vuelos para que adquiriese categoría de volumen.

Lo segundo me sería fácil, dentro de mi escasa competencia. Trabajo de condensación el mío, hay en cada una de estas páginas elementos ideológicos para una disertación amplísima.

He optado por lo primero, esto es, por imprimir la conferencia y no el volumen, porque así puedo decir que aquí está lo que dije en el Círculo Easonense. De este modo, también, parece más justificada la dedicatoria.

Para ir siempre en la grata compañía de la verdad, me creo obligado á distinguir, con unos asteriscos colocados á la entrada y salida de ellos, los párrafos que dejé de leer por inquietarme el temor de emplear en la lectura más tiempo del que habríame propuesto.

 

Eugénica
(Ideas generales)

La verdad científica, hija del estudio y madre amorosa de la razón, es, á la vez que fecunda creadora, incansable sepulturera que tiene siempre tajo abierto en el cementerio secular de la ignorancia. Emuñando los hechos experimentales como recios azadones, abre y abre hondas fosas donde quedan soterrados los errores. En una de estas sepulturas, cuya tierra aun se nos ofrece removida, cayó para siempre la anciana falsedad de que existían razas superiores sobre esta gigantes esfera de lodo, lodo humedecido con nuestras lágrimas, lodo chapoteado por nuestras plantas al andar de una peregrinación dolorosa y constantemente renovada.

El desarrollo de las ciencias naturales y psíquicas, y, singularmente, el impulso adquirido por los estudios antropológicos, han venido á destruir esa falsedad insigne. A ella se opone hoy la rotunda negación de que no hay razas superiores por el disfrute de un privilegio divino, ni por una casualidad cósmica, ni por extraños caprichos de la Naturaleza creadora. Las razas son superiores é inferiores, fortalecidas o débiles, de mayor ó menor potencia intelectual, de músculos más o menos vigorosos, de cerebros menos ó más nutridos de sabiduría, según el ambiente cultural que las ha rodeado: cultura en el orden fisiológico, cultura en el orden psicológico, cultura en el orden moral, en todas las multiformes manifestaciones de la vida afectiva.

Un cuerpo de opolunetas lineaciones atléticas, no es sólo el fruto de una progenie desbordante de salud, sino más bien una escultura carnal cincelada por la gimnasia: dejad al futuro atleta en una parálisis de sus miembros y de su estómago, y sobrevendrán, irremisiblemente, la depauperación y la atrofia.

Una mentalidad luminosa no es donación inestimable de la herencia, sino más bien un sol artificial que ha obtenido su luz rodando y rodando por las regiones siderales de la sabiduría.

Los santos, por gran poder milagroso que tuvieran, no adquirieron su santidad por obra de la misma taumaturgia, sino que se santificaron en una vida de austeridad, de penitencia, de mortificación y de martirio, fijos en la idea de que sus almas volasen al cielo purificadas y resplandecientes.

Y este es, señores, el secreto, el prodigioso milagro, si queréis, que hace superiores á los hombres, á los pueblos y á las razas. Todo es un problema de cultura. Cuando os hablen de la resistencia física de los ingleses, decid que no son superiores a nosotros por serlo, sino porque hacen más ejercicio. Cuando os invoquen la ciencia fundamental de los alemanes, decid que no son más sabios por serlo, sino porque se dedican más al estudio. Cuando os señalen la bondad exquisita de cualquier semejante, decid que no es mejor que vosotros por serlo, sino porque supo armarse de una voluntad suficientemente enérgica para repugnar los odios y las impurezas que rebajan, orlando, en cambio, su frente con el nimbo de los amores y las virtudes que dignifican.

De este concepto racional de la educación ha surgido esa amada Pedagogía moderna, que reconoce como principio emanador de sus leyes el desenvolvimiento integral y armónico de todas las facultades del ser humano; Pedagogía moderna para nosotros, que empezamos á tener ahora algún que otro maestro bien orientado; Pedagogía que ya cuenta con viejos apóstoles en Suiza, Francia, Inglaterra, Alemania, Bélgica, Suecia, algunos Estados de la América del Norte y en el mismo imperio del Sol Naciente, pueblos todos que, dejándose arrastrar por la corriente briosa de los novísimos métodos docentes, van acelerando -¡dichosos ellos!- el bendito naufragio de la incultura colectiva.

Si la diosa Felicidad ha de reinar algún día sobre la tierra; si los hombres, dulcemente sometidos á su imperio, han de rendir un culto á la pródiga soberana, estad seguros de que los templos que se le levanten tendrán todos un raro y único estilo arquitectónico. Se apoyarán en tres gigantescas ESES que les sirvan de columnas: la S de la salud, la S de la sabiduría, la S de la santidad. Los militantes de esta religión futura, cuando peneren en el santuario y se hinquen de rodillas ante el altar de la diosa, sólo una oración litúrgica pronunciarán sus labios:

¡Salve!, Señora del bienestar físico: yo os pido que me hagáis sano.

¡Salve!, Reina de la luz intelectual, yo os imploro que me hagáis sabio.

¡Salve!, Madre del bien moral, yo espero que me hagáis santo.

Y cuando, en el momento del sacrificio, los toques de la campanilla anuncien que se alza al cielo la forma casi divina de la soñada deidad terrestre, los fieles se golpearán también la conciencia murmurando: ¡Sano, sabio, santo! ¡¡Sano, sabio, santo...!!

 

Pero mi propósito es hablaros de la Eugénica, y creo que lo dicho ya basta como preludio de salutación á esta ciencia que se llama nueva, pero que, en realidad, no lo es.

Eugénica ó Eugenesia, en su sentido etimológico, quiere decir buena generación. Fué fundador, mejor diríamos, ordenador de la ciencia Eugéncia, el gran naturalista inglés Sir Francis Galton, cuyas adoradas ceniza paz hayan en la tierra. Galton la definió diciendo que es el estudio de las cusas que, sometidas á la fiscalización social, pueden mejorar ó empeorar las cualidades étnicas de las generaciones futuras, ya física, ya mentalmente. Descendiendo á una definición más sencilla, explicaremos el objeto y fin de la Eugénica como la ciencia que se ocupa de la buena, de la excelente, de la mejor crianza, de la triunfante manera de hacer los seres orgánicos.

Luego, ¿es que no sabemos reproducirnos? Luego, ¿es que no sabemos engendrar a nuestros hijos? No sólo no sabemos, sino que lo hacemos pésimamente, indignamente, criminalmente.

La Higiene en su amplia esfera, con la limpieza, con la profilaxis, con los deportes, con la gimnasia, con los derechos rumbos que ahora emprende la cultura física, consigue vigorizar los tipos, dándoles salud, fuerza, resistencia. Pero la educación física se encarga de transformar al hombre después de venir el hombre al mundo. La influencia de la Higiene, con su rama predilecta, llamada Puericultura, puede también, indirectamente, favorecer el desarrollo del nuevo sér hasta en las reconditeces del seno materno. Más allá de éste, allende las fronteras intrauterinas, es decir, antes del momento culminantísimo de la concepción, en el secreto mundo de las funciones puramente genésicas, no ha entrado sistema racional alguno que ponga en orden las cosas.

En fuerza de espiritualizarse demasiado, el hombre ha permanecido bruto. Esto, que á primera vista parece una paradoja, se explica muy fácilmente. En su afán constante de progreso, los seres humanos se han preocupado más de su espíritu que de su cuerpo. La lucha ardiente por las conquistas de la inteligencia, nos ha hecho desconocer lo que conviene á la fisioilogía. Hemos reñido grandes combates por perfeccionar el alma, sublimándola en la ciencia, divinizándola en la Religión; pero no nos hemos cuidado de moldear y cocer debidamente el barro manchador de nuestra materia envilecida. Hemos anhelado constantemente nutrirnos de sabiduría, arrancar á la Naturaleza el misterioso secreto de sus leyes y sus fenómenos; pero hemos procedido siempre como unos miserables con nuestra constitución orgánica, empobreciéndola y arruinándola con nuestra impulcritud, con nuestros vicios, con nuestra abyecta ignorancia. Apetecemos tener hijos, más amados cuanto más buenos, más encantadores cuanto más despiertos; pero no sabemos ahorrar, cultivar y distribuir con delicado esmero el germen prodigioso que ha de infundirles una vida verdaderamente intensa.

¡Triste es decirlo, señores! Las bestias sometidas á nuestro látigo y las pobres especies vegetales que tronchamos con nuestras pisadas, tienen en esto más fortuna que nosotros. Los más rústicos agricultores practican la Eugénica, si bien lo hagan de una manera en general empírica. El ganadero, para cubrir las hembras de sus rebaños y manadas, se procura el macho más vigoroso, el más pletórico de vida, el más recomendable por su lámina y su potencia generadora. El avicultor dedicado á la cría de gallinas, mete al calor de sus incubadoras los huevos más espléndidos y ofrece a sus aves, en el harén de la granja, el amor sultánico de los gallos cuya altivez desafía. El labrador escoge para sus siembras los granos de mejor origen, los más llenos de bondad y lozanía. El horticultor busca para sus floridos vergeles los vástagos más arrogantes, los esquejes más gentiles. Y así, por esta selección reiterada, las especies se reproducen en una escala ascendente de mejoramiento.

Pero los principios renovadores de la selección no rigen para nosotros. Bajo el punto de vista del bien procrear, el hombre es el menos favorecido de los animales domésticos. El más cerril de los gañanes cuida con cariño á la burra ó la vaca preñadas, sin que este sea obstáculo para que maltrate á la esposa encinta. El divino mandato de CRECED Y MULTIPLICAOS se observa por nosotros como pudieran observarlo las tribus más primitivas. Si no me atormentara la idea de empacharos con un fácil alarde de erudición, podría citaros pueblos salvajes en cuyas actuales costumbres venéreas subsisten todavía preceptos esencialmente eugénicos. Nosotros, saturados de civilización, no sabemos imitar á los bárbaros. El instinto carnal es la ley única y superma que gobierna el revuelto mundo de nuestras relaciones sexuales. La humanidad, en su conjunto, es una inmensa remonta sin asomos de dirección técnica. Practicamos la Eugénica como agricultores, pero no la utilizamos como padres. Desechamos los toros enfermizos, y los gallos enclenques, y las semillas raquíticas, y los esquejes delgaduchos y torcidos, porque sólo así obtendremos robustos ejemplares, recias espigas, flores hermosas y opulentos frutos.

La función procreadora no admite esas restricciones para los hombres. Fuertes ó flojos, jóvenes ó viejos, sanos ó enfermos, lúcidos ó imbéciles, todos nos creemos aptos para la misión augusta de la paternidad. Aniquilados por el pauperismo, estragados por la intemperancia, enenenados por el alcohol, podridos por la “avariosis”, encanallados fisiológica y mentalmente por la herencia morbosa, hombres y mujeres se unen para perpetuar la especie, sin un freno que los contenga en su caída hacia el caos de la maldad y el sufrimiento. Así degeneran las razas, así se aniquilan los pueblos, así se llenan los hospitales, las cárceles y los manicomios. ¡Así pasamos en España por la infinita amargura de que muchos mozos no puedan ir soldados por no alcanzar 48 kilos de peso...!!

Un alto interés social demanda que se ponga remedio á tan graves males. La Eugénica viene á resolver este problema, acaso el más complejo de cuantos se han planteado desde que el mundo existe. Y la Eugénica logrará resolverlos imponiendo sus leyes bienhechoras y sus sabios consejos. Por muchos que sean sus detractores, ella triunfará definitivamente. El mismo Dios habrá de saludarla como preciosa colaboradora suya, porque es una ciencia innegablemente cristiana. Si el hombre fué hecho á imagen y semejanza de su Creador; si el hombre, con sus vicios y sus pecados, ha roto esa semejanza, la Eugénica va á ocuparse de que el sér humano, en lo físico y en lo anímico, se acerque todo lo posible á la perfección con que Dios lo elaborara.

 

He dicho que la Eugénica parece una ciencia nueva. ¿Lo es en realidad? No sólo no lo es, sino que sus dictados, si bien haya prevalecido en forma confusa y rudimentaria, son tan antiguos como el mundo.

El primer destello iluminador de la ciencia eugénica puede decirse que tuvo su foco en el pensamiento del primer hombre que comprendió su deber sagrado de procrear hijos fuertes. En todos los países y en todas las épocas de la Historia hubo partidarios más ó menos conscietnes de la Eugénica. Los pueblos antiguos, recios y luchadores, sentían á su modo el idal eugénico al afanarse por engendrar una prole adornada con los atributos de la indómita braveza. Cuando los primitivos pastores de que nos habla el Génesis escogitaban las ovejas para que pariesen corderos blancos ó negros, practicaban la Eugénica. Cuando Moisés, según el Levítico, se oponía de modo enérgico á las uniones entre parientes, enseñaba la Eugénica. Cuando Mahoma, en un capítulo del Korán, prohibe á los árabaes csarse con las mujeres que hayan sido esposas de sus padres, condena el incesto é impone un precepto de la Eugénica. Cuando Platón opinaba que antes del matrimonio los esposos debían ser visitados todos desnudos y las esposas vistas desnudas hasta la cintura, no hacía otra cosa que establecer un consejo eugénico. Cuando en la Grecia antigua se vedaba al hombre borracho cohabitar con su mujer, practicábase también la Eugéncia. Cuando los Césares y los Pontífices, oyendo ó sin oír la voz docta de los Concilios, publicaban disposiciones para evitar los matrimonios consanguíneos, determinaban asimismo uno de los senderos que había de seguir el futuro desenvolvimiento de la Eugénica.

La Eugéncia, pues, no es en rigor una ciencia nueva. Sus fundamentos esenciales no han surgido ahora, descubiertos por el genio investigador de algún sabio excelso. Venían siendo esos principios eugénicos algo incierto, tenebroso, incorpóreo, que flotaba dispersamente en el ámbito laberíntico de otras ciencias. Pero lo que se pretende es que esos principios se aquilaten y se fijen exactamente, definiéndolos, concretándolos en fórmulas, en afirmaciones categóricas, en leyes con dependencia lógica, en todo un sistema racional y metódico que ea como el código fundamental de una nueva doctrina consagrada por el estudio, por la observación, por el análisis experimental y por la fuerza probatoria de la estadística.

En esto se trabaja y por ello pugnan ahora los grandes escudriñadores de la Biología. Mirada bajo el aspecto de las preciosas actividades que á conocerla se dedican, bien puede afirmarse que la Eugénica es una ciencia recién nacida. Francis Galton la colocó sobre su cuna en Inglaterra, y en Inglaterra se la ha bautizado con ceremonial rumboso. En los últimos días de Junio de 1912 se celebró en Londres el primer Congreso eugenista. Leonardo Darwin, cuarto hijo del insigne naturalista del mismo apellido, fué uno de sus más entusiastas organizadores. Reunidas en esta asamblea eminentes capacidades científicas de diversos países, realizaron en sus deliberaciones una labor fecunda. En el páramo pedregoso de la generación inconsciente empieza á entrar con valentía la reja de las audaces roturaciones. En los primeros surcos abiertos se ha depositado una semilla que á su tiempo habrá de dar inestimables frutos. Permitidme que yo, el más escondido y mísero de los sembradores, salude anticipadamente, con una fervorosa canción geórgica, la dorada gentileza de las futuras mieses humanas.

 

Al intentar el estudio de los principios generales de la Eugénica, el primer problema que se ofrece al análisis es el de la herencia. Es este un problema magno, hondo, complejísimo, cuyo examen, siquiera sea superficial, llena de pavor el ánimo mejor templado. Sus términos son desoladores. Escribirlos en la negra pizarra de la investigación científica equivale á presentar ante nuestros ojos el conjunto aterrador de un vasto museo patológico.

Se nos dice que descendemos de una pareja única. Si esto es verdad, la satánica serpiente no se enroscó en el tronco del árbol prohibido. Habrá que pensar más bien si rodeó los pechos todavía virginales de la madre Eva, para cebarse en ellos y envenenar con sus mordiscos la sangre nutricia de todo el linaje humano. La acción villana de Caín, primer fratricida de la tierra, abona esta hipótesis... fantástica.

* La ciencia es una radiante criatura que viste aún las ropillas de la primera infancia. La moderna Biología tiene los ojos vendados, pero cuando se ocupa de las transmisiones morbosas, halla un consuelo comparándose con el caduco Derecho civil, que es ciego y muchas veces sordo. *

* A estas alturas del siglo, en que tanto se habla de progreso democrático; á la hora en que las nuevas teorías económicas asaltan bravamente la milenaria fortaleza de la propiedad individual, magistrados y leguleyos discuten muchas veces si los hijos son herederos legítimos de los bienes de sus padres. Que arrojen al fuego los Códigos enrevesados, y que llamen en su auxilio á los fisiólogos y psiquiatras. Tal vez éstos, con un examen de antecedentes clíncios, revolverán en firme tan graves dudas. *

La herencia es la ley; la no herencia es la excepción. Las malas semillas dan malos frutos y de las tierras esquilmadas no es posible esperar óptimas cosechas. La simiente procreadora la derrama el macho y en el seno de la hembra está el surco que recibe el germen fecundador. Si la una ó el otro se hallan averiados, el trastorno pasará a la descendencia. Esta es, en su síntesis vulgarísima, la razón del heredamiento morboso.

El monje Mendel fué quien primeramente estudió y enunció las leyes de la herencia, dando cuerpo robusto á la Genética, que es, por decirlo así, madre de la Eugénica. Sir Francis Galton, consagrado á apliar los principios eugéncios en la reproducción de los animales y las plantas, se fijó en las teorías de Mendel, las asoció á sus experimentos para adaptarlos á la especie humana, y de esta feliz conjunción tuvo su nacimiento la Eugéncia. He aquí otro motivo para sentar el aserto de que no es la Eugénica una ciencia nueva; que las ciencias, como las especies, no nacen por generación espontánea, sino que cada una es vástago de otra anterior y ésta retoño de otra precedente, formando entre todas las infinita cadena, la ilustre y dilatada progenie de los conocimientos humanos.

No he venido á cansaros con el análisis de escuelas y teorías, de métodos y sistemas, en cuyo arcano profundo yo soy el primero que me abstengo de penetrar, para no cometer una profanación horrible. En el sagrario de la diosa Minerva no deben meter sus manos más que los sacerdotes ugidos. Yo soy un pobre acólito que apenas si sé manejar el péndulo del incensario.

He venido para emocionaros, y si os parece mucho, para interesaros, y si aun es inmodestia, para entreteneros. He venido á pintarrajear el cuadro de la vida doliente, de la vida trágica, porque dolor y tragedia es la humanidad sometida á los desequilibrios patológicos del espíritu y de la carne.

Miremos á esa humanidad, fijémonos un poco en ella y veremos cuán escasos son los seres que disfrutan la parca dicha de vivir sanos. Contraigamos más nuestra mirada, calvémosla en nuestros propios hijos, midamos mentalmente su vigor y su resistencia á los ataques arteros del padecer, y digamos si nos satisface nuestra obra perpetuadora. Yo sé que no puede satisfacernos en conjunto. Un primer hombre y una primera mujer, por designio de Dios ó por maldición de la Tierra, tuvieron la fatalidad de corromperse, y el hálito insidioso de esta corrupción nos han circundado en masa. Somos hijos de nuestros padres y arrastramos fatalmente, por este valle de lágrimas, las taras, los estigmas y las predisposiciones que al engendrarnos nos transmitieron.

En esto se hallan absolutamente conformes todas las escuelas. Sin las cuidadosa elección de los elementos generadores, no es posible el mejoramiento de los individuos y de las razas. La herencia es la ley; la no herencia es la excepción. El nacer bien-dice un ilustre antropólogo italiano-es aun el problema más gigantesco para los individuos y para las naciones. La Eugénica viene á resolver, á facilitar, al menos, la solución de este problema. Si esta ciencia no se acreditara por sus principios rigurosamente lógicos, se impondría por la fueza de hechos vivos que son abrumadores.

 

Tomad un libro cualquiera, no de materia puramente eugenésica, sino uno de esos libros dedicdos á la profilaxis social. Abrid sus páginas y encontraréis en ellas horrores que entristecen.

Los antropólgoos designan con el nombre de Madre de criminales á una mujer de Nueva York, Ada Juke, en cuyas entrañas concentró el Destino todas las maldades del infierno. Las estadísticas policacas referentes á esa paridora de monstruos, le atribuyen una descendencia de mil doscientos individuos hasta la tercera generación. De esta prole abundosa, cerca de mil sujetos fueron malhechores, miserables pordioseros, borrachos, vagabundos ó dementes. Esta familia, venida la mundo como razzia de genios maléficos, costó al Estado de Nueva York más de un millón de dólares, entre gastos de justicia y estancias en las cárceles y los asilos.

Napoleón, que quiso anonadar al mundo irguiéndose sobre una Babel formada con mampostería de cadáveres, escogía para el matadero de sus guerras los hombres de más alta talla. La estatura media de los mozos franceses quedó notablemente reducida, porque sacrificados los talludos en los campos de batalla, quedaron los más pequeños como árbitros de las funciones generadoras.

En las sesiones del Congreso eugénico de Londres fueron leídas diversas comunicaciones referentes á leyes generales de la herencia.

El doctor Appert, médico de los hospitales de París, presentó cierto número de interesantísimos hechos por él observados. Establece que la transmisión del color de los cabellos y de los ojos se ajusta á una ley determinada. Los colores morenos dominan con relación á los claros. Un padre y una madre que tengan entrambos los ojos azules y los cabellos muy rubios, no podrán dar hijos con los ojos y el pelo más obscuros que los de sus padres. Por el contrario, las personas de pelo y ojos obscuros pueden, uniéndose entre sí, tener niños con cabellos y ojos claros, si los padres tuvieron á su vez antecesores de este mismo color. Dedúcese de esto que el atavismo ó salto atrás surge en los individuos de una coloración mientras no se presenta en los de otra.

Los caracteres mórbidos están sometidos á la misma ley, según lo demuestran numerosos árboles genealógicos en enfermedades como la sordo-mudez, la parálisis infantil y otras.

En un informe presentado por la Sección Eugénica de la Asociación Americana de Productores, se afirma que en el censo de población de los Estados Unidos, correspondiente al año de 1900, había un 8% de habitantes que merecían estar bajo la tutela del Estado, en lo que se refiere á la procreación; que cerca de un 4% necesitaban estar vigialdos, aunque no sometidos á esa tutela, y que otro 10% se podían considerar como casi totalmente inaptos para ser padres y elaborar ciudadanos dignos de este nombre.

La plaga asoladora del alcoholismo está pidiendo con voces de la más alta justicia una urgente y decisiva intervención médico-social. Si es verdad que Dios castiga á los pueblos por sus irreverencias y sus maldades, estad seguros de que es el alcohol el agente que más ayuda al Juez Supremo en la severa sanción de las culpas humanas. Ninguna horrenda catástrofe, provocada por las brutales fuerzas de la Naturaleza, causa tantas víctimas como los venenos alcohólicos. La carne que en los serrallos se vende como piltrafas arrojadas paa saciar los apetitos de la lujuria, la que llena las cárceles, los hospitales y los manicomios, fosas comunes donde los hombres se entierran en vida; la que sube á los cadalsos, para ser trofeo de la repugnancia que destila por todos sus poros la figura del verdugo; la macilenta y degradada carne que pasa ante nuestros ojos como procesión infinita de llagas sociales, toda ella, ó casi toda, impregnó antes sus fibras, sus nervios, sus células, su sangre en el mar turbulento de los excesos alcohólicos.

El problema del alcoholismo tiene ya consagrada toda una extensa bibliografía. En ella, por ahora, no se nos brindan otras novedades que la de los hechos experimentales, ratificadores de las afirmaciones ya sentadas. Muy recientemente, en el mes de Enero de 1913, se hizo público en Alemania el resultado de una investigación realizada por una comisión de sabios á instancias del gobierno imperial. Estos sabios establecen escalas comparativas que demuestran las diferencias observadas entre las familias de los alcohólicos y los temperantes.

Referidas estas observaciones á diez familias de cada clase, deducen que, entre los hijos de los borrachos, el 48,8% fallecen en el primer mes que sigue al nacimiento, mientras sólo mueren 8,2 entre los hijos de los no borrachos, (1)

Los hijos de los bebedores son idiotas en la propoción del 10,5%, mientras que estos idiotas no se registran en las familias que no beben. Los epilépticos son 8,7 si proceden de alcohólicos y cero si descienden de padres moderados. En la misma proporción se encuentran los tipos que no alcanzan la talla media. El desarrollo normal de la inteligencia, finalmente, sólo se observa en 17,5 de los heredo-alcohólicos: en los hijos de los que no abusan de la bebida, el porcentaje de la buena contextura mental se eleva á 81,9

* A los tres ó cuatro días de tomar posesión de su alto cargo el actual presidente de la República francesa, visitó el hospital de San Antonio, de París. El director del establecimiento, el doctor Jacquet, condujo á Poincaré á la cabecera del enfermo que le tocaba examinar en aquel momento. Se trataba de un alcohólico, pobre hombre con el rostro demacrado, de color de tierra, con el cuerpo como un esqueleto y el vientre hinchado como un pellejo.

-Es un caso de cirrosis de los bebedores dijo el doctor Jacquet.-Y á propósito, señor presidente: permitidme que os resuma en algunas cifras un trabajo de varios meses.

Del 1.º de Mayo de 1912 al 1.º de Febrero de 1913, hemos interrogado á 208 enfermos sobre el vino y el alcohol que han bebido y sobre el número de sus hijos, vivos ó muertos. Y he aquí los tristes resultados de nuestro trabajo:

111 enfermos poco bebedores, han perdiddo 66 niños, ó sea el 18’41 por ciento.

80 enferemos, bebedores fuertes, han perdido 66 niños, ó sea el 20’33 por ciento.

117 enfermos muy borrachos, han perdido 220 niños, ó sea el 61’22 por ciento.

En resumen, señor presidente: de los 688 niños engendrados por estos 308 enfermos, han muerto 359, y de ellos 207 en la primera edad. Estas cifras, sobre todo en las circunstancias actuales, son cifras dolorosas y terroríficas, y lamento profundamente tener que dároslas á conocer.

Poincaré, inmóvil, un poco pálido, muy emocionado seguramente, respondió con tono grave:

-Doctor, hay que decir la verdad.

Y volviéndose a su cortejo, agregó:

-Ruego á los señores periodistas que recojan estas cifras y que las hagan públicas para que todo el país las conozca. *

No se necesita ser un beodo empedernido para transmitir á la prole los estigmas patológicos del alcohol. El doctor francés Legrain, apóstol perseverante de la lucha contra la peste tabernaria, afirma que hasta encontrarse bajo la influencia tóxica del alcohol para poder dar al mundo una criatura calamitosa. ¡Que se grabe bien esta cita en la memoria de los que, sin haber descendido á la baja categoría de borrachos habituales, se retiran al tálamo nupcial con estímulos genésicos provocados por libaciones que parecían inofensivas...!

No entro en la prostitución y en los porquérrimos contagios que de ella se derivan, por no alterar el estado sanitario de este ambiente que me rodea. A vuestra consideración someto los estragos producidos por unas enfermedades que, llamándose secretas, constituyen la desdicha pública que más apremiantemente reclama la intervención de una implacable cirugía social.

¿No es cierto que todos los datos precedentes sobrecogen nuestro ánimo? “La herencia es lalye; la no herencia es la excepción”. Y si la ley se cumple de un modo inexorable, de otro modo inexorable también hay que contrarrestar sus efectos aniquiladores. Las voces científicas que se han alzado en el ya repetido Congreso de Londres han dicho cosas que invitan á la acción más urgente. El testimonio de las capacidades allí reunidas es un anatema formidable á la vez que un grito agudo de sentimiento y de espanto. La especie humana, relajada y abyecta en una gran proporción numérica, verfica el acoplamiento de los sexos agitándose en la órbita de una antítesis desconcertante: se perpetúa destruyéndose.

Contra todo esto no hay nada más definitivo que las palabras escritas por Tomás Enrique Huxley: son tremebundas, pero de una eficacia salvadora. El insigne biólogo inglés, ocupándose de este problema, se encara valientemente con los tipos perniciosos, sin aptitudes para la procreación, y lanza sobre ellos esta sentencia: Lo sentimos por vosotros, nos dais mucha pena y haremos cuanto podamos por aliviar vuestra desgracia; pero os negamos el derecho á ser padres. Podéis vivir; pero no podéis multiplicaros.

 

De este anatema de Huxley, como de todo el torrente de conocimientos que llena el cauce de las investigaciones biológicas, se deduce de manera inapelable la consecuencia de que se impone una selección de sexos.

Carlor Darwin descubrió un horizonte en que despuntaron los primeros albores de la aurora eugéncia. El discutido, el flagelado naturalista inglés, al sentar su teoria sobre el evolucionismo en las especies, abrió ancho campo á otras teorías, á las de neogenesia, mercede á la cual se puede conseguir en pocas generaciones lo que la evolución no lograría en años numerosísimos.

No insistiré mucho sobre esto. No quiero inferiros la ofensa de suponer que no habéis leído al eminente autor del Origen de las especies. Todos los que hayan saludado sus libros saben que, según Darwin, una ley instintiva, de selección natural, rige la maravillosa obra de la procreación entre los seres orgánicos. Mercede á esta ley, la vida fisiológica es una lucha porfiada en la cual prevalece siempre el privilegio de la mayor fortaleza. Para cumplir esa ley, los animales, sobre todo, libran combates que, á veces, llegan á ser sangrientos. En la consumación de los actos generativos, las hembras se rinden á los machos más vigorosos. Aunque ellas así no lo quieran, de nada les servirá su negativa. Los machos rivales trabarán entre sí duelos terribles que darán la victoria, en último término, al más apto para la perpetuación de la especie. Esta propicia actitud podrá consistir en la robustez, en la hermosura, en la ligereza, en la sagacidad, según sean las especies: el triunfo lo obtendrá siempre aquel que posea en un grado superior la cualidad predominante.

La selección natural existe. Para realizarla, los animales se entregan, en la época del celo, á verdaderos torneos de amor. Cada uno de ellos despliega, en alarda supremo, todas sus facultades. Los unos prueban su pujanza, los otros su destreza; esto su arrogante apostura, aquellos la excelente diposición de sus gargantas. Unas veces dan armoniosos conciertos y otras representan grotescas bufonadas.

En los días primaverales, cuando el Sol ofrece á la Tierra sus besos de ardiente lujuria, podéis escuchar, bajo la sombra amable de las enramadas, los dulces arpegios de los pajarillos trovadores. Sus cánticos, ora quejumbrosos, ora desesperados, encierran un lenguaje de enardecida pasión genésica. Sus trinos y sus modulaciones son madrigales ofrendados á la hembra cercana que apetecen poseer. No es asombroso presenciar cómo uno de estos festejadores, en el paroximos de su exaltación amatoria, cae de la rama al suelo, abatido por el desencanto ó herido de muerte por habérsele roto alguna vena. ¡Qué grande y qué poético es el genio de Darwin cuando describe estas emocionantes escenas...!

Pero esta selección natural, que es ley de existencia, no se acata tampoco entre los seres humanos. El hombre, rey de la Naturaleza, es el único que realiza actos contra la Naturaleza misma. En el seno virgen de ésta. En la plenitud de la vida salvaje, hay una Eugénica natural, sabia y eterna, gobernada por el instinto. En la vida de los animales domésticos hay otra Eugéncia, la artificial, la científica, que reemplaza y aun puede exceder en buenos resultados á la instintiva. ¡Sólo para el hombre no imperan ni la una ni la otra, ni la natural ni la artificial, ni la instintiva ni la científica...!

* Antes al contrario, la selección natural de los sexos, aplicada al linaje humano, se halla en pugna con la Eugéncia. ¿Qué cómo se explica esto? Pues es muy sencillo. Porque esto que llamamos civilización no nos ha civilizado nada todavía en la esfera de la moral más estrecha; porque esto que llamamos civilización ha pervertido-ó, cuando menos, no ha mejorado-nuestros sentidos, y ellos nos engañan y nos hacen caer en lamentables equivocaciones; porque esto que llamamos civilización ha determinado la relajación de nuestros instintos, el fomento de nuestros egoísmos, el estrago de nuestros gustos, el auge de nuestras bastardas ambiciones, el refinamiento porquérrimo de nuestros placeres sexuales, despertando en nosotros ansias eróticas que, por ser cada vez más crecientes, nos impulsan á caer en las mayores aberraciones. *

Ensayad, ensayad entre nosotros la selección natural de los sexos. Organizad una de esas justas del amor que antes os he descripto pálidamente. Poned, por ejemplo, á un mancebo viril entre una colección de mujeres para que escoger pareja. Decidle que es libre, como el avecilla en la enramada, para aceptar la que más pueda satisfacerle. Dejad á las hembras que atestigüen su hermosura, sus gracias, sua gudez, su aptitud generadora para perpetuar la especie.

Yo estoy seguro de que el varón optaría por apagar su sed ardiente, bebiendo en la copa del amor de todas las elegibles. Y, si así no lo hacía y se conformaba con una sola, es probable que su predilección se inclinara por la más desenvuelta, por la más apicarada, pro la más sensual, por la que más fuertemente soplase en la hoguera de la sangre masculina: esto es, la más desvergozada, la más prostituída, la más predispuesta á concebir un producto injurioso para la obra de la Naturaleza. Y si el llamado á elegir esposa no se dejaba arrebatar por el incentivo subyugador de la lascivia, dejaríase seducir por el lujo, por la falsa belleza, por el brillo del dinero, por las conveniencias sociales, por la educación hipócrita; que todos estos, ¡ay!, son factores que intervienen en el negocio de muchos enlaces matrimoniales.

Muy pocas palabras he de decir de la consaguininad, para poner término á estas consideraciones sobre el principio de la selección. Si ésta tiene por objeto la procura de que no engendren quienes carecen de condiciones que en cierto modo garanticen el buen éxito, claro es que la restricción tiene que alcanzar también á toda causa determinante de un fracaso biológico. Si no como un dogma absoluto, debe admitirse como principio muy racional el daño que originan á las razas las uniones consanguíneas. La teoría de que este daño se produce, tiene sus defensores y sus detractores; pero los primeros son muchos más en número y aportan á la demostración hechos mucho más abundantes.

De todas suertes es evidente, de una evidencia digna de meditación, que impera por ahí una excesiva tolerancia en lo que respecta á matrimonios entre parientes. “En nuestra sociedad-dic, Mantegaza-fuera del incesto, todo está permitido; y, ante la lógica severa de los hechos, puede decirse que aun el incesto involuntario se realiza por la inmoralidad social, que arroja en el gran mar de nuestra población una corriente continua de bastardos que pueden ser nuestros hermanos, nuestras hermanas, y ningún Código escrito impide á estos infelices bastardear cada vez más la familia humana con matrimonios, más que consanguíneos, incestuosos.”

* Es verdad. No hay en nuestras legislaciones civiles disposición alguna que se oponga á los nexos de la consaguinidad. Los únicos valladares fuertes los ha levantado la moral teológica; pero son unos valladares que, á pesar de su aparente fortaleza, los derriba fácilmente el soplo de las conteporizaciones. La Iglesia considera como impedimento dirimente, es decir, anulatorio, el matrimonio entre parientes en línea directa, y, en línea transversal, hasta el cuarto grado. ¿Obedece este impedimento á una tendencia eugéncia? En esencia, podrá ser. En el terreno de la práctica, á lo que oedece es á ora cosa. Dos parientes que los sean en grado dirimente no pueden casarse: pero por un precio, que ni está siquiera tarifado, el obstáculo teológico desaparece.

* El respecto á esta tribuna me veda entrar en mayores profundidades sobre este particular. Sólo diré que si los matrimonios consanguíneos determinan una decadencia en las razas, las autoridades eclesiásticas deben pensar que llevan sobre sí el peso de no pequeñas responsabilidades sociales.

* Os aseguro que no me guía al hablar así ningún prurito sectario. Hágolo, únicamente, con el objeto de anunciaros que algún día impondrá la Eugénica la fuerza de sus sagrados fueros, para que desaparezcan semejantes transacciones, antilógicas y antihumanas. *

Yo amo la libertad tanto como el primero y admito en su santo nombre las más atrevidas ideas. Pero no condeno las restricciones de la libertad cuando están orientadas hacia el progreso y el mayor bienestar de los hombres. Una ley, rígida por ser militar, dispone que se midan y se pesen los mozos que ingresan en las filas del ejército. Los que no alcanzan la talla y el peso que la ley exige, son excluídos por inútiles para la guerra, que es ejercicio de muerte. A nombre de la libertad, en cambio, se consiente que al tálamo nupcial, vivero de criaturas, vayan individuos totalmente incapacitados para las funciones augustas de la multiplicación. Es inicuo, y hasta atentatorio á los altos designios del mismo Dios, autorizar el casamiento á mujeres en que, por la estrechez de su pelvis, verbigracia, el suceso de la concepción encierra una segura amenaza de muerte para el fruto que ha de venir á la vida.

Si la herencia de la ley, la selección científica es otra ley que debemos cumplir como seres conscientes, ya que no sepamos cumplirla como animales.

 

Entramos en otro punto. No es un punto nuevo, porque su contenido tiene ya consagrada una abundante prosa en los libros de higiene sexual. Pero es pertinente tocarlo para permitirnos con él algunos necesarios desahogos del espíritu.

El acto venéreo es para el hombre, como para los demás animales, la necesidad fisiológica de mayor trascendencia. Mediante ese acto, da el varón ó el macho y recibe la hembra aquello que, como un chispacho de luz potente, ha de encender la antorcha de una nueva vida. Es una ley fija, inexorable en la dinámica fisiológica, la de que, cuanto más trascendental es una función, mayores son los estragos que causa el abuso en su ejercicio. Obligado es, pues, que este ejercicio se someta no sólo á una medida, sino también á una forma. El cuánto y el cómo del concúbito son cosas que importan mucho á la Eugénica.

No es posible, por mucho que se apure la materia, confeccionar una especie de calendario de Venus, donde se precisen los días y las horas en que los devotos de la religión afrodisíaca han de rendir culto á su diosa favorita. La naturaleza humana es tan diversa en sus fuerzas y sus modalidades, en sus ímpetus y sus desmayos, que no hay fisiólogo capaz de decir con exactitud donde concluye lo que satisface una necesidad ó donde empieza lo que constituye un despilfarro. La historia del amor nos presenta en sus capítulos personajes de las más diferenciadas estirpes.

Hércules, arquetipo de la resistencia, era inagotable en sus abrazos viriles. Del emperador Próculo se cuenta que, en una sola noche, destruyó la virginidad de diez doncellas sármatas. De un general italiano dice un fehaciente testimonio que, ya cargado con sus 49 años, estrechaba á su amante cinco veces en tres horas. El mismo testimonio asegura que una mujer de Zurich aspiró 18 veces en una jornada los aromas de la lujuria de su hombre.

Enfrente de estas embriagueces del amor, la historia nos presenta también algunos ungidos por el bálsamo de la continencia. José de Nazaret, según los libros sagrados, no profanó jamás el seno divino de la Virgen entre las vírgenes, de la que fué Madre del Redentor del mundo. Otro José, el hijo predilecto del patriarca Jacob, mereció las iracundias de la mujer de Putifar por haberse negado á poseerla. El emperador Honorio no sintió nunca los espolazos de la pasión erótica: su mujer, también llamada María, murió á los diez años de desposada sin haber sentido deshojarse la flor de su honestidad.

En el sexo femenino se encuentran de igual modo raros ejemplares, cuyos temperamentos acusan las más grandes oscilaciones de la térmica genital. Junto al ardor inapagable de una Mesalina, de una Cleópatra ó de una Valeria, se nos ofrecen centenares de mujeres indiferentes, á quienes lo mismo les da comer que no comer el pan de la boda, ácimo para muchas de ellas. ¡Cuántas de nuestras compañeras bajan á la tumba sin haber sentido jamás el calor de los brazos de Himeneo...!

Pero todos estos ejemplos, igual los de las grandes gimnasias que los de las grandes parálisis, son excepciones que, ya muevan á la compasión ó á la repugnancia, no debemos tomarlas en cuenta. En todo hay un justo medio que es la mejor base para el cálculo.

No me negaréis, sin embargo, que, cuando se habla de las lides amorosas, para cada casto José hay un millón de Hércules y de Próculos. Nadie confiesa su debilidad ó su impotencia. Desde la pubertad libertina á la vejez libidinosa, no encontraréis más que gladiadores invencibles, capaces de entrar en batalla á todas las horas del día.

Reíros siempre de estos armados caballeros, más que aguerridos, farrucos. Y si es verdad que sacrifican á Venus con tan porfiada frecuencia, no sintáis por ellos admiración alguna, pues si como machos se consideran triunfantes, es lo más probable que como padres resulten derrotados. Muchas de las miserias fisiológicas que por ahí se exhiben, no son otra cosa que frutos procedentes de árboles cuya preciosa savia perdió sus jugos vitales en alardes de despilfarro.

Quien no tiene hambre, no come; quien no tiene sed, no bebe; quien no tiene sueño, no duerme. La apetencia venérea es la única necesidad orgánica que se satisface sin ganas y á la fuerza. Las bestias se ayuntan en periodos determinados. Los hombres cohabitan cuando se les antoja.

Al que se excede en la bebida, se le llama borracho; al que se excede en la comida, se le llama glotón; al que se apodera de lo ajeno, se le dice que roba; al que priva de la vida á un semejante, se le acusa de homicida. Al único que no se le viturpera ni se le persigue es al que se lanza á los desenfrenos de la carne. Cuantos más excesos comete, se le tiene por más viril, por más afortunado y hasta se le eleva á la categoría de héroe. Y yo digo: si el borracho es denigrante, y el glotón despreciable, y el que roba ó mata delinque, mayores son los vituperios y las sanciones que merece el lúbrico sin medida, porque esta lubricidad, además de constituir un abuso, roba preciosísimas energía y puede determinar el asesinato de sus propios hijos.

Lo mismo que de la medida puede decirse de la forma. Me merecéis demasiada consideración y sé donde acaba la pulcritud del lenguaje para no provocar vuestras naúseas con el hedor de la carne putrefacta. Sólo haré una nueva y depresiva comparación entre los hombres y los brutos. Mientras éstos no tienen más que una manera de acoplarse, aquella que les ha impuesto la Naturaleza, nosotros hemos inventado toda una serie de secretos ejercicios acrobáticos que patentizan nuestra degradación y nuestra miseria. Apartad la vista de estos cuadros ruborizantes, porque también corréis peligro de encontraros con algún sér monstruoso, concebido por la violencia de una postura ilegítima.

Para todo esto –ya lo he dicho-hay una higiene elemental, continente de unas reglas á las que pocos se someten. Pero vendrá la Eugéncia, que no será un manual de consejos, sino un verdadero espacio de conciencia, y acabará con todas esas depravaciones éticas y fisiológicas, purificando la observancia del más delicadísimo deber humano.

 

Y aun no acaba aquí la intervención de la ciencia eugenésica.

Suponed que se ha ejecutado la terrible sentencia de Huxley. Suponed que la mano férrea de una sociedad en período constituyente ha separado ó esterilizado á todos los incapaces de procrear hijos absolutamente íntegros en los físico y en lo mental. Suponed que todos los varones y todas las hembras se hallan rebosantes de salud y de virilidad, sin lacras, sin alifafes, sin estigmas degenerativos, sin nada, en fin, que pueda ensombrecer, patológicamente, la existencia de sus primeros descendientes.

Pues aun con todo esto, el problema seguiría sin resolver si la sociedad así capacitada para la procreación no sufría un cambio radicalísimo en sus costumbres, sus gustos, sus hábitos, sus prejuicios, sus enseñanzas, sus relaciones, sus medios de vida, su constitución entera. Porque si la nueva generación caía en los mismos viejos, en las mismas miserias y en los mismos estragos, la generación siguiente vendría ya manchada, sus miembros amputados, y formaríase otra vez el vicioso círculo de hierro que ahora nos oprime con eficacia, hay que remover hasta los cimientos más sepultos y arrancar hasta las raíces más profundas del régimen social presente.

¿Queréis una sola prueba de la necesidad de esta revolución pacífica? Pues ved lo que se sostiene en otra de las Memorias leídas en el Congreso eugenista de Londres:

“La posición social de los individuos en un indicio de su posición en la jerarquía de las aptitudes. Siendo esto así, el matrimonio de las clases elevadas resulta conveniente. Las clases superiores en el orden económico se casan generalmente entre sí, y si los privilegiados de la fortuna fuesen de aptitudes superiroes, los productos de estas uniones deberían mostrar también un grado superior de aptitudes. Por el contrario, los matrimonios que dan peores resultados son los más distinguidos por su clase y por su casta.”

Oídlo, pues, ilustres aristocracias. Si queréis intensificar y mejorar la vida de vuestras estipres, tenéis que someteros á cruces renovadores con las clases humildes, con los elementos del estado llano, con esa plebe baja que soléis considerar de sangre encanallada en vuestros delirios de grandez.

El problema eugénico, por lo tanto, no ha de limitarse á asegurar en los individuos una exultante potencia génesica, eliminando radicalmente de la sociedad á quienes no la posean. La ciencia que esto hiciese no sería una ciencia, sino una expoliación condenada á fracaso irremediable. El ideal eugénico ha de conquistarse mediante una evolución realizada con lentitud y con persistencia. Tiene que atender, desde luego, á los agentes procreadores que se hallan en circulación, mejorando sus facultades y restringiendo también las uniones de los que sean declaradamente inservibles. Pero tiene que atender, muy sobre todo, á los futuros creadores de pueblos, á los niños que nacen, á los padres de mañana, porque sólo así lograremos que en cada generación se fortalezcan más y más los factores de la cópula fecundante.

Para esto hay que formar un novísimo ambiente, dentro del cual los niños puedan llegar á hombres de una virilidad conspícua, sin correr el peligro de convertirse en espectros de la raza; un ambiente de educación eugéncia, dentro del cual sean reemplazadas las hipócritas enseñanzas por las verdades cuya desnudez resplandece: un ambiente que cure á los enfermos del cuerpo y del espíritu, á las víctimas infortunadas de la herencia morbosa; un ambiente de equidad económica y pedagógica, en el que el hambre del estómago y del cerebro no sean el patrimonio exclusivo de incontables familias; un ambiente, en suma, que, como los filtros del laboratorio químico, impida que caigan impurezas en el crisol donde se funden las grandes y maravillosas aleaciones de la vida.

 

Como habréis podido comprender por este torpe esbozo de los principios generales de la Eugénica, es ésta una ciencia audaz, pero eminentemente humana; atrevida, pero de resoluciones justísimas; demoledora, si se quiere, pero demoledora en el sentido de destruir lo viejo y resquebrajado para levantar el soberbio edificio de una humanidad regenerada. Para abrirse paso é imponer su acción reconstructiva, la Eugénica tiene que librar colosales batallas. En sus ansias de conquista, en el avance que ahora emprende, tropezará con enorme obstáculos: lso rancios prejuicios, las seculares preocupaciones, el Derecho y la Filosofía, la Religión y la Historia, la Economía y la Ética le saldrán al paso para contenerla en su marcha. Pero ella seguirá adelante y triunfará, sin duda, como triunfa siempre todo lo que tiende á destruir la infelicidad negra y desoladora de los mortales.

Los altos mandatos eugenésicos pueden comprimirse en dos solas palabras: generación consciente. Pero no se asusten los pudibundos, porque no hago un llamamiento á Malthus. La doctrina de Malthus no es más que un tenue vislumbre de uno de los aspectos de la Eugénica. Los ortodoxos y los esperanzados que todo lo aguardan del cielo, han combatido y combate sañudamente al gran economista inglés. Estad seugros de que sus diatribas son injustas. Yo no soy un malthusiano en lo teórico, sin que esto quiera decir que deje de serlo en la práctica. La teoría científica de Malthus se apoya en una falsa base que ya está destruída. Pero Malthus era un hombre digno, excelente padre de familia y más entusiasta del bien social que todos sus enemigos. Muchos que hacen aspavientos al oír su nombre son más malthusianos que él, porque estos tales, con tdoa su pudibundez, convierten el matrimonio en un onanismo inconfensable y asqueroso: ó se imposibilitan para fecundar, ó hacen hijos en quienes la mayor desventura es haber venido al mundo. Malthus aconseja la limitación voluntaria de la prole, dejándose lelvar por un noble sentimentalismo: no quiere que la prole, por falta de medios económicos, sea una jauría de perros famélicos. Si el limitar la natalidad es una culpa ante Dios y ante la Patria, yo afirmo que es un crimen enorme, un horrendo parricidio, el procrear hijos para sacrificarlos inicuamente en las feroces carnicerías de las guerras modernas.

Dejemos, pues, reposar las cenizas de Malthus y repitamos que la generación debe ser conscietne, es decir, iluminada, erigida en principio de una moral suprema, fuente emanadora de dichas que todos apetecemos. Es mil veces más moral que haya una conciencia refrenadora de los instintos carnales, que dejarse vencer, más fácilmente aún que las bestias, siempre que socarran nuestro cerebro las llamaradas libidinosas de la sangre.

Permitidme emplear un símil que materializa algo el ideal eugénico.

Pensad un momento en las niñas que acuden por primera vez á la mesa de la sagrada Eucaristía. Vedlas ataviadas con sus trajes de pequeñas vírgenes. Blancos son sus corpiños, blancas sus faldas, blancos sus mantos de tul flotante. Blancas son también las coronas con que ciñen sus limpias frentes. Envueltas asimismo en blancura van sus almas. Todo en ellas es blanco, porque todo en ellas es puro; que no se recibe el cuerpo precioso de Jesucristo sin haber purificado antes el espíritu con la penitencia y el estómago con el ayuno.

Así, amigos míos, debemos penetrar en el templo de la diosa Venus, cuando queramos ungirnos padres: limpios de cuerpo y de conciencia, como las n iñas que parecen diminutas vírgenes; limpios de cuerpo por la salud, limpios de conciencia por una tranquilidad sin sombras. Si así no lo hacemos, nuestros hijos podrán recoger la dolorosa herencia de nuestro pecado. No olvidéis que ellos son a manera de frágiles espejos en los que se reproduce la imagen acusadora de nuestra vida pretérita. En ellos se advierte, muchas veces, la huella de nuestra juventud borracosa ó apacible.

Poneos la mano sobre el pecho y haced acto de contrición profunda. Meditad, meditad mucho. Tened presente que una suciedad fisiológica puede ser injerto de una rama podrida: tened presente también que un ceño torvo ó un borrón de la inteligencia, en el momento augusto de la fecundación, pueden equivaler al sello maldito de un perdurable remordimiento.

 

He terminado la modesta siembra de ideas que me había propuesto hacer. Ahora creo oportuno resumir todo lo dicho en una conclusiones que sean, á la vez, como el programa de una acción eugenésica en el terreno pedagógico y en la esfera médico-legal.

ACCIÓN PEDAGÓGICA
En la primera y en la segunda enseñanza, debe darse á todos los estudios anatómicos y fisiológicos una importancia que hoy no se les concede. Es absurdo que á los lumnos se les hunda en el cerebro tanta bazofia científica, sin hacerles conocer antes las cosas delicadísimas y admirables que residen y funcionan en nuestro propio cuerpo.

En la segunda enseñanza, cuando el alumno-sea hombre ó mujer-llega á la pubertad, debe descorrérsele por completa la cortina de los misterios. Me parece una perniciosa hipocresía guardar este misterio hasta el punto de que muchos jovenes lleguen á la edad viril sin saber la misión transcendental que tienen que cumplir sus órganos genitales. Las dolorosas caídas de los muchachos en el fango de los vicios sexuales, y las no menos tristes caídas de las muchachas en la vorágine de la deshonra, ocurren más veces por ignorancia que por verdadera perversión.

Debe inculcarse al ser humano el hermoso idealismo de que las funciones reproductoras no tienen por fin exclusivo el placer venéreo, sino que este placer es simplemente la forma de cumplir el ansia ingénita, la santa ley natural de dar al mundo hijos sanos, inteligentes y buenos.

Respetando creencias y esperanzas que no hay para qué arrancar á nadie, es preciso enseñar que el fenómeno de la concepció no depende del acaso ó de la fatalidad, sino que es una secreta combinación química en la cual deben intervenir las más puras y enérgicas sustancias generativas.

Hay que enseñar, en fin, la verdad eugénica, enalteciendo la virtud, anatemizando el vicio, disciplinando el apetito genésico para que el organismo no se entregue á desgastes consumidores, y para elevar á la categoría de axioma fisiológico aquellas palabras de Pitágoras, quien, al preguntarle cuándo el hombre debía buscar á la mujer, respondió: “Cuando juzgue oportuno experimentar una gran pérdida.”

ACCIÓN MÉDICO-LEGAL
Los médicos, maestros en la dirección de la salud, tienen á su cargo un papel educador que se confunde con el de los maestros de escuela. Los médicos, oficiando de jueces en el orden legal eugénico, han de ser instrumentos auxiliares del Estado para poner un poco de orden en el desconcierto reinante.

El Estado tiene el deber de estigmatizar y perseguir con rigor todos los pecados sociales.

Se necesitan leyes que regulen más severamente la prostitución en todas sus formas; leyes más eficaces y más justas, que eviten enormidades como ésta: mientras se encarcela á la mujer soltera que mata á un hijo ilegítimo por ocultar su deshonra, se deja suelto al bandido que engendró la criatura.

El Estado, por una razón de salud pública, debe combatir la plaga del alcoholismo con mano férrea, militar, como lo han hecho ahora Inglaterra, Francia y Rusia.

El Estado debe prohibir las uniones consanguíneas, incorporando á la legislación civil los dictados de la legislación canónica, que se cumplen ó no se cumplen, según conviene.

El Estado debe darse la autoridad de sus propias funciones emanada, para prohibir el matrimonio de aquellos sujetos científicamente reconocidos como incapaces ó perniciosos para la obra de la procreación. Si es parricida el padre que estrangula á un hijo suyo, parricida es también, consciente ó inconscientemente, el que lo engendra para que sea una piltrafa de carne animada por los latidos del corazón.

Soy tan radical en esto, que admito hasta la esterilización completa de esos tipos. Fijaos bien en que hablo de la esterilización y no de la castración. Con esta cirugía implacable, pero beneficiosa como la que extirpa un cáncer, la terrible sentencia de Huxley se dulcificaría en estos términos: “Podeis acercaros á los altares del amor, podéis sentir el apetito y el placer genésicos; pero no podéis multiplicaros.”

Y, sobre todo, señores, hay que hacer cultura eugénica, conciencia eugénica, llevando á todas las criaturas humanas el convencimiento de que las facultades reproductoras son las más preciadas, las más excelsas de nuestra vida, porque en ellas se encierra el miserio ó la realidad de la misma vida.

A MODO DE EPÍLOGO

En España se ha cultivado muy poco, hasta ahora, la literatura puramente eugénica. El primero y más ardiente propagandista ha sido el sabio doctor Madrazo, qu een su libro Cultivo de la especie humana y en algunas obras dramáticas, ha procurado crear un ambiente propicio para la aceptación de teorías que ya están consagradas en otros países.

Pero la verdad científica tiene una fuerza de penetración que allana todos los obstáculos. Se va formando la conciencia social que ha de dar paso triunfante á los ideales eugénicos. Las inteligencias capacitadas para influir en la opinión empiezaná ocuparse del problema, concediéndole una atención que nadie le otorgaba. La maeria, reservada antes para las publicaciones de carácter técnico, va invadiendo ya las columnas de la gran prensa política é ilustrada.

Después de dar á conocer la conferencia contenida en estas páginas, periódicos tan difundidos y autorizados como Blanco y Negro, El Liberal, de Madrid, y La Esfera, han publicado, casi simultáneamente, artículos cuyos prestigiosos autores se ocupan de diversos motivos y casos esencialmente eugénicos.

En Blanco y Negro (19 de Diciembre), Gregorio Martínez Sierra dirige una apelación enérgica á las madres de familia. Las exhorta elocuentemente á que conozcan, persigan y combatan el vicio, “ese hedidondo y doloroso infierno que para los hombres se llama placer, y para las mujeres deshonra”. Las invita á que renuncien á toda mentira, á toda hipocresía, á todo falso pudor, haciéndose sinceras y valerosas para enseñar á sus hijas la verdad de lo que hoy se oculta como misterios impenetrables de la vida moral y fisiológica.

¡Parece que Martínez Sierra ha leído mi conferencia, ó que yo, al escribirla, había leído en su pensamiento! Y es que las almas, por mucho que las aparten las distancias, se hermanan y se confunden cuando se sienten agitadas por las mismas ideas.

En El Liberal (26 de Diciembre), Santiago Arimón se ocupa, para combatirla, de una proposición de ley presentada á la Cámara cubana (análoga á la aprobada en 1907 en el Estado de Indiana), y en la cual se pide que se practique la esterlización genital en los criminales habituales, degenerados ó reincidentes, declarados incorregibles por un dictamen facultativo.

Santiago Arimón considera que esto es repugnante, criminal y salvaje, y expresa su deseo de que no prospere semejante aberración intelectual y moral. El distinguido escritor y jurisperito está en su derecho de pensar así. Pero me parece su indignación algo improia de su cultura. Los órganos genitales de un hombre no son más preciosos que los ovarios y las glándulas mamarias de una mujere. Y la Cirugía, sin que nadie se espante, tiene registrados en los anales de sus intervenciones muchos ovarios extraídos ó esterilizados, muchas ablaciones de glándulas mamarias, todo ello á nombre de los supremos intereses de la salud.

Y si salvaje es suprimir con la vasotomía los conductos seminíferos de un hombre, pidamos también, en nombre de la misma moral, que no se sajen tumores, que no se amputen miembros, que no se practiquen traqueotomías, que no se trepanen cráneos, que no penetre el bisturí del operador hasta las mismas entrañas de paciente, abiertas de par en par, para recibir el beso curador y cruento de la ciencia.

José Francés, finalmente, cita en La Esfera (25 de Diciembre) un caso notable registrado en Chicago. Una mujer da á luz una criatura calamitosa, condenada á perpétuos sufrimientos. Puestos de acuerdo la madre y el doctor que la asiste, resuelven dar muerte al nuevo sér.

Habrá quienes digan que esto es monstruoso. Está bien. Los conformes con la doctrina eugenista, llevada á los términos más radicales, remontamos nuestro pensamiento a la altura de 500 ó 1.000 años más tarde. Los que viven con el espíritu en el mundo actual, no pueden ver el problema como nosotros lo vemos. Estoy seguro de que más se acercarán ellos á nosotros que nosotros á ellos.

 

(1) Después de dar á conocer este trabajo, he leído unos datos oficiales que aterran. En el último mes de Septiembre han muerto en España 16.200 niños menores de cinco años, casi un tercio de la natalidad.
Engendrados en su mayoría en pésimas condiciones, esos niños vienen al mundo para que la incultura del ambietne complete los crímenes impunes qde una procreación arbitraria.
¡Y aun se piensa en cañones y ametralladoras para defender la patria! La invasión extranjera más fulminante y bárbara no segaría tantas vidas como las que le ofrecemos en un año á doña Muerte, nuestra señora y aliada.

Establecimiento Tipográfico
de “LA VOZ DE GUIPUZCOA”
1915

 


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