Autores: Bellengero, D.J. de
Titulos: Tres años de guerra civil : ojeada
Materias: España - Historia - Guerra carlista, 1833 - 1840 / Euskadi - Historia - 1833 - 1836
Editores: Imprenta de Ignacio Ramón Baroja, San Sebastián, 1837
Localizacion: Sign.Topografica Situacion Devolucion
Sign.Topografica: 4808
Situacion: No prestable
TRES AÑOS
DE
GUERRA CIVIL
OJEADA
Por D. J. de Bellengero.
EN SAN SEBASTIAN,
En la imprenta de IGNACIO RAMON BAROJA.
1837
PRÓLOGO.
La equivocada idea que los estranjeros en general, y cierto número de españoles deben tener, de la guerra de Navarra y las provincias vascongadas, de D. Carlos, de sus consejeros y de sus ministros, por las noticias circuladas, por tan diferentes conductos, ridiculizadas unas y otras presentadas con parcialidad, me pone en la precision de publicar, esta tan sucinta como esacta ojeada, de los principales hechos y conducta de las personas que han jugado en ellos, ya en Portugal ya en Navarra; persuadido que su relacion, hará un cambio en las ideas y cálculos formados hasta el dia, particularmente en todo el que, la prolongacion de la guerra, da materia á deducir ycreer, la existencia de planes, relaciones y elementos que no existen ni pueden existir.
No pretendo justificar por este medio, un hecho cuyas consecuencias, aunque no en toda su estension, empezé á preveer á los ocho dias de haberme reunido á D. Carlos, en el castillo de Marboain, si bien es cierto, que, la falta de filosofía, para resolver un problema que todos pretenden conocer, y que los hechos solo demuestran, me obligó á ser testigo, de lo que estaba muy distante de esperar, y de lo que aunque ligeramente, deseo se entere el que quiera leerlo.
El dia tres de octubre de mil ochocientos treinta y tres, le comunicó el ministro de España en Portugal á D. Carlos, la muerte del rey Fernando VII, y el cuatro se puso en marcha, á la ventura, para la frontera de España, acompañado del jesuita padre Lacalle, del secretario de la princesa de Beira, Fuentenebro, su gentil-hombre Villavicencio y el ujier Torreus, y escoltado por veinte hombres de caballería portuguesa, se dirigió al castillo de Marboain, tres leguas de la plaza de Badajoz. La falta absoluta de noticias de Madrid, y por consiguiente de las medidas tomadas por el gobierno, la inmediacion del general Rodil, con algunas tropas de las que formaban el ejército de observacion, ya gran parate en retirada para el interior, hacian su posicion muy precaria; y preocupado de la ciega confianza en sus derechos, y de las ridículas ideas que le suministraban, las personas que lo acompañaban, dio algunos pasos que, no solo no podian tener ningun resultado, sino que al mismo tiempo que confirmaban la inecsistencia de todo plan anteriormente combinado, le ocasionaron el desprecio que el general Rodil hizo á sus proposiciones.
El quince se trasladó á Castelbranco, donde se reunió con toda su familia. El cuatro de noviembre dió una proclama, dirigida al ejército, en la que concedia un empleo, á los pocos oficiales que se le habian presentado, y ofrecía un grado, á los que lo verificasen en el término de un mes; y el quince un manifiesto á los españoles, que no merecia leerse, y solo tenia de remarcable la oferta de la convocacion á Cortes por estamentos á su llegada á Madrid ó Burgos, y de singular, y aun sorprendente, su introduccion: Españoles: ha llegado el tiempo de castigar el actual ministerio. Cuatro dias despues, el temor de ser sorprendido por una partida de ceclabineros, que guardaba mas de cerca la frontera, le obligó á marchar á la arruinada plaza de Miranda, en compañía de su esposa, aumentada su comitiva de seis ú ocho oficiales y de doce ó quince guardias de corps, estos sin caballos, armas ni uniformes. La inmediacion á la frontera, de esta plaza desprovista de todo medio de defensa; hizo al general Rodil, que seguia el movimiento, no desistir del proyecto de ampararse de la persona del infante. Una casualidad frustró el golpe, tanto en este punto, como en la ciudad de Braganza, á donde combinadamente hizo su entrada el general Sanjuanena, cuatro horas despues de su salida. En esta última ciudad, al momento de marchar, se le presentó el obispo de Leon, que imposibilitado de seguir, por el estado de cansancio, á donde permaneció hasta que las tropas españolas verificaron su retirada.
El pueblo mas inmediato á la frontera, que mas recursos y seguridad ofrecia, era Villareal en la provincia de entre Duero y Miño, en él se situó D. Carlos, y nombró al obispo su ministro universal.
Una medida del ministro, fué la de dirigir cartas autógrafas á los soberanos de Rusia, Prusia, Austria, Holanda, Cerdeña y Nápoles, acompañadas de una copia de la protesta, que D. Carlos hacia, contra la usurpacion de sus derechos. La persona que se ofreció para esta mision diplomática, fué un frances llamado Sensilvien (1), y para desempeñarla de un modo conveniente pidió se le condecorase con las órdenes de San Fernando y Carlos III pensionada, con el grado de coronel y el empleo de oficial de la secretaria de estado; y auxiliado con seis mil reales, y algunos brillantes de la infanta, marchó á Inglaterra (2).
Un paso que dictó la imperiosa necesidad, fué la de manifestar, al cabildo de Sevilla y obispos de Galicia, la crítica posicion de D. Carlos, y la confianza que tenia en su generosidad y patriotismo. Los resultados no correspondieron á las esperanzas, negándose el primero á todo sacrificio hasta que no entrase en España y fuese reconocido, y contestando los segundos en términos evasivos, escepto dos, que muy modestamente manifestaron su adhesion.
Perdida toda esperanza, de obtener de D. Miguel, los auxilios que habia hecho esperar, para entrar en Castilla; salio el general Moreno, para la frontera de Andalucia, confiado que á su presentacion se verificaraia el alzamiento del reino de Sevilla, en el que debian tomar parte algunos batallones, y un gran número de personas visibles, que antes de su salida se habian ofrecido á proclamar á D. Carlos, mas sí efectivamente, los ánimos estaban dispuestos á realizarlo, y existia algun plan, que asegurase su egecucion; la voluntad ó circunstancias, obstruyeron hasta la menor demostracion.
La estrema penuria del infante, la miseria en general de los seiscientos ó mas españoles, de todas clases, que se reunieron en aquella ciudad, y los chismes é intrigas de toda especie, movidas por personas bajas, y escuchadas por los mas ilustres, hicieron nacer hasta en los hombres mas vulgares, las mas ridiculas ideas de ambicion, que, alimentadas con la debilidad del obispo, y sostenidas, bajo la máscara de un celo sin límites, por Plazaola, Fuentenebro, Villavicencio, el ujier Terreus y el gobernador que fué de Valencia de Alcántara Amarillas, produgeron la desunion mas completa. Con la llegada del cura Merino y de Cuebillas, acompañados de unos cincuenta mas, se aumentó la confusion; todos pedian la aprobacion de tres ó cuatro grados, que en quince dias habian obtenido, el que no lo conseguía clamaba, y á quien se le concedia no se daba por satisfecho.
La situacion, ya desesperada, de D. Miguel en enero de treinta y cuatro, hacia muy crítica la de D. Carlos, y pedia prontas medidas; mas los medios faltaban, y las leyes y canones del ministro, no las sugerian, y en la espectactiva de un alzamiento en Castilla, que maliciosamente hacian esperar los comisionados, para arrancar dinero, que suponian invertirlo en el objeto; pasaron tres meses en la inaccion, hasta que la entrada de las tropas españolas en mayo, obligó á D. Carlos á retirarse á Chamusca, y en seguida á Evora, escoltado por un batallon, titulado de guardias españolas, cuya fuerza y aspecto ponian en ridículo el nombre que llevaba. La desgraciada suerte que le amenazaba, por consecuencia de la capitulacion de Evora, la evitó la proteccion del gobierdo ingles; y transportado á Inglaterra, algunos particulares, y una ilustre persona, por medio del baron T.... atendieron a sus necesidades.
La terrible posicion en que quedaban algunas personas, y las amonestaciones que otras le hicieron á D. Carlos, la misma noche de su salida para Aldeagallega, hizo que, pocos momentos antes de verificarla, se dispusiese su embarque para Hamburgo, á cuyo efecto se hizo una lista, en la que, por influencia de un criado, ó de otra persona de su especie, fueron comprendidas en ella, algunas de la mas baja esfera, anteponiendo á titulos de Castilla y otros sugetos, los veinte hombres que debian servir de base, para la formacion de la brigada de carabineros, casi todos indultados por D. Carlos, de los crímenes que los habia obligado, anteriormente á vivir en aquel pais.
Con la vuelta á Inglaterra, de aquellos que no fueron recibidos en Hamburgo, y la ausencia del infante se reprodujo la desunion con el mayor furor. La infanta celosa, de los poderes y facultades del obispo, dirigida por el brigadier Abren, que gozaba de toda su confianza, hizo publicar unos folletos que lo ponian en el ridículo mas completo. La princesa de la Beira dio al público, la correspondencia seguida con su hijo el infante D. Sebasrian, antes y despues de haber prestado juramenteo á Isabel II, los secretarios Plazaola y Fuentenebro, se disputaban la preferencia, y el obispo que ansiaba por la realizacion de fondos, dominado por Aznarez (hijo), y engañado por éste y su cólega el portugues Saraiba, anuló el empréstito contrtado por D. Carlos, á su llegada á Prostmouth, con el baron de Haber, y esta inconsecuencia destruyó la confianza y todo medio de realizar otro nuevo.
Este proceder causó el desprecio de los ingleses, y acabó de llenar de indignacion, á los contados españoles, que sus principios los habia siempre alejado de sus cómplices.
Indispuesta ligeramente la infanta, se agravó por momentos, y convencida del peligro en que se hallaba, pidió reconciliarse con el obispo. Abreu fué inmediatamente echado de palacio; los criados, sin ningun respeto y en confusion, unos defendian y otros vituperaban la determinacion, y la muerte de su ama, fué seguida de un banquete, prolongado tantos dias, cuantos duraron el preparativo del entierro, formando estos gastos un singular contraste, con la miseria de sus partidarios errantes por las calles de Prosmouth.
Zumalacarregui se hallaba sin dinero, y la esperanza que D. Carlos lo traeria, le hizo con vivas instancias reclamar su presencia en las provincias; esto, y el anunciado reconocimiento, por su agente Sensilvien de las potencias del norte, tan luego estuviese sobre el territorio español, decidieron su viage, que verificó acompañado del mismo á quien nombró Baron de los Valles, y luego Brigadier.
Para evitar las consecuencias, que su captura ó muerte podían ocasionar, dejó nombrada una Regencia, compuesta de la infanta su esposa, el arzobispo de Toledo Inguanzo, el obispo de Leon y el conde D..... Su llegada fué un mutuo desengaño, los medios no parecieron, el reconocimiento no se verifió, la persecucion se aumentó, y obligado á errar de montaña en montaña, debió su salvacion al conocimiento que tenian del pasi, las personas que se encargaron de guiarlo.
D. Carlos concedió títulos y grados, al conde de Villemur lo nombró su ministro de la guerra, á Cruz-Mayor lo encargó de los negocios de estado, á Uranga lo hizo su ayudante (3) y al cura Echevarria su capellan; este decia misa, los otros nada tenian que hacer, y estas fueron por muchos meses, las únicas personas que componian su corte; siempre lejos del campo de batalla, siempre esperando una sublevacion general y visitando santuarios.
Por su primer decreto, prohibio la entrada en la iglesia, á la tropa armada. Echevarria, haciendo funciones de vicario general, ofició á los gefes, para que con reserva, hiciesen entender á sus subordinados, estaba concedida indulgencia plenaria á los que muriesen defendiendo la justa causa (4)
Convencidas las juntas, que nada tenian que esperar, de los medios y recursos de D. Carlos, se ocuparon por sí, de proporcionar á Zumalacarregui, todos aquellos mas indispensables, y de que absolutamente carecia, con lo que su carácter emprendedor, segundado de un pequeño número de hombres, formalizaron la resistencia que se hace despues de tres años.
Las segundas miras de cuatro personas, redugeron á D. Carlos, desde luego, á la verdadera condicion de un humilde pretendiente; y á pesar de las reiteradas instancias de Zumalacarregui, para que se pusiese á la cabeza de sus voluntarios, se constituyó á vivir en pueblos miserables, ocupando una buena parte de las fuerzas para su custodia.
El conde de Villemur, á quien una consideracion hija de las circunstancias, habia hecho á los navarros darle la presidencia de su junta, deseaba el mando en gefe, y esperó obtenerlo á la llegada de D. Carlos; engañado en su esperanza, trató de abrirse un camino que se lo asegurase, y ayudado de Cruz-Mayor, Villavicencio, Uranga y Echevarria, empezó á poner en duda la anterior conducta de Zumalacarregui, suponiéndolo de inteligencia con el gobierno de la Reina, por medio de su hermano, á presentarlo como hombre vicioso é inmoral, y con fingidos datos hacerlo cómplice de futuras miras de ambicion. Semejantes ideas, hicieron en D. Carlos el efecto que esperaban, y la frialdad y desconfianza, no pudieron ocultarse sin atinar la causas.
La influencia de Zumalacarregui, sobre los pueblos y sus soldados, se aumentaba de dia en dia, y el aspecto que tomaban los negocios en marzo y abril de treinta y cinco, redoblaron los esfuerzos de la camarilla, que se habia aumentado, con la hez de los que habian estado en Portugal. Los temores de D. Carlos, crecian y se estendian á las personas que Zumalacarregui daba su confianza; y aunque friamente manifestaba deseos de mandar. El conde alteraba las propuestas de recompensas, que aquel hacia, y retardaba el envio de despachos, Cruz-Mayor iba usurpando las atribuciones de las juntas, estas se oponian y representaban, Zumalacarregui se quejaba, y ni unas ni otro eran atendidos, y solo se le contemplaba, cuando hacia dimision, que no se le admitia por temor del resultado.
Lord Eliot, y su mision particularmente, fué acogida por los consejeros de d. Carlos, con la mayor frialdad y repugnancia. Los deseos de Zumalacarregui y de todos los carlistas, forzaron su consentimiento; mas un convenio que ponia término á las escenas mas inhumanas y sangrientas, quedó bien pronto ilusiorio en parte por el decreto de Durango.
La toma ó abandono en mayo de treinta y cinco, de todos los puntos fortificados en lo interior de las provincias, y los reveses que sufrió el Ejército, hicieron á D. Carlos salir de su letargo, y prematuramente mandar la investidura de Bilbao. Zumalacarregui hasta allí, árbitro de toda operación militar, iba á marchar sobre Zaragoza con el mayor número de batallones y toda la caballería. En vano fueron todos los inconvenientes que espuso contra el sitio; la alagüeña idea de un rico botin, tenia alarmada la codicia de los que contaban esplotarlo, y esta razon hizo que contra su voluntad marchase sobre aquella ciudad, donde terminó su carrera.
Zumalacarregui murió en Cegama el dia veinte y cuatro de Junio de mil ochocientos treinta y cinco, á las once y media de la mañana, herido levemente en la pierna izquierda, de una fiebre pútrida originada por los disgustos y desaires que le habian hecho esperimentar.
La noticia fué comunicada á Durango, con la mayor celeridad, y celebrada como un triunfo, debido á la providencia, para libertar á D. Carlos de la esclavitud que le iba preparando. Con la misma fecha se dió en su nombre una alocucion (5) al mismo tiempo degradante é inconsecuente, ofreciendo D. Carlos dirijir por sí, desde aquel dia, las operaciones de la guerra; cuando noventa y cinco boletines ya publicados, lo representaban á la cabeza de su valiente ejército.
Las fuerzas de que Zumalacarregui disponia en primero de junio de treinta y cnco, se componian de veinte y nueve batallones de setecientas á ochocientas plazas, de setecientos caballos y quince piezas de artillería de diferentes calibres.
El brigadier Eraso, cuya influencia fué el principal instrumento del alzamiento de Navarra, y de la eleccion de Zumalacarregui para gefe superior, habia sido encargado del mando durante el restablecimiento de este; su destitucion para nombrar al general Moreno, en momentos tan críticos, era peligroso, y no habiendo razon que la dictase, la calumnia proveyó la necesaria, atribuyéndole el retraso de la toma de Bilbao, á inteligencia con la plaza, entablada con el comercio, que le habia asegurado una suma considerable.
El ejército marchaba en su socorro, la necesidad de levantar el sitio se hizo urgente, y este momento se aprovechó para su separacion y nombramiento de Moreno. Este hombre física y moralmente imposibilitado de todo cargo, fué el instrumento de la mas completa dislocacion; un mes no habia pasado, y todo era nuevo, hombres y cosas. La memoria de Zumalacarregui se queria sepultar en el olvido, las personas que habian estado á su inmediacion, fueron separadas y perseguidas; esto ocasionó el disgusto en las provincias, la desercion en las filas; y las acciones desgraciadas que sucedieron, acabaron de introducir la desmoralizacion. Este estado de desórden hizo indispensable la destitucion de Moreno.
D. Carlos, cansado del vano título de general, nombró al conde de Casa-Eguia y se retiró á Oñate. A su llegada mandó la publicacion de la gaceta, y para la adminsitracion de justicia, decretó la creacion de un asesor, con el aditamento de Real, que reasumiese, las atribuciones del consejo de Castilla, de de la guerra y de las chancillerías. ¡Modelo de legislacion y economía admirables!
Las grandes privaciones que los batallones esperimentaban, el disgusto estendido á todas las clases, y el ascendiente que la camarilla, queria conservar sobre Casa-Eguia, ocasionaron su separacion, sustituyéndole Villareal ascendido en pocos meses, del grado de teniente al de teniente general.
El punto de residencia de D. Carlos es la reunion de todo lo mas ignorante, en medio de la miseria mas completa, el orgullo y altaneria no tiene límites, y bajo el velo de la hipocresía, un sentina de vicios. El que se bate desprecia todo aquel que pertence á su séquito, á quienes distingue con el nombre de ojalateros, y los pueblos reducidos á una apatia absoluta, ven su aproximacion como el colmo de sus males.
La llegada de Erro, anunciado la de cuantiosas sumas, hicieron concebir á D. Carlos, los mas felices resultados, y se apresuró á concederle un poder ilimitado. El título de ministro universal, pedia la creacion de un ministerio, que separase á Villemur; y con la denominacion de secretarios del despacho, en realidad de Erro, se nombraron los mas á propósito para llenar las funciones de tales, encargándose el de gracia y justicia de la policía, llamaa vigilancia pública, cuyas atribuciones, son las mas infames y arbitrarias.
La influencia del viejo ministro, era un obstáculo que aun se presentaba. Con el pretesto de reunir bajo la direccion de un general, los partidarios de Valencia y Aragon, se le dió al conde este encargo. Aguardando en Estella, la reunion de las fuerzas que debian acompañarlo, sucumbió á los ocho dias de enfermedad.
Desconfiado Erro, con la llegada del obispo su ribal, deseaba conocer el motivo de su repentina aparicion. Los empleados de la vigilancia, ayudados de los emisarios de Bayona se apresuraron á llenar sus funciones, é interceptaron comunicaciones de la princesa de la Beira á D. Carlos, en que le manifestaba deseos de verlo separado de su lado. El obispo alojado en su misma casa, y en la mayor armonía, servia la princesa con su celo acostumbrado.
El ministro conoció que el medio mas á propósito para formarse un partido, que contrariase las miras de los que querian alejarlo, y que constituyese á D. Carlos, á su absoluta dependencia, era de recibir la memoria de Zumalacarregui, y recompensar de un modo que llamase la atencion los servicios que habia prestado. El interes del ministro hizo lo que, ni por fórmula habia hecho, la gratitud y la justicia. Zumalacarregui y sus sucesores, fueron declarados grandes de España y Duques de la Victoria.
La vigilancia recibió un impulso cual convenia á las intenciones de Erro, el paso de los Pirineos se obstruyó, para ciertas personas, y se hizo dificil ó imposible para todas, las que no solicitaban de antemano su autorizacion; los destierros á Francia se hicieron frecuentes, y todas las órdenes y providencias llevaban el sello de la arbitrariedad y del despostismo. Por este medio Erro se sostuvo algunos meses dictando las medidas mas violentas, entre otras, la que mas contribuyó al disgusto universal, y dió á muchas familias recuerdos amargos, fué la prision de un individuo de cada una de aquellas, que sus hijos habian desertado á Francia, que no pudiendo ser el padre ó la madre, indispensables para el cultivo de los campos, recayó sobre las hermanas ó sobrinas; estas desgraciadas jóvenes, alejadas de sus casas, la mayor parte sin medios de subsistencia, encerradas en las cárceles ú otros locales, tratadas por una soldadesca desenfrenada, con la mayor inhumanidad, se veian forzadas á satisfacer sus torpes y brutales deseos. Unico fruto que produjo tal medida.
Aunque todo amenazaba una próxima ruina, el ministro prodigaba los empleos para crearse partidarios. Todos afectaban el tono que creian debido, al que para futuro tiempo habian obtenido, y todos alegaban desde luego, la antigüedad de sus nombramientos para obtener otros mayores, y un dia de corte ó besamanos absorvia todos los sentidos y cuidados.
La necesidad de dinero era estremada, y la realizacion del empréstito que se habia contratado, no podia verificarse, sin que precediese la toma de Bilbao. Todos los medios y recursos se agotaron, para que el sitio pudiese realizarse; pero la ejecucion de un proyecto, sugeto á la influencia del cuartel de D. Carlos, no era de dudoso resultado; y fué mas funesto que podia esperarse, pues no solo costó muchos centenares de hombres, sino tambien la pérdida de su mejor artillería.
Este reves no esperado, causó la separacion de Ero, sustituido por el obispo de Leon, y como medio de cortar los síntomas de disolucion que se manifestaban, el nombramiento del infante D. Sebastian á general en gefe. Estas mutaciones no hubieran producido ningun efecto, si las operaciones se hubiesen podido continuar por las tropas de la Reina, con la actividad necesaria; esta razon como en otras, y el interes particular de las personas comprometidas, han sido hace mucho tiempo los principales sostenes de la guerra, no el de defender los derechos de D. Carlos, ni menos los fueros y privilegios; la frialdad con que los pueblos lo acogen, y las contadas personas por su riqueza y nacimiento, de Navarra y las provincias, que han tomado parte en la lucha, siendo las que mas particularmente disfrutan de sus ventajas, son unas pruebas incontestables.
La idea que D. Carlos tiene de sus derechos y de cuanto le toca personalmente, le hace desconocer el mérito que contrae, para con su persona, todo el que defiende sus intereses; morir por ellos es un deber, y por este principio mira la muerte de sus partidarios con tanta indiferencia, como placer la de sus enemigos. Jamas ha recompensado una buena accion por impulso propio, siempre aguarda que se la propongan; su natural desconfianza lo hace reservado, no olvida ni perdona sino por circunstancias. Sus consejeros, agenos de todo sentimiento noble, le han hecho concebir aversion á todo el que nacional ó estrangero ha manifestado ideas generosas y de conciliacion; sus miras son las de destruir todo lo que el tiempo, las luces y trastornos han hecho en cuarenta años, reputan de mason é irreligioso el que en la calle ó en su casa, al oir la campana de las doce ó de las oraciones no hace alto ó se levanta, se descubre, reza ó lo finge; la menor distraccion en estas demostraciones trasmitida, la prevencion que se concibe del sugeto, no la destruye antecedentes, virtudes ni servicios. Un anónimo hace la ruina del hombre mas de bien, y por este medio, muy usual, se ataca a la vida privada mas ejemplar, como el honor de la soltera, de la viuda ó casada (6).
El principal estudio del que gobierna, es el de conocer y distinguir las diferentes especies de hombres; y este don que la naturaleza dispensa raramente, lo suple la esperiencia y el estudio; D. Carlos no lo posee ni adquirido, juega por dichos contra hechos positivos, y la adulacion y la hipocresia tienen una preferente acogida.
El interes particular, la persecucion sin datos suficientes, y una ciega credulidad en las virtudes de D. Carlos, son las causas que han formado su partido, que hace muchos meses se compone de algun fanático y de arrepentidos, cuya constancia y esfuerzos son hijos de la desesperacion; hablen todos los que de las provincias de la otra parte del Ebro se hallan sobre el teatro de la guerra; hablen los pueblos ya devorados, no solo por la necesidad del soldado, sino por dos docenas de hombres que aprovechándose de los primeros momentos de desorden, se abrogaron la facultad de gobernarlos; hablen en fin, ingleses, franceses, portugueses y españoles que despues de haberle prestado distinguidos servicios, han sido despreciados, echados, ó han tenido que abandonar un rincon minado por la ingratitud el fanatismo y la calumnia.
He aquí un hecho que dejo al arbitrio de todos comentarlo. En una de las acciones dadas en el año de treinta y cuatro, quiso la suerte, en medio de una terrible carniceria, reservar la vida á un coronel; presentado á Zumalacarregui, se reconoció ser el conde de Viamanuel grande de España, y considerado ya como prisionero, se le puso bajo la custodia de un oficial, previniéndole lo tratase con consideracion. Cinco dias despues, es decir, tan luego D. Carlos tuvo de ello conocimiento, dió la orden para que se le pasese por las armas.....
No las privaciones y peligros ni las muchas intrigas de que he sido víctima, y cuyas causas no me está á mi permitido revelarlas, sino la conviccion íntima, que el triunfo de D. Carlos sería para los españoles, una desgracia mayor, que todas las que ha sufrido la generacion presente; me hizo abandonar hace muchos meses las provincias, y el 22 de abril reconocer á la Reina Doña Isabel II y prestar el juramento a la Constitucion.
Siendo verdad cuanto contiene esta ligera relacion de hechos, y de la que responde mi honor y conciencia; faltaría á ella, sino hiciese mencion dela franca acogida que tuve del Sr. Cónsul de España en Bayona, y de la satisfaccion que tuve, al conocer las conciliadoras y benéficas instrucciones con que se halla autorizado por el Sr. general Seoane; que en el momento llegó á aquella plaza, de la de San Sebastian, y de quien recibí, no solo las pruebas de una antigua amistad, sino aquellas que, por su posicion pudeo dispensarme, poco comunes en iguales circunstnacias, y cuando la existencia de una guerra civil, tan encarnizada, influye poderosamente sobre las pasiones.
1. Este individuo es el que en el año de treinta y dos, en un modesto local enla calle del Carmen, en Madrid, daba á leer los periódicos franceses.
2. Esta mision se redujo á una especulacion conestada con supuestas entrevistas y ofertas.
3. Uranga que D. Carlos ha tenido constantemente á su lado, y en el dia gefe de las fuerzas carlistas en las cuatro provincias, ignora hasta los nombres propios de las diferentes piezas de artilleria.
4. Ejército del Rey N. S. D. Carlos 5.º- Sirvase V. hacer entender, con reserva, á los individuos de ese batallon de su mando, está concedida indulgencia plenaria, á todo el que muera defendiendo los sagrados derechos del Sr. D. Carlos 5.º rey legitimo de España.- Juan Echevarria.- Sr. comandante del batallon etc.
5. Real alocucion.-El benemérito generla Zumalacarregui, ha muerto hoy, á consecuencia de la herida que recibió sobre Bilbao; en él he perdido uno de mis primeros defensores, la legitimidad uno de sus principales baluartes, y mi ejército del norte, al consumado capitan que lo guió constantemente por la senda del honor y de la victoria. La falta de este ilustre caudillo, deja un vacio, que pueden llenar á mi mayor satisfaccion, otros de sus dignos compañeros de armas, y de los que se declararon desde un principio a favor de mis legítimos derechos; pero, queriendo dar á mis valientes tropas una prueba evidente de mi aprecio y de mi desvelo por ellas, he resuelto dirijir yo mismo desde este dia las operaciones de la guerra; justamente confiado, en que los conocimientos de sus generales y gefes, y el valor invencible de mis voluntarios, acabaraán de reponerme en el trono de mis mayores, cuyo camino me ha allanado su acendrada lealtada; que hallará la recompensa, en el triunfo de esta nueva lucha, y en los premios que me reservo á los servicios contraidos en ella. Real de Durango 24 de Junio de 1835.-Yo el Rey.-Es copia: Villemur.
6. Si la decencia pública y el nombre de las personas, no me impusiese silencio citaria algunos hechos.